Largas colas en el “Miguel Delibes” que desaparecen en minutos gracias al buen hacer del personal sanitario y Protección Civil. La sala de espera es como estar viendo una actuación de la Orquesta Sinfónica de CyL, pero sin música.
No me resisto a escribir sobre mi primera dosis de vacuna en el Centro Cultural “Miguel Delibes” de la capital pucelana. Amplios espacios ajardinados con unos aparcamientos más que suficientes; entre el estadio “Zorrilla” y Carrefour, con parada del bus 8 de Auvasa en la misma puerta del auditorio. Tarde entoldada y caen cuatro gotas.
Sí eché de menos algún banco para descansar en tanto espacio libre. No obstante, los de “prote”, que diría nuestra gráfica Natalia Calvo, se muestran atentos ante cualquier petición de silla de ruedas para gente mayor que la precise. Haberlos había y en cantidad.
14.55 horas: Busco aparcamiento y diviso a un grupo de tres enfermeras que, tras el cambio de turnos, se disponían a abandonar el provisional centro de salud. Y dos de ellas salen con sus respectivos vehículos, lo que aprovecho para dejar el mío a escasos metros de la entrada.
15. 00 horas: Hoy, esta tarde, tocaba a los setentones de 1947 y 1948. Uno es abrileño y la vacuna tocaba de 15 a 16 horas. Tuve que bajar un buen trecho hasta situarme en la cola, enorme cola.
15.05 horas: Delante y detrás de mí dos matrimonios, pero no despegamos los labios salvo cuando se inició el movimiento de la larguísima cola. ¡Vaya, esto se mueve!, dijo una de las mujeres de las que iba delante. ¡El movimiento se demuestra andando, como pronunció Diógenes!
15.20 horas: Ya diviso la puerta de entrada perfectamente señalizada. El amplio espacio de entrada al centro es un hormigueo constante de gente que entra y que sale. Otros esperando. Unos para la primera dosis, otros para la segunda y una gran mayoría de acompañantes que esperan a sus familiares mayores.
15.25 horas: ya estoy a punto de entrar al centro y, en la puerta, un “segurata” me pone el termómetro-pistolero en la frente y “dispara”. Ale hop!!!! No hay fiebre, por lo que la entrada es franca. En los minutos que estuve a la espera no observé a nadie que lo volvieran o apartaran por ese motivo.
15.30 horas: Tras el “pistoletazo” toca el gel en una cola bien organizada por personal de “prote”, (por cierto, que un “prote” me sugirió que fotos no, pero ya estaba el “pescado vendido”) y guardando las distancias de seguridad. Ya estoy llegando a la mesa que me corresponde, donde un administrativo me pide el DNI y la tarjeta sanitaria, además de las consabidas preguntas de alergia o malestar durante la mañana. No calculé las mesas disponibles, pero eran muchas.
15.35 horas: Tras facilitarme el administrativo la tarjeta de vacunación, -con indicaciones de la vacuna administrada y la fecha de la 2ª dosis- sigo adelante unos metros hasta una silla que hay junto a una mampara.
15.37 horas: Una enfermera muy amable me da indicaciones para que, una vez vacunado, -es solo un pinchacito, me susurró la sanitaria- esperara sentado al fondo de la sala de entrada al auditorio durante diez minutos por si surgían efectos secundarios.
15.47: Tras la espera, sin efectos secundarios, enfilo la puerta de salida y me dirijo al aparcamiento para recoger mi vehículo.
15.55: Llego a casa y me pongo a escribir mi experiencia, que la he vivido recordando mi niñez cuando, en grupo escolar, íbamos al Centro de Higiene de mi pueblo para que nos pusieran aquellas vacunas contra no sé cuántas enfermedades. Y al mismo tiempo nos veían el aparato respiratorio a través de rayos X. En fin, al menos me volví infantil por unos momentos. Solo faltó ver a don Agustín o don Octavio, mis maestros de escuela.
17.09 horas: Acabo el artículo y sin síntoma alguno. ¡Viva la Pfizer! Y mi enhorabuena a los sanitarios y a quién los dirige.