"El amor es emoción, y el sexo, acción". Esta frase, atribuida a Madame de Sévigné, una escritora francesa del siglo XVII, bien podría resumir la existencia de muchas especies del reino animal -también de los seres humanos, claro-, que realizan ímprobos esfuerzos con tal de poder aparearse. Algunos patos hacen crecer sus penes para competir por los favores de las hembras, los pavos reales despliegan un gran abanico de plumas para deslumbrar a sus conquistas y los hipopótamos mueven su cola, como si de un ventilador se tratase, mientras expulsan sus heces para indicar que han encontrado a la elegida.
Otras especies no lo tienen tan fácil y necesitan recorrer miles de kilómetros para poder reproducirse. El reino de las aves está plagado de ejemplos: desde el playerito pectoral, que ha llegado a volar hasta 13.000 kilómetros en distintas etapas para poder dejar su semillita en una hembra, hasta la reinita estriada, que es "del tamaño aproximado de un gorrión y que migra desde Estados Unidos a Cuba realizando un vuelo sobre el océano sin paradas de unos 3.000 kilómetros", explica Luis Martínez, biólogo de la organización SEO/Birdlife.
Sin embargo, si hay un pájaro que destaca sobremanera por el empeño y énfasis que pone a la hora de procrear, ésa es la aguja colipinta. En concreto, la subespecie denominada como limosa lapponica baueri. Este ave, que puede llegar a alcanzar una envergadura de unos 70 centímetros y un peso máximo de unos 600 gramos, ostenta el récord (conocido) de distancia recorrida sin escalas: 11.700 kilómetros en siete días. Del tirón. Sin parar ni un segundo para comer, beber o dormir. Tal y como señala Martínez, se trata de "una autonomía de vuelo superior a la de los habituales Boeing 747", que pueden realizar hasta 9.800 kilómetros con pasajeros.
Un fascinante viaje
La limosa lapponica se encuentra presente en casi todos los continentes de la Tierra, a excepción de la Antártida y América del Sur. Sin embargo, la subespecie de la que hablamos establece sus territorio de invernada en algunas zonas de Nueva Zelanda, Australia y algunas islas del suroeste del Pacífico. Cuando llega el invierno a estos lugares, la aguja emprende un fascinante viaje que la lleva hasta el norte de Alaska, donde se reproduce.
Un equipo de biólogos norteamericanos del Servicio Geológico de Estados Unidos consiguió certificar por primera vez la genial aventura transoceánica de la aguja en 2007. En concreto, una hembra bautizada como E7, a la que colocaron un diminuto transmisor en la cavidad celómica para monitorizar su recorrido, realizó un primer vuelo directo de 10.200 kilómetros hasta la reserva natural de Yalu Jiang, en la frontera de China con Corea del Norte, en el mar Amarillo. Tras una breve parada, volvió a alzar el vuelo para recorrer otros 7.400 kilómetros seguidos hasta llegar al norte de Alaska, donde se entregó a los placeres de la carne y a la cría. En total, 17.600 kilómetros.
Si el primer trayecto que realizó hasta China ya dejó fascinado al equipo de investigadores, la verdadera sorpresa llegó con el viaje de vuelta, cuando hizo Alaska - Nueva Zelanda, 11.700 kilómetros -prácticamente en línea recta- en una semana y sin paradas, a una velocidad media de unos 69 kilómetros por hora y estableciendo un récord que no ha sido superado hasta la fecha por ninguna otra ave.
Gracias a las nuevas tecnologías que los biólogos están utilizando con distintos tipos de aves migratorias se han podido conocer historias tan fascinantes como la de la aguja colipinta, o la del pequeño mosquitero musical, un pájaro de apenas nueve gramos que hace unos meses era recuperado en Suecia tras recorrer en 10 días 2.357 kilómetros desde Murcia. El desarrollo de sistemas de seguimiento vía satélite o de data loggers en miniatura están permitiendo analizar sus movimientos como nunca antes. Lo mejor, tal y como asegura el experto de SEO/Birdlife, está por venir: "A saber lo que volará un humilde vencejo como los que crían en nuestras casas sabiendo que puede estar meses volando sin posarse ni un segundo a descansar".