Dejamos Villarino de Manzanas allá cuando los rayos del sol caen como flechas de fuego para dirigirnos a un pequeño oasis de atractivo natural y fragancia etnográfica y humana. Las dificultades de la vida en territorios tan agrestes hacen que, a lo largo de los tiempos, se vayan desarrollando fuertes tradiciones de ayuda mutua y de uso común de los instrumentos de trabajo. Es el caso de los habitantes de Rihonor de Castilla y Rio de Onor de Portugal, porque monta tanto tanto monta. Desde los hornos de cocer el pan hasta el mismo ganado, todo es compartido de manera civilizada con el testigo del río que cruza el poblado y separa formalmente –no socialmente- España y Portugal, porque, como mismamente aseguran los habitantes, viven desde hace incontables generaciones en conjunto, aunque hayan existido impedimentos de cadenas absurdas, leyes lejanas o tricornios temidos. Los dos pueblos son, en realidad, uno. Un sitio raro, donde la frontera no separa, sino que, asombrósamente, une.

Unas cuantas casas. Como el viajero viene observando en su recorrido por Aliste y La Culebra y Alba y La Carballeda, estas aldeas presentan la construcción típicamente transmontana y alistana, con viviendas constituidas por dos alturas, en la superior viven las familias, la inferior queda para el ganado, los cereales y el resto de productos de la tierra. Porque en este paraíso, el campo es un vergel y sus productos de buenísima calidad.

Un río -el río Cortensa español, en Portugal río Onor-, campos de cultivo, un par de iglesias y poco más encontramos en este espejo olvidado de la realidad de la Raya. Sin embargo, la vista engaña. Lo que aparenta ser un pueblo son en realidad dos localidades separadas por la invisible frontera hispanolusa. Es Rihonor de Castilla, la parte española, y Rio de Onor, la parte portuguesa. Para empezar, pocos llaman a su pueblo por el nombre oficial. Aquí el topónimo oficial es Rihonor de arriba y Rihonor de abajo -povo de acima e povo de abaixo-, un lenguaje común que pudimos escuchar en un grupo de jubilados que descansaban su historia y desgranaban sus últimos halos de vida a la sombra de un techado de horno. Un dialecto propio y casi extinto, perteneciente al grupo del astur-leonés, a semejanza de la lengua mirandesa.

Las cadenas

Varias cervezas con tres pastores alistanos y un portugués que habla del lobo nos introducen en la esencia humana de estas aldeas. Dos únicos bares en el pueblo -el centro cívico en la zona portuguesa junto a la Casa Rural/Restaurante Rio de Onor y la Cervecería Prieto en la española-, mientras que la única tienda, que vende comida, detergente y demás se encuentra en España. En casa Prieto, a la sombra de una frondosa parra y una malla a modo de techumbre, en la frescura del agua que corre cristalina río abajo, saboreamos unas cervezas Sagres que saben a gloria bendita. Si Daniel São Romão aconsejó a Saramago beber un vasito de aguardiente aún caliente, este viajero recomienda tomar una cerveza Sagres bien fría viendo el atardecer desde este frondoso valle de La Culebra…

Desconocidos durante la mayor parte de la Historia, los Rionor saltaron a los periódicos cuando la Revolución de los Claveles. Corría abril de 1974, y los portugueses derribaron a su dictador con una pacífica revolución… mientras que en España seguíamos con el nuestro a cuestas. Para evitar el paso de vehículos que pudieran cruzar con armas a Portugal, levantaron una cadena en el límite fronterizo. La cadena, cuya llave custodian en el lado portugués, ha permanecido desde entonces como un vestigio de separación física entre ambos pueblos y países.

La cosa cambió cuando el 25 de abril de 1974 estalló la Revolución de los Claveles. Por entonces, el jefe del destacamento de la Guardia Fiscal en Rio de Onor era un teniente llamado Piñeiro, que procedió a instalar una cadena de lado a lado de la carretera para evitar una invasión de tropas españolas deseosas de reinstaurar la dictadura. Otra versión, que es la que nos cuenta Luis Rodríguez –un policía jubilado- asegura que la intención era para que los portugueses no escaparan a Francia a trabajar. La carretera quedó cortada durante mucho tiempo. Para que los agricultores locales pudieran cruzar la frontera se habilitó un camino que rodeaba la cadena fronteriza, impracticable para los automóviles, pero perfectamente útil para un tractor. Quince años después de la instalación de la cadena, Piñeiro, que aún seguía en el pueblo, quiso instalar una barrera en un camino de tierra cercano al pueblo que también cruzaba la frontera, pero los lugareños, portugueses y españoles, se negaron. Finalmente, en 1990 la cadena fue retirada. A partir de 1995, con el Tratado de Schëngen, fueron desmantelados los cuarteles de la Guardia Civil y de la Guardia Fiscal en toda la frontera, en el de esta última se instaló el centro cívico donde se saborean unos aromáticos pingos.

De esta historia local nos informó ampliamente el policía retirado Luis González Prieto, quien en su jubilación ha retornado a las labores agrícolas y ganaderas de sus ancestros. Acompañaban a Luis pastores alistanos trashumantes de la zona de Alcañices, quienes en estas fechas bajan sus ovejas de los pastos más frescos de La Culebra y Sanabria. Mientras Luis habla y habla de política e historia, los pastores se recrean con su ganado y sus vivencias trashumantes. Dejan a Luis con los viajeros y encienden una hoguera para dar buena cuenta de un abundante y exquisito asado de churrasco y cordero. La felicidad de la vida en el oasis del olvido.

El lobo careto y la afonía lobuna

Mujer en Rio de Onor o Rihonor, no sabemos cuál./ FALCAO

Nos hablan del lobo, que haberlos haylos. Historias de lobos, leyendas del pueblo que se confunden con la realidad. Nunca se sabe dónde comienza una y termina otra. Es la historia del ‘lobo careto’, del que nos habla Manuela. Un animal que anda por los montes, que recorre los caminos, que visita los predios. Un lobo especial, que nunca hace daño al hombre y tiene la cara “tan fea, que le llamamos Careto”. Ciertamente que estos hombres se han topado con el lobo, del que dicen que estas tierras acogen la mayor población lobuna de España e incluso de Europa. Nuestros contertulios aún no han perdido el habla, por lo que se aprecia, porque en algunos pueblos de España se cree que la mirada del lobo puede provocar afonía, como lo prueba la leyenda recogida por el escritor Ramón Grande del Brío en su libro ‘Tras la senda del lobo. La huella que dejó Manolín en la Sierra de la Culebra’ (Salamanca: Amarú, 2005), p. 99: “Una vecina de San Vitero perdió, durante ocho días, el habla por causa del lobo. Ocurrió que aquélla cuidaba un pequeño hato de ovejas, en los alrededores del pueblo, cuando, una mañana, aparecieron dos lobos. Entonces, la mujer trató de ahuyentarlos, empezando a dar voces y agitando al mismo tiempo, un cayado, y aunque uno de los lobos se retiró en seguida de allí, el otro, en cambio, quedose plantado, mirando a la mujer fijamente. Al cabo, aquel lobo optó por continuar su camino; pero, al momento, la pastora advirtió que era incapaz de pronunciar palabra…”.

Dejamos atrás a los pastores, al policía en su retiro y el bar Prieto donde dos hombres –de abajo o de arriba- apuran la última gota de un café solo y bien cargado y dan cuenta de un vasito de vidrio grueso lleno de aguardiente, con la presencia de dos banderas de fútbol, una española y otra portuguesa –amores a pares- y un póster de Cristiano Ronaldo colgado en la vetusta pared.

Cruzamos el puente sobre el río Onor cuando ya el sol cae vertical para encaminarnos a un encanto de casa rural. En el camino topamos con dos portugueses y una española que platican de lo de aquí y de lo de allá a la sombra de un castaño. Manuela, una septuagenaria que tuvo marido portugués, habla de unas relaciones que ni cadenas ni guardiñas ni carabineros ni gobiernos pudieron romper. Le preguntamos por su relación con los portugueses, "a mí nunca me ha mordido ninguno", espeta categórica. El viajero, hijo de portugués de Trás-os-Montes, también se pregunta ¿dónde está la diferencia?

A ginjinha



Vivienda típica en la zona de frontera entre Zamora y Bragança./ FALCAO



Aullar al lobo aún no escuchamos, pero sí a nuestro estómago solicitar alimento. Declinamos la invitación de los pastores a degustar su asado y accedemos al lado portugués donde la Casa Rural Rio de Onor ofrece un suculento menú con productos de la tierra, como esos tomates que perfuman el aliento, bacalao a forno, queso de oveja y un aguardiente con guindas -ginjinha o Ginja, un licor hecho con cerezas de ginjas (guindas), mezcladas con alcohol (aguardiente) y azúcar junto a otros ingredientes. Es un licor ampliamente consumido en Lisboa, sobre todo en la zona de Baixa- que si a José Saramago “un cepillo no sería menos áspero”, al viajero y sus acompañantes le supo a néctar del olimpo.

Tras una corta sobremesa en una balconada donde suena la melodía del río en su discurrir parsimonioso con notas cristalinas, la tarde avanza y aún nos queda mucho por ver, emprendemos el camino hacia La Culebra. Dejamos atrás este bucólico valle. Este paradisíaco enclave, en el que, actualmente, Rihonor y Rio de Onor siguen siendo un lugar muy peculiar, binacional y mestizo. José Saramago escribió sobre el pueblo en su libro 'Viaje a Portugal':

A fin de cuentas, ¿dónde está la frontera? ¿Cómo se llama este país aquí? ¿Es aún Portugal? ¿Ya es España? ¿O sólo Río de Onor y sólo eso?

Continúa el viajero su camino…

GALERÍA DE IMÁGENES DEL VIAJE