El viajero llega a Robleda (Robrea) entre olor a humo de leña y pan recién horneado. En la plaza, dos mujeres saludan a los viajeros y no quieren utilizar la ‘parla’ –el habla del Rebollar- porque las pueden considerar “paletas”. Otra vecina que sale de la panadería con su pan aún caliente debajo del brazo comenta que “parecen verduleras”. Por estos pagos, palabras que podrían parecer insultos en la urbe no son más que formas propias de significados banales, en este caso, que hablan mucho.

Robleda, con sus 499 habitantes, se puede considerar como la cabecera de la comarca de El Rebollar, abundante en tradiciones, indumentaria e incluso en su habla ancestral. Aún en estos días se pueden contemplar excelentes ejemplos de la arquitectura tradicional con interesantes corrales y viviendas, un claro síntoma de lo que en tiempos pasados fue una uniformidad constructiva.

El municipio, que está incluido en la Reserva Natural de El Rebollar, posee una iglesia parroquial situada en un pequeño altozano que domina al núcleo urbano, con una torre separada de la nave principal, además de una ermita cercana al pueblo y que despide al municipio cuando se camina hacia El Bodón. La economía de Robleda, cuyo topónimo proviene de roble, se fundamenta principalmente en la riqueza forestal de sus montes que ocupa casi la mayor parte del término municipal.

Los datos que consulta el viajero y que se tienen sobre la historia de Robleda arrancan en la Baja Edad Media aunque, como es manifiesto en otros pueblos de la antigua sub comarca del Campo de Robleda, del que este municipio se puede erigir como centro, ahora de El Rebollar, pueden datar de épocas anteriores.

Durante la guerra que enfrentaba a Pedro I el Cruel de Castilla y sus hermanos bastardos, el conde de Trastamara y el Maestre de Santiago, unidos a Juan Alfonso de Alburquerque vinieron por Robleda con ánimo de entrar en Ciudad Rodrigo, al salirle al encuentro los soldados leales al Rey de Castilla, se retiraron sin osar cruzar el río Águeda. Otro dato más es el año de construcción del templo parroquial que, al igual que las iglesias de Martiago y Villavieja de Yeltes, son de la misma época, en las que comenzaron las obras en tiempo de Felipe II (1527-1598).

El viajero se aleja de esa historia de números y nombres propios para centrarse en la visualidad de su núcleo urbano con un rico patrimonio. El caserío que compone el núcleo urbano de Robleda se ubica en la falda meridional de una elevada colina en cuya cima se levanta el templo parroquial. Esta iglesia está bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, y se halla separada de la torre, en la que existe una campana que, antaño, tenía el privilegio de poder tocarse en los días de Semana Santa. Según Píriz Pérez, “la torre se realizó con los materiales de una antigua muralla que rodeaba el recinto de la iglesia”. La construcción original de la iglesia data del siglo XIV, aunque sufrió diversas remodelaciones en los siglos XVI –cuando se le dio casi la forma actual, en tiempos de Felipe II– y en el siglo XVIII. En fechas recientes, las losas que formaban el suelo del templo fueron sustituidas por baldosas, aprovechando las lanchas del piso antiguo para enlosar el pórtico del templo.

Balcón florido en Robleda./ FALCÃO

Al margen, el pueblo posee en sus afueras la ermita del Cristo de la Salud, que data de 1582, y a la que se accede siguiendo el rastro de una serie de cruces –cruceros- que marcan las estaciones.

Las tierras de Robleda, bañadas por los ríos Águeda y Mayas producen diversos tipos de productos agroalimentarios que, en su mayor parte, salvo la cabaña ganadera, ovina y caprina, se utilizan para autoconsumo. El pueblo se halla circuncidado por huertas donde se cultivan productos hortícolas y frutales, de los que denota la exuberancia el agua que no cesa de correr originando una verde pradera que más bien parece una suave alfombra que envuelve al núcleo urbano.

Comentan los mayores al viajero que a principios de siglo existía una incipiente industria que se basaba en la fabricación de sombreros, construcción de carretas, alfarería, carpintería y, como dato curioso, disponía de cuatro posadas. Este último dato puede entenderse bajo el concepto de la trashumancia, ya que por este municipio pasaba/pasa la Cañada Real que se dirigía desde Castilla hasta Extremadura.

El viajero, junto a sus acompañantes, se guía por el rumor del agua que le conduce a los ríos Águeda y Mayas, que ofrecen al término municipal de Robleda lugares para el esparcimiento y el ocio, con excelentes zonas para el baño –de aguas frías–, la pesca y zonas de interés natural para el paseo, la contemplación y la meditación como el puente de Los Granaderos, el molino Batán y el Pinar de Robleda –donde existen ejemplares de árboles centenarios–. Además, desde la antigüedad, estas tierras siempre han sido habitadas y frecuentadas por diversos tipos de fauna, entre las que destacan los ciervos, los jabalíes y los lobos, junto a otro conjunto de caza menor.

No quiere marcharse el viajero de Robleda sin adentrarse en una de sus pasiones, la tradición, tan rica, variada y pura en El Rebollar. El municipio aún conserva algunos de sus acervos más ancestrales, como la plantación del Mayo a finales de junio. Además, el grupo de música y baile tradicional El Fandangu –la pureza y el buen hacer más genuino- ha recopilado, mantenido y enseñado las múltiples letras de un cancionero ancestral, de unos bailes característicos de El Rebollar, de unas tradiciones que morían en el olvido y darle al lenguaje forma sonora con unas músicas propias con gaita, tamboril, sartén o pandero cuadrado.

Y cómo no, también le viene al viajero a la memoria el recuerdo del ‘novalio’, al que acudió una noche de San Juan, que se puede considerar la fiesta más importante de Robleda. La víspera por la noche, los mozos acuden al pinar del pueblo y cortan el más ‘novalio’ (el Mayo) que llevan a la Plaza del pueblo en cuyo centro lo plantan momentos antes de la capea. En ese lugar permanece hasta el 15 de agosto, festividad de la Virgen de la Asunción, cuando se vende para vino.

El grupo de viajeros deja Robleda por la carretera C-526 que conduce a Extremadura, pero se apea en el monte de Villasrubias, donde antaño Icona tenía una de sus más importantes reservas de caza mayor.

Villasrubias, de situación gaya



Puente en Villasrubias sobre el río Frío./ FALCÃO



Villasrubias, pueblo de situación gaya y pintoresca, en una estribación de la sierra de Jálama, se encuentra en la cara norte de la Sierra de Gata. La superficie del término municipal ocupa 3.960 hectáreas y limita con los pueblos de Robleda, Peñaparda y con la provincia de Cáceres. El municipio se halla a 819 metros de altitud, aunque el pico más alto es El pozo de los Moros, con 1219 metros.

Según el censo de 2018, la población de Villasrubias es de 283 habitantes. Además, hay que tener en consideración que la población del pueblo, a lo largo del siglo XX, ha variado bastante, con una curva descendente a partir de los años 60 debido a la emigración, fundamentalmente a Francia, que no fue compensada por el crecimiento de la natalidad. 

Se puede ver en cualquier rincón aflorar la pizarra y el granito así como vetas de tierras amarillas, ocres y rojas. Pero al viajero llama más la atención el río Frío, del que dicen los mayores que movía molinos como el del ‘Cubo’, el de los estanqueros, el del tío Adolfo, el del tío Galo, hoy en día, por desgracia como muchos otros bienes materiales de enorme interés arquitectónico y etnográfico, desaparecidos o en el mejor de los casos en ruinas. Las gentes de más edad de Villasrubias aún recuerdan cuando el molino del ‘Tío Adolfo’ poseía turbina que daba luz a Peñaparda y tenía sierra. La pesquera o presa remansaba el agua con la que se movía la turbina de la hidroeléctrica Castaño que a partir de 1952 dio luz a Villasrubias, Robleda y Martiago, también hoy en ruinas.

En su visita por el núcleo urbano el viajero encuentra la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. De una sola nave con tres arcos de granito que sujetan el tejado. La iglesia ha tenido muchas reformas –como la mayoría- pero fue la de los años 80 –dicen los mayores- la que cambió totalmente su aspecto, algo que se vivió en muchos pueblos perdiendo la ornamentación interna para constituirse en templos de paredes insípidas con la piedra a la vista. La torre de las campanas fue en 1700 una torre de defensa del municipio que, además, servía de horca de ajusticiar.

El pueblo ha perdido prácticamente su fisonomía típica aunque todavía se pueden observar viviendas de paredes de pizarra y tejados bajos. La casa típica constaba de un corral delantero con pared baja y chozo de escobas para cobijar el carro. La casa con una puerta de entrada y una ventana o ninguna. Sin chimenea, el humo salía por la puerta, por entre las tejas o los lumbreros que era quitar un par de tejas o tres de las de arriba o cobijas más o menos encima de donde se hacia la lumbre.

Dejamos Villasrubias para continuar nuestro encuentro con El Rebollar, un dulce remanso que el torbellino del tiempo aún respeta en algunas de sus manifestaciones que nos esperan en Peñaparda.

GALERÍA DE IMÁGENES DEL VIAJE A ROBLEDA Y VILLASRUBIAS