Dado que aún no hemos conocido alienígenas, no tenemos la menor idea de cómo podrían ser, pese a que los hayamos imaginado miles de veces en la ficción. Tampoco de cuáles serían sus costumbres; los humanos nos comunicamos como algo natural, por lo que no es descabellado pensar que también lo harían otros seres inteligentes en el universo. ¿Por qué no comprobarlo? Hace más de medio siglo, el 19 de septiembre de 1959, los físicos Philip Morrison y Giuseppe Cocconi proponían en la revista Nature que tal vez existían civilizaciones estelares más ancianas que la nuestra, observando nuestro Sol desde tiempo inmemorial y lanzándonos mensajes a la espera de que estuviéramos aquí para responder. Solo teníamos que escuchar.
Y así se hizo; por primera vez, el 8 de abril de 1960. Aquella mañana el astrónomo Frank Drake enfocó el nuevo radiotelescopio Howard Tatel, en el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Green Bank (Virginia Occidental, EEUU), hacia la estrella Tau Ceti, una de las más cercanas a la Tierra. Al año siguiente nacía formalmente lo que desde entonces se conoce como SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Pero tanto aquel primer rastreo de Drake como todos los demás emprendidos hasta ahora solo han encontrado silencio; en palabras del físico y escritor Paul Davies, un "silencio inquietante".
Falsas alarmas
¿Todos? Lo cierto es que la historia de SETI es una frustrante cadena de falsas alarmas; la primera, aquel mismo 8 de abril, cuando Drake y sus colegas giraron su antena hacia la estrella Epsilon Eridani y, de pronto, "una fuerte señal pulsada y única entró como un estruendo en el telescopio", recordaba Drake en un artículo publicado en 1979. La señal resultó ser una aeronave que volaba a gran altura, posiblemente un avión espía U-2, cuya existencia aún era un secreto militar. Fue la primera decepción, a la que siguieron otras: en 1963 el astrónomo ruso Nikolai Kardashev propuso que una fuente de señales de radio identificada poco antes y denominada CTA-102 correspondía a una civilización alienígena, pero se descubrió que era un tipo de objeto astronómico denominado cuásar.
Cuatro años después una señal pulsante mantuvo en vilo a los astrónomos, que la bautizaron como Little Green Men (Hombrecitos Verdes). Resultó ser una estrella giratoria de neutrones, el primer púlsar, CP 1919, hoy denominado PSR B1919+21. En 1997, el Proyecto Fénix del Instituto SETI captó una nueva posible transmisión, que 24 horas después fue identificada como procedente de SOHO, una sonda espacial de observación solar de la NASA y la ESA. Aviones, satélites, fenómenos astronómicos naturales o incluso hornos microondas que los astrónomos empleaban para calentar su almuerzo; en eso han quedado hasta ahora todas las presuntas señales de ET captadas por los radiotelescopios.
Un grito en el silencio
Pero no, no todas. Hay una que hasta ahora ha escapado a una explicación incontestable. El 15 de agosto de 1977, el radiotelescopio Big Ear de Ohio -formalmente llamado Radioobservatorio de la Universidad Estatal de Ohio (OSURO)- escuchaba el cielo en busca de señales, como llevaba haciendo desde 1963, mientras la impresora vomitaba los resultados, una serie de columnas de dígitos y espacios en blanco. Cada una de esas columnas correspondía a un canal con un ancho de banda de 10 kilohercios, mientras que los números en vertical reflejaban la intensidad de la señal recogida durante 12 segundos en relación al ruido de fondo. Así, un espacio en blanco significaba un valor de intensidad menor que 1, al que seguían las cifras del 1 al 9 para emisiones de potencia creciente. En caso de una señal de intensidad 10, el aparato imprimiría una A, una B para el 11, y así sucesivamente. El resultado rutinario era un conjunto de espacios en blanco y números bajos, la mayoría unos. Es decir, solo silencio.
Pero de repente, a las 23:16:01 de aquel día, sucedió algo extraordinario: 6EQUJ5. La impresora registró una emisión que crecía hasta la letra U, correspondiente a una intensidad de 30 veces sobre el ruido de fondo, para después desaparecer; un grito en el silencio. Cuando el astrónomo Jerry Ehman, que dedicaba al proyecto algo de su tiempo libre en la Universidad, descubrió en el papel continuo aquella insólita anomalía, rodeó la señal con una marca roja y escribió en el margen "Wow!", el nombre con el que esta misteriosa señal se ha conocido desde entonces.
La señal Wow! procedía de la constelación de Sagitario, cerca de la estrella Tau Sagittarii, a 122 años luz de la Tierra. Era exactamente lo que los astrónomos habían esperado encontrar desde el artículo de Morrison y Cocconi: una señal en la frecuencia de 1.420 megahercios o 21 centímetros de longitud de onda. Los autores de aquel trabajo pionero habían propuesto que esta banda podría servir como saludo universal entre civilizaciones alejadas, ya que es la frecuencia a la que emite el hidrógeno molecular, el elemento más simple y abundante del cosmos. Pero después de aquellos 72 segundos, la fuente de Wow! se apagó para siempre. Ni el Big Ear un minuto después, ni ningún otro radiotelescopio desde entonces, han sido capaces jamás de volver a captar algo semejante.
Nadie ha podido tampoco demostrar fehacientemente qué la causó: varios estudios han descartado que su origen fuera una interferencia terrestre o que procediera de satélites u otras fuentes conocidas. Algunos expertos, como el astrofísico David Black, presidente y consejero delegado del Instituto SETI de Mountain View (California), opinan que jamás lo sabremos. Otros, como Ehman, siguen manteniendo que aquello fue probablemente el primer, y hasta hoy único, contacto con una inteligencia alienígena.
Cometas en el cielo
Un nuevo estudio en la revista Journal of the Washington Academy of Sciences viene ahora a pinchar las esperanzas de quienes veían en la señal Wow! una razón de peso para seguir insistiendo en la búsqueda de señales alienígenas. El astrónomo Antonio Paris, del St. Petersburg College (Florida, EEUU), y el divulgador de ciencia espacial Evan Davies, del Explorers Club, han descubierto que dos cometas desconocidos en 1977, denominados 266P/Christensen y P/2008 Y2 (Gibbs), transitaron por el cielo entre el 27 de julio y el 15 de agosto de 1977, precisamente por la región de Sagitario en las cercanías de la fuente de la señal Wow! "Alrededor de cada cometa activo [...] existe una gran nube de hidrógeno con un radio de varios millones de kilómetros en torno a su núcleo", escriben Paris y Davies. En resumen: para los dos autores, tal vez la señal no era más que el brillo del hidrógeno de un cometa.
"Se me ocurrió la idea al pensar que quizá la señal era el resultado de un objeto planetario que se movía rápidamente a través del cielo, con un período tan largo que no se detectaría de nuevo", expone Paris a EL ESPAÑOL. "Los dos cometas no se descubrieron hasta después de 2000, ya que son pequeños y en 1977 había pocos fondos para la búsqueda de objetos cercanos a la Tierra", agrega. El astrónomo apunta que los cometas ya no estaban en la misma área del cielo cuando los investigadores volvieron a observarla en el intento de recuperar la señal. "Interesante, ¿no?", insinúa.
Así pues, ¿asunto zanjado?
No tan deprisa. Algunos expertos han expresado sus dudas de que el brillo del hidrógeno de un cometa pudiera ser tan fuerte como para causar una señal tan atronadora. Paris replica: "Los cometas emiten señales de hidrógeno, ya sean fuertes o débiles, y a nadie más se le ha ocurrido una explicación plausible; los investigadores de SETI piensan que se trata de alienígenas, pero no han aportado pruebas, solo conjeturas".
El misterio prosigue
Y hablando de los investigadores de SETI, nadie mejor para valorar la hipótesis de Paris y Davies que el astrofísico Seth Shostak, director del Centro de Investigación SETI, en el Instituto SETI, y flamante ganador del premio Carl Sagan de divulgación científica en 2015. "Hay ciertas cosas sobre la explicación de Paris y Davies que me hacen cuestionarme si los cometas fueron responsables", expresa Shostak a EL ESPAÑOL. "En particular, los cometas se mueven con bastante lentitud a través del cielo; calculo que incluso los más rápidos se desplazan a no más de un sexto de grado al día". El astrofísico explica que la segunda observación de Big Ear, apenas un minuto después de la señal, debería haber captado de nuevo el mismo bocinazo cósmico, ya que los cometas apenas habrían cambiado de posición en el cielo durante ese breve lapso. "Pero de hecho, no se encontró nada". La conclusión de Shostak es clara: "Me inclino a decir que aún no sabemos qué causó la señal Wow!".
Por su parte, Paris reconoce que su hipótesis presenta fisuras: "Pudo ser un cometa, o tal vez no", admite. 266P/Christensen y P/2008 Y2 (Gibbs) volverán a recorrer la misma región del cielo en unos meses, el primero en enero de 2017 y el segundo justo un año después. "Si las señales coinciden, entonces tendremos una respuesta". Pero el astrónomo no confía en que estas próximas observaciones sean concluyentes: "Asumo que los cometas habrán perdido gran parte de su masa desde 1977", lo que daría como resultado una señal de menor intensidad que la Wow! Paris se siente al menos satisfecho de que su intrigante teoría haya "abierto de nuevo las puertas del misterio". Pero concluye: "Hay grandes posibilidades de que nunca lleguemos a saberlo".