El cerebro no para e interviene hasta en los procesos más triviales. De ahí que la utilización de la resonancia magnética funcional (fMRI, de sus siglas en inglés) protagonice casi a diario titulares en las principales revistas científicas, copados por investigadores que han descubierto una u otra área cerebral involucrada en un determinado acto.
El último proceso que han desvelado los científicos es el gusto por la comida. ¿Qué hace que un niño deseche las verduras y se pirre por la pasta con tomate? A primera vista, podría parecer que se trata del propio gusto del menor y eso es lo que quisieron comprobar los investigadores de la Universidad de Kansas que firman el estudio, publicado en Nature Communications.
Pero su sorpresa vino al descubrir que no era éste el único parámetro que les afectaba. También el gusto de su madre influía en sus preferencias, lo que llamó la atención de los autores. "Pensábamos que las decisiones de los niños con respecto a la comida se basarían principalmente en el gusto y nos pareció interesante que los pequeños conocieran los gustos de sus madres y que esto también influyera en ellos", señala la autora principal, Amanda Bruce, a EL ESPAÑOL.
El experimento
Para llegar a esta conclusión, los investigadores diseñaron un experimento en varias fases, que combinaba pruebas de comportamiento y fMRI en 25 niños de entre ocho y 14 años. En primer lugar, mostraron a los participantes imágenes de ciertos alimentos y les pidieron que los puntuaran según lo que les gustaba, por un lado, y sus atributos saludables. Entre las 60 comidas incluidas estaban algunas tan dispares como las patatas fritas, las nubes de azúcar o el brócoli.
Después, los investigadores podían preguntarles aleatoriamente dos cosas: hasta qué punto les gustaría comer cada alimento o si creían que la comida en cuestión sería elegida por sus madres para ellos.
Todas las respuestas se incorporaban a un modelo de comportamiento, que calculaba qué factores hacían a los niños optar por uno u otro alimento. Lo que se demostró, es que estas decisiones "personales" se explicaban tanto por lo que habían puntuado a cada cosa en su sabor como por lo que creían que su madre aprobaría esa comida para ellos.
Resonancia magnética
El experimento tuvo una segunda parte, que demostró que la activación de un área cerebral concreta -la corteza prefrontal ventromedial (vmPFC) se relacionaba con las decisiones propias de cada niño, mientras que cuando el menor tenía en cuenta la opinión de la madre se encendía otra parte del cerebro, la corteza prefrontal dorsolateral izquierda (diPFC). El análisis de todos los datos demostró que, a nivel neuronal, las preferencias de la cuidadora regulaba las decisiones de los niños.
Según señala Bruce a este diario, este trabajo viene con deberes para las madres. Así, apunta, "éstas deben intentar incluir comidas saludables entre sus preferencias, dándose cuenta de que los niños las internalizan".
Una última pregunta para la investigadora. Y los padres ¿no pintan nada en la historia? "Al diseñar el estudio, discutimos si incluir a ambos progenitores. Para hacerlo más simple, optamos por fijarnos sólo en las madres. Yo diría que los padres también influyen en las preferencias de sus hijos, pero no tanto como ellas. En cualquier caso, esto habría que probarlo científicamente", concluye.