Si hay un rasgo que tienen en común todas las micronaciones del mundo es su aspiración de independencia, ya sea real, como en los casos de Sealand y Sudán del Norte, o fingida, como en Talossa y Molossia. Pero en el fondo, la pretensión de sus fundadores es crear una diferencia donde previamente no la hay.
En cambio, en el territorio de uno de los países más desarrollados del planeta hay un reducto que no quiere independizarse; de hecho, se presta gustosamente a servir como base militar de la nación a la que pertenece. Y sin embargo, en todos los demás aspectos es, más que una micronación, un microcosmos, casi un feudo medieval en pleno siglo XXI, donde el tiempo parece haberse detenido.
En 1863, una granjera viuda escocesa llamada Elizabeth McHutchison Sinclair llegó a Hawái con su familia y unos cuantos animales, en busca de tierras donde establecerse. Por entonces el archipiélago de Sandwich, como lo había bautizado el navegante James Cook, había dejado de ser un grupo de islas enfrentadas entre sí para convertirse en un reino unificado bajo la dinastía Kamehameha.
Sinclair llegó al actual 50º estado de EEUU tras vender su granja en Nueva Zelanda, en busca de una nueva vida para sus hijos y nietos. En 1864 pagaba al rey Kamehameha V la cantidad de 10.000 dólares en oro por la adquisición de Niihau, la isla más occidental del archipiélago, un trozo de tierra árida de unos 10 por 30 kilómetros frente a la costa de Kauái.
Un señorío feudal
Desde entonces y hasta hoy, Niihau ha permanecido en las manos de la familia Robinson, los descendientes de Elizabeth Sinclair. Por supuesto, en el planeta existen muchas otras islas de propiedad privada, pero lo más habitual es que en ellas vivan sólo sus propietarios y las personas que trabajan a su servicio. La primera peculiaridad de Niihau es que se trata de una isla privada habitada, cuyos residentes viven en la propiedad de un terrateniente, como en los antiguos señoríos feudales.
Niihau no sólo es medieval en este aspecto. Haciendo honor al tocayo literario de los Robinson, la vida en la isla es casi de náufragos: no hay coches, ni carreteras, ni tiendas, ni restaurantes, ni médicos, ni policía, ni internet, ni electricidad, ni agua corriente. Los únicos medios de transporte son el caballo y la bicicleta, el agua se recoge de la lluvia, y la pequeña escuela se alimenta por energía solar. Allí los niños aprenden su propia lengua, un dialecto del hawaiano que sólo se habla en Niihau.
Y como en un estado feudal, es obligatorio vivir bajo las normas de los señores, herederos de la vieja tradición religiosa del presbiterianismo escocés: el alcohol está prohibido, los hombres no pueden llevar el pelo largo ni pendientes, y todos los residentes deben asistir a la misa dominical. Violar las leyes puede significar la expulsión de la isla.
Los actuales residentes son los antiguos trabajadores del rancho Robinson y sus descendientes. Hasta 1999, la familia propietaria de la isla mantenía una explotación ganadera que también obtenía ingresos de la exportación de pescado, miel y carbón vegetal, y que daba empleo a muchos habitantes de Puuwai, el único poblado. Pero tras el cese de la actividad por quiebra, en la isla no hay trabajo. Los Robinson mantienen su economía gracias al cobro de un alquiler millonario a la Marina de EEUU por el uso de una pequeña instalación militar en la isla.
Los residentes subsisten de la agricultura, la pesca y la confección de collares de conchas (leis) que se venden en los comercios de Kauái, pero también recurren a la beneficencia, aunque al menos no tienen que pagar renta. No se sabe con certeza cuántas personas viven en la isla, ya que los Robinson no están obligados a facilitar datos precisos. El último censo de EEUU, en 2010, registraba 35 viviendas con un total de 170 habitantes, 46 de ellos niños menores de 14 años. Pero la web de la Fundación del Legado Cultural de Niihau estima la población de la isla entre 30 y 70 habitantes, según la época del año.
Prohibido hablar con la gente
El desconocimiento sobre la vida en Niihau se debe al hecho de que está cerrada al turismo y a los curiosos, lo que le ha valido su sobrenombre: mientras que otras islas de Hawái son conocidas como "la isla amigable" o "la isla jardín", Niihau es "la isla prohibida", y los Robinson lo exhiben con orgullo. Los residentes tienen libertad de movimiento para marcharse y regresar, pero sólo ellos; incluso sus familiares necesitan un permiso especial de los propietarios si quieren visitarlos.
Pese a todo, es posible visitar la isla, pero por un precio considerable y de modo extremadamente controlado. Previo desembolso de 440 dólares, se puede contratar un tour de medio día en helicóptero desde Kauái, que incluye el descenso en una de las playas de Niihau para disfrutar del baño y avistar alguna de las focas que suelen dejarse caer por aquellos parajes solitarios. Después, de vuelta a Kauái: en Niihau no hay alojamientos, y los turistas tienen prohibido pernoctar en la isla o hablar con los residentes.
Aunque la pequeña isla anexa de Lehua está protegida como reserva de aves marinas, Niihau tampoco es el santuario ecológico que podría imaginarse: la segunda opción para visitar la isla es la caza. En 1992 los Robinson abrieron la isla a los cazadores que deseen abatir alguna de las ovejas salvajes o jabalíes que proliferan en Niihau, a los que se unen tres especies de herbívoros africanos (eland, oryx y arrui) procedentes de un parque de naturaleza de otra isla del archipiélago. La carne que no se llevan los cazadores sirve para alimentar a los residentes.
Por algo más de 5.600 dólares, quien lo desee puede permitirse el capricho de dispararle a un antílope en un pedazo de EEUU que incluso recuerda físicamente a la sabana africana: la isla es notablemente árida por encontrarse en la llamada zona de sombra de lluvia de la cercana Kauái, que le roba las nubes traídas por los vientos. Pero una vez más, al terminar la caza, nadie puede quedarse en Niihau.
La historia local cuenta que el 7 de diciembre de 1941, el día del ataque japonés a Pearl Harbor que motivó la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial, un piloto nipón cayó con su avión en Niihau. Allí tomó varios rehenes, pero pronto descubrió que se había estrellado en el lugar equivocado: acabó con el cuello cortado y el cráneo reventado contra una roca.