A Nikita, una delincuente juzgada y condenada por asesinar a un policía, el Gobierno la convirtió en una auténtica máquina de matar. Más allá de su destreza física, la protagonista de la conocida película del mismo nombre (Luc Besson, 1990) tenía una cualidad y carecía de otra: ignoraba lo que era el miedo y le faltaba prudencia.
Si los experimentos que publican este miércoles en Nature investigadores de la Universidad de Stanford pudieran replicarse en humanos, el filme cambiaría. No haría falta convertir a Nikita en lo que es, porque se podría distinguir a las personas que son como ella: aquéllas a las que el riesgo les tira hasta tal punto que no piensan demasiado en las consecuencias a la hora de actuar. Cómo dice el refrán, "haberlas, haylas".
Los científicos liderados por el psiquiatra Karl Deisseroth, reciente Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biomedicina, han descifrado el papel de unas neuronas concretas en esta valentía o, como ellos la definen, afición al riesgo. Así, han señalado al circuito neuronal involucrado en las preferencias en lo que a conductas arriesgadas se refiere. Es decir, las células cerebrales que hacen que optemos por un trabajo freelance muy bien pagado pero con menor seguridad frente a una cómoda nómina con un contrato indefinido.
Todo un circuito
"El comportamiento arriesgado puede ser valioso en algunos momentos", señala Deisseroth, que añade que las estructuras cerebrales de humanos y ratas son similares, por lo que todo apunta a que estos hallazgos son relevantes para las personas.
Los científicos se fijaron en el llamado sistema de recompensas, un complejo circuito cerebral que, curiosamente, comparten la mayoría de los seres vivos, desde las moscas a los humanos. En el sentido evolutivo, éste funciona por su papel esencial en guiar el comportamiento y asegurar así la supervivencia de las especies.
Dentro de ese sistema, hay un recorrido concreto que va del área tegmental ventral, situada en el tronco cerebral, al núcleo accumbens. Las células que pasean por este camino descargan dopamina, que se adhiere a los receptores que se encuentran en la superficie de ciertas células nerviosas de la última parada del viaje. Estos receptores se dividen en dos categorías: DR1 y DR2.
Lo que han descubierto los investigadores estadounidenses es que las células que acogen a los receptores DR2 en el núcleo accumbens se activan de forma distinta en los ratones más dados al riesgo que en los más conservadores. Para observar este fenómeno, implantaron un cable de fibra óptica en esa parte del cerebro de los animales, que fue capaz de registrar las señales electroquímicas de las células en cuestión.
Además, utilizando la optogenética -la técnica por la que es más conocido Deisseroth- consiguieron provocar ese efecto al estimular las células con luz. A través de esos procedimientos, lograron cambiar las preferencias y hacer que ratas arriesgadas se volvieran conservadoras.
Para conseguir lo opuesto, se aprovecharon de datos que se conocían en humanos. Ciertos fármacos para el párkinson, como el pramipexol -que estimula los receptores DR2-, provocan en sus consumidores conductas de riesgo, que se manifiestan en el desarrollo de ludopatía y otros efectos psiquiátricos. Así que los investigadores dieron esta droga a las ratas más conservadoras para convertirlas en Nikitas. Dar es, sin duda, un eufemismo, ya que inyectaron directamente el fármaco en el núcleo accumbens.
¿Traslado a humanos?
Un portavoz de la Universidad de Stanford explica a EL ESPAÑOL que estos experimentos difícilmente podrían repetirse en humanos. La razón es muy sencilla: "No se consideraría ético; no sólo requeriría de la manipulación genética del tejido cerebral, sino de la inserción invasiva de un cable de fibra óptica en el cerebro".
Por esta razón, comenta la misma fuente, pasará mucho tiempo, si es que se consigue alguna vez, hasta que se identifiquen en el cerebro humano las señales electroquímicas descritas en Nature.
Así, no sería posible elegir Nikitas para labores arriesgadas o personas conservadoras para trabajos que así lo requirieran. Pero ¿y fabricarlas? El portavoz cree que la puerta podría estar abierta al desarrollo de fármacos, como el pramipexol, para fomentar los comportamientos arriesgados. Sin embargo, aunque define el escenario como "intrigante", cree que la ética supondría de nuevo un obstáculo para ensayar estos medicamentos con tal fin.
Así, los investigadores resaltan el carácter básico de sus hallazgos, aunque creen que sí podría tener una aplicación práctica para humanos: estudiar en ratas los efectos de distintos medicamentos sobre el circuito descrito para predecir si influirán en el desarrollo de comportamientos de riesgo en los pacientes.