Empieza a atardecer en Dehesa de Milagro, al sur de Navarra, y se levanta una brisa débil, incapaz de mover las briznas de hierba en el reflejo de un charco. Alrededor del mismo se vislumbran medias lunas talladas sobre el barro seco, pronto cubiertas por un pasto denso sobre el que relampaguea una manada de yeguas. Todas estas purasangres -algunas residentes, otras huéspedes- aguardan entre estas vallas el día en que sean llevadas a yacer con el legendario semental.
Cadarak, que merodea en solitario a unos cientos de metros, es el padre de casi todos los purasangres ingleses (PSI) nacidos en España. Su hijo más mediático, Noozhoh Canarias, ha sido bautizado por la prensa como el mejor caballo español del siglo XXI. El mundo de las carreras hípicas cuenta con una mitología que ya quisieran muchas religiones.
Todos los genes masculinos de esta raza descienden de tres caballos nacidos a principios del siglo XVIII: Byerly Turk, Godolphin Arabian y principalmente Darley Arabian, el ejemplar que James Darley, cónsul británico en Alepo (actual Siria), envió a Inglaterra para cruzarlo con yeguas locales.
El objetivo era que estos caballos, turcos o árabes, aportaran su agilidad y resistencia para lograr una raza idónea para carreras de larga distancia. No en vano, el italiano Federico Tesio, apodado el Mago de Dormelo y uno de los grandes criadores de purasangres del siglo XX, publicó en 1947 un libro con sus reflexiones titulado Puro-Sangue: Animale da Esperimento.
El 85% de los purasangres ingleses que hay en el mundo actualmente descienden de Phalaris, un campeón que vivió entre 1913 y 1931; también Cadarak, separado de Phalaris por ocho generaciones y de Darley Arabian por 25. "En una veintena de generaciones de cruzar lo mejor con lo mejor se ha construido un caballo imposible de batir por cualquier otro", dice Felipe Hinojosa, dueño de esta yeguada navarra y el principal criador de purasangres de España. "Un potro de tres años de una raza normal no gana a una yegua purasangre preñada".
Por su carácter emblemático y los miles de millones de euros que mueven las disciplinas hípicas, no es sorprendente que el primer genoma de caballo secuenciado en 2007 fuera de una purasangre llamada Twilight, cedida por la Universidad de Cornell.
Sin embargo, ahí se quedó todo. Los avances de la genética, su potencial para conocer mejor el genoma o tratar enfermedades, chocan contra una tradición en la que lo que da forma a la raza son únicamente los resultados deportivos y la cosanguineidad.
En un mundo donde los corredores de apuestas de Epsom siguen subiéndose a un cajón de madera para no manchar el terreno inglés con sus trapicheos, recursos como la inseminación artificial, la fecundación in vitro o la clonación, habituales en la hípica de doma o salto, están totalmente prohibidos. La única forma válida de obtener una cría de purasangre inglés la establece un histórico organismo llamado The Jockey Club y es la monta natural: acercar una yegua al semental y esperar que éste acepte cubrirla.
Caballos salvajes
El ser humano empezó a emplear los caballos hace más de 5.000 años. Los purasangres ingleses son el caso más extremo de la domesticación de una raza, porque están hechos ex profeso para el disfrute humano. En la otra punta del universo equino, un grupo de investigadores daneses acaba de lograr la secuenciación del genoma de la única raza de caballos salvajes, los Przewalski, que viven libres en las praderas de Mongolia.
Ludovic Orlando, del Centro de Geogenética de la Universidad de Copenhague, comparó además esta secuencia genética con los restos de un caballo de 700.000 años de edad que se encontró congelado en el permafrost de Yukon, al noroeste de Canadá, y con los de otro equino de 43.000 años de antigüedad. "En un estudio publicado el año pasado en PNAS mostramos que estos caballos del Pleistoceno pertenecían a un población que hoy está extinta pero que, sin embargo, ha contribuido significativamente a los genes de los caballos domesticados de hoy en día". Los resultados muestran que un 15% del genoma de los caballos actuales contiene ese ADN ancestral.
Hace más de 45.000 años, la raza Przewalski se separó de aquella, más dócil, que condujo a la de los caballos que el hombre acabaría domesticando. El trabajo de Orlando y sus compañeros sirve precisamente para trazar las diferencias que ha habido en estos últimos siglos entre los asalvajados caballos mongoles y los purasangres ingleses, cuya evolución como raza ha dependido únicamente de los éxitos en carreras como las 2.000 Guineas o el Prix de l’Arc de Triomphe.
"Hemos usado tres aproximaciones diferentes para identificar las diferencias genéticas", dice el genetista danés. Primero, miraron las mutaciones que cambiaban la secuencia de proteínas codificadas por un gen, y encontraron 53 genes específicos de los Przewalski. "Estos genes están implicados en la actividad cardiaca, la digestión, las glándulas sebáceas y el desarrollo craneofacial y muscular", apunta Orlando. En segundo lugar, buscaron las diferencias de frecuencia en las secuencias de genes y aparecieron los 874 genes que afectaban al color, el metabolismo, las contracciones musculares o los cambios de ánimo.
Por último, buscando regiones selectivas, estos científicos daneses identificaron dos genes, llamados CACNA1D y PLA2G1B, "que son parte de la ruta de liberación de la hormona gonadotropina, clave para el comportamiento y la agresividad, por lo que pensamos que podríamos haber identificado las claves de las diferencias de comportamiento entre ambos tipos de caballo". Frente a la docilidad de un purasangre, a los Przewalski hay que anestesiarlos con cerbatana antes de tratarlos.
Todo esto sería de gran utilidad para los criadores de purasangres si pudieran hacer uso de estas técnicas de manipulación genética para silenciar o potenciar la expresión de un gen. Pero la tradición obliga a que los métodos de cruce sean parecidos a los de Gregor Mendel y sus guisantes.
En el fondo, esto es atletismo de caballos y, como en el humano, está permitido beneficiarse del progreso tecnológico, pero siempre que no se altere a los corredores.
Hinojosa usa, por ejemplo, un software que evalúa cruces entre caballos y yeguas basados en el rendimiento deportivo y el valor que el programa calcula para ambos. "Es una base de datos muy buena, pero no es genética verdadera", concede. Todo funciona igual desde el siglo XVII, cuando se creó el Stud Book, libro genealógico sobre el que se asentaron los pilares de esta raza. "Lo único que se han hecho son análisis genéticos para tratar de determinar la distancia que un PSI es capaz de correr", dice el criador.
La maldición de la cosanguineidad
En la finca navarra, su director Luis Felipe Pérez apoya la bota en un travesaño de la valla, se protege con la visera de la gorra y se enciende un cigarro por debajo de la camiseta. Este veterinario riojano observa a un grupo de potros entre los que se encuentra Echenique, al que tuvieron que enderezar las piernas al nacer. El potrillo salió adelante y alguien del staff, entre lo jocoso y lo solemne, lo bautizó como el dirigente de Podemos.
En realidad, las piernas deformadas son uno de los problemas de salud que se dan con más frecuencia en esta raza de caballos de carreras. Son problemas intrínsecos derivados de la cosanguineidad, del hecho de que estén diseñados para correr, cada vez más rápido y más lejos. Muchos sufren de sangrado pulmonar y un 5% tienen corazones anormalmente pequeños. También son menos prolíficos que otras razas. Normalmente, de cada tres años, paren dos. Genéticamente, la de los purasangres es una carrera perdida.
Pero nada cambiará mientras las carreras sigan siendo un negocio tan lucrativo. Irlanda, cuna de algunos de los mejores campeones, recibe cada año yeguas para cruzarlas con los mejores sementales del mundo. Para un país tan pequeño, acoger entre 3.000 y 4.000 yeguas internacionales supone una fortuna. "Tres meses de estabulación, transporte, intermediarios, la tarifa por cubrir a la yegua... si mandas una probeta por mensajería te cargas el invento", dice Pérez.
Está por ejemplo la irlandesa yeguada Coolmore, donde reside Galileo, el semental más deseado del mundo y descendiente, igual que Cadarak, de leyendas como Sadler's Wells o Northern Dancer. Está Banstead Manor, yeguada propiedad del misterioso septuagenario Khalid Abdullah. Como decíamos, pura mitología. Pero al mismo tiempo, está la sorpresa. "Lo bonito de esto", dice Pérez, "es que puedes gastarte dos millones de euros en el mejor caballo de la subasta de Kentucky y que te acabe ganando un potrillo desahuciado comprado por 3.000 euros".
Puedes gastarte millones en el mejor caballo de la subasta de Kentucky y que te acabe ganando un caballo de 3.000 euros
Hinojosa explica:"Cruzas un pentacampeón con una pentacampeona y la garantía de que tengas un buen cruce es cero, pero ese ensayo-error tiene lo bonito de la lotería: sin riesgo no hay gloria y esa incertidumbre de no saber el resultado es lo que te invita a seguir".
Esa parte azarosa es la que los avances en genética podrían reducir. Por ejemplo, se podría silenciar un gen que contribuyera a reducir las opciones de padecer anemia infecciosa equina o controlar la cosanguineidad variando la dotación genética sin salirse de la raza. Nada de esto es una opción para estos caballos de carreras, donde todo se sigue fiando a lo que los más viejos del lugar llaman l'influx nerveux, es decir, el corazón, las ganas de triunfar.
Los científicos saben ya que incluso eso tiene una expresión en los genes, pero estas noticias tardarán años en llegar a la raza de caballos más artificial del mundo, aquella que todavía recorre en Newmarket el mismo trazado que el rey Carlos II de Inglaterra estableció en 1670.