Calor en el pecho, rubor en las mejillas. Ver al ser amado desencadena una cascada de emociones y sensaciones. Ahora el arrebato, el enamoramiento se pueden medir. Al menos, su temperatura. Un grupo de científicos del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (Cimcyc) de la Universidad de Granada ha elaborado el primer “mapa térmico del amor” del mundo: entre uno y dos grados sube la temperatura en las mejillas, el pecho, la zona de la boca, las manos y los genitales cuando se está enamorado.
La Termografía era una disciplina que sólo se aplicaba en el campo de la Medicina. Este grupo de científicos es pionero en utilizarlo en Psicología. En 2012 empezaron sus investigaciones y, según explica uno de los profesores que las ha dirigido, Emilio Gómez Milán, tomaron como punto de partida el hipotálamo, la región del cerebro que regula la temperatura corporal y en la que residen las emociones básicas, como la alegría, el miedo, la tristeza o la rabia, pero también otras complejas como el amor, la empatía o la satisfacción sexual. Y quisieron comprobar cómo interactúan.
El amor investigado, en este caso, no es cualquier amor. Es el amor romántico. El inicial, el que tiene como rasgos principales “pasión e intimidad”, precisa González Milán. Porque a las 60 personas a las que se les ha sometido a prueba, aparte de estar sanos y tener entre 24 y 47 años, debían estar enamorados y haber iniciado una relación sentimental unas pocas semanas antes.
En el laboratorio estuvieron desnudos durante 20 minutos para aclimatarse y se tomó su temperatura base. En distintas sesiones, al grupo experimental se les mostraba fotos elegidas de sus parejas, mientras al grupo de control se les mostraban de amigos o familiares. En definitiva, se manipulaban los estímulos para ver los cambios térmicos.
Gómez Milán señala que el amor se trata de un “sentimiento complejo” porque en él interfieren “el deseo sexual, la empatía y el compromiso social”. Tienen estudios previos sobre la empatía y han podido comprobar que mientras esta baja la temperatura, sobre todo, en la nariz, la pasión la eleva en manos y cara. El amor, por tanto, es una mezcla de ambas.
Para reforzar lo que la cámara termográfica ha captado, este equipo de 9 personas, formado por dos docentes que dirigen las tesis (además de Gómez Milán, también participa el profesor Francisco Tornay), técnicos de laboratorio y doctorandos, también ha utilizado otra técnica. Se trata de la prueba del agua fría o “cold estres test”, por la que se introduce la mano dominante de la persona estudiada (zurda o diestra) en un recipiente con agua a cero grados durante dos minutos. Después la mano se seca y se graba con la cámara. Lo normal es la recuperación de la temperatura en seis minutos, pero si se está enamorado y se muestra una foto de la persona amada, se reduce a sólo cuatro. El amor, por tanto, acelera la vasodilatación.
A cuántos grados está un “te quiero”
La utilidad de estas investigaciones está por ver, pero Gómez Milán, cree que más adelante se podría tomar como referencia esta misma prueba de amor inicial y ver los cambios de temperatura en tres años. Bromea con que pudiera ser utilizada en el ámbito judicial. Más de un encausado ha utilizado el amor como excusa para cometer o ser cómplice de un delito.
Hace cuatro años este equipo ya hizo una interesante labor sobre la mentira. Descubrieron el “efecto Pinocho”, por el que la temperatura de la nariz baja y aumenta la de la esquina interna del ojo (en la zona del lacrimal) cuando se miente. “Y sí podría estar al mismo nivel que la prueba de un polígrafo”, advierte, aunque existen expertos a la hora de mentir que pueden burlar cualquier sistema. Es una posibilidad nada desdeñable. De hecho, este profesor tiene conocimiento de que en determinados casinos y salas de juego son utilizadas las cámaras térmicas en partidas de póker y así detectar los niveles de control o ansiedad de los jugadores.
¿Y si su investigación acabara en una aplicación móvil? Existen apps con sistemas de termografía pero, afortunadamente, no son nada fiables porque la tecnología es muy cara, complicada y el software psicológico sería imposible. Gómez Milán ironiza con los riesgos que tendría saber a cuántos grados está un “te quiero”.
El amor a Dios y a los hijos
La línea de investigación abierta es ambiciosa. De hecho, ya tienen un estudio sobre el amor religioso y también lo tienen medido. Los participantes en esta prueba les pusieron a rezar o a mantener un diálogo con Dios. Sus caras al completo se encendían. Y el siguiente objetivo es medir el amor maternal de las mujeres que tienen hijos o los quieren tener y las que no. También se someterá a ello a los hombres. El estudio promete.