Algunos avances científicos, por importantes que sean, parecen no tener repercusión más allá de la propia ciencia. Descubrir las ondas gravitacionales o el bosón de Higgs son hitos recientes que, en principio, no generan efectos colaterales más allá de la física. Suele ser distinto en el campo de la biología, cuando es posible extrapolar los avances al ser humano e incluso, a largo plazo, cuestionar su propia esencia. En las últimas décadas, asuntos como la creación de vida artificial, la investigación con células madre y la clonación han alcanzado disciplinas como la filosofía, la ética y el derecho.
Desde hace meses el concepto de moda es la edición de genes a través de la nueva técnica CRISPR/Cas9, el avance más destacado de 2015 según Science. Este "corta y pega genético" permite hacer cambios muy precisos en el ADN de los seres vivos, pero como en muchas investigaciones biomédicas, es su posible aplicación en el ser humano la que ha levantado grandes expectativas, sobre todo a raíz de que en febrero las autoridades del Reino Unido dieran luz verde a su utilización para modificar genes de embriones humanos.
Esta misma semana, un panel de expertos de los Institutos de Salud de EEUU (NIH) han autorizado un ensayo clínico que probará un tratamiento contra el cáncer basado en esta técnica, que comenzará previsiblemente a finales de año.
En España, la posibilidad de editar embriones humanos con la técnica CRISPR/Cas9 también sería legal siempre que pase el filtro de la aprobación de una de las dos comisiones bioéticas destinadas a pronunciarse sobre este tipo de cuestiones. Si el objetivo fuera la investigación básica, se encargaría la Comisión de Garantías para la Donación y Utilización de Células y Tejidos Humanos; mientras que si se abordase un caso concreto de aplicación de la técnica, tendría que pasar por la Comisión Nacional de Reproducción Humana Asistida. A partir de ahí, las autoridades autonómicas son las encargadas de dar el visto bueno definitivo.
Carlos María Romeo Casabona, director de la Cátedra Universitaria Fundación BBVA-Diputación Foral de Vizcaya de Derecho y Genoma Humano de las universidades de Deusto y del País Vasco, ha sido miembro de las dos comisiones. "Lo primero que hay que destacar es, precisamente, que se trata de una técnica", comenta en declaraciones a EL ESPAÑOL. Como tal, puede suponer un gran salto para la investigación biomédica –resulta sencilla y barata, destacan los científicos- , como en su día lo fue la PCR o reacción en cadena de la polimerasa, por la que se obtiene un gran número de copias de un fragmento de ADN, pero "no es una investigación que busque un fin en sí misma, sino una herramienta".
Eso significa que en el laboratorio no hay problema para experimentar con ella, pero al entrar en el terreno de las aplicaciones aparecen las controversias. A medida que se perfilen sus verdaderas posibilidades "irán surgiendo los debates". Desde ese punto de vista, los expertos en bioética ya analizan sus repercusiones. "Tenemos que adaptar nuestras respuestas a las aplicaciones que pueda tener", afirma Romeo, que no descarta que sea necesario introducir "algún ajuste legal".
Anticiparse a la evolución
La clave está en que con CRISPR/Cas9 podrían modificarse las características del genoma sin esperar a que lo haga la evolución a lo largo de miles de años. Son cambios que afectarían a la línea germinal, es decir, modificaciones que se incorporan en el ADN de los descendientes y este aspecto es el verdaderamente relevante tanto desde el punto de vista tanto ético como legal.
No obstante, dos leyes vigentes desde hace alrededor de una década, la Ley de Reproducción Asistida (Ley 14/2006) y la Ley de Investigación Médica (14/2007) –además del Código Penal, que castiga la eugenesia- dejan resuelta la cuestión sin necesidad de agregar demasiados matices, según los expertos. En realidad, avances como la clonación –el próximo 5 de julio la oveja Dolly cumpliría 20 años- ya obligaron a trabajar a los especialistas en bioética y derecho para dar respuesta a cuestiones relativamente similares.
No es casualidad que en 2017 también se celebrará el vigésimo aniversario del Convenio sobre Derechos Humanos y Biomedicina o Convenio de Oviedo, que se posiciona en contra de modificaciones genéticas que se puedan transmitir a la descendencia. Sin embargo, este tratado impulsado por el Consejo de Europa no es una norma legal y está abierto a interpretaciones y matices, según Romeo. En su opinión, podrían tener cabida modificaciones no sustanciales con fines terapéuticos o preventivos, la verdadera aplicación está en la mente de los científicos.
No obstante, antes de entrar en el terreno de la legalidad, la ciencia tiene por delante el reto de garantizar la seguridad de la técnica en el ser humano. "El genoma es un todo, no sabemos si poner una pieza y quitar otra como si fuera un rompecabezas puede afectar a otras funciones, aunque resolver estos problemas seguramente sólo sea cuestión de tiempo", comenta el experto, que también es miembro del Comité de Bioética de España.
Entre la prohibición y la obligación moral
En cualquier caso, la necesidad de respuestas desde el punto de vista de la ética se tiene que anticipar a esa realidad. Según Romeo, existe un consenso bastante amplio entre los especialistas, que en general tienen una opinión favorable a la edición de genes siempre que se haga con fines exclusivamente terapéuticos.
Sin embargo, algunas voces la rechazan bajo cualquier circunstancia alegando criterios morales y apelando a cuestiones sociales como la equidad, la justicia y la no discriminación, puesto que algunos grupos humanos podrían verse beneficiados y otros no.
En el extremo opuesto se sitúan Julian Savulescu, filósofo australiano y profesor de Ética de la Universidad de Oxford, y John Harris, director del Instituto de Ciencia, Ética e Innovación de la Universidad de Manchester, que destacan como defensores de que el ser humano tiene una obligación moral de trasladar a su descendencia las mejores condiciones biológicas posibles y que ello incluye recurrir a las técnicas genéticas si fuera necesario.
Incluso ante la mayoritaria posición intermedia surgen muchas dudas, porque ¿dónde se sitúa exactamente la frontera que marca el uso terapéutico de lo que no lo es? "Entre lo patológico y un ser humano mejorado hay un amplio espacio indefinido que podríamos llamar de la normalidad que en realidad no existe, que sólo es un ideal", apunta Romeo.
"Casi todos estaríamos de acuerdo en evitar enfermedades de origen genético graves, no tratables, invalidantes y que provocan malformaciones, pero también hay genes que simplemente nos predisponen a padecer una dolencia que finalmente podemos no desarrollar", señala. "¿Y si decimos que una persona es más baja de lo normal? No hay un prototipo de ser humano".