Acabamos de tener sexo. Solos o con otra persona. En ello, aunque no hemos reparado, han actuado miles de años de evolución, que han hecho de la experiencia algo mucho más agradable de lo que fue para nuestros antepasados. El olor corporal, la evolución de los senos e incluso un hueso que ha desaparecido del miembro viril han ayudado a que el coito, por placer o por reproducción, sea más fácil de nunca. Incluso el agarrarse a la monogamia sirvió para perpetuar la especie.
Caminar erguidos para marcar paquete
En algunos animales hay que buscarlo con lupa; en otros, agacharse un poco para descubrirlo entre las piernas o detrás de la cola (¡un saludo, caballos y elefantes!). En el caso de hombres y mujeres, los genitales están a la vista de todos cuando estamos de pie. Según una teoría del comportamiento, evolucionamos a un sistema bípedo para mostrar nuestra disponibilidad sexual: exhibiéndolos estábamos indicando nuestra disposición a reproducirnos.
La masturbación masculina airea el esperma
Cuando los hombres se masturban y eyaculan, están destinando al limbo miles de espermatozoides que no pueden fecundar un óvulo. Sin embargo, le están haciendo un favor a su cuerpo y a la evolución de la especie. Los biólogos evolutivos Robin Baker y Mark Bellis recogieron semen poscoital de mujeres y lo analizaron. Concluyeron que cuanto más habían pasado esos hombres sin masturbarse mayor cantidad de espermatozoides viejos habían iniciado su camino al útero. Por lo tanto, la masturbación humana se convirtió en la salida perfecta (nunca mejor dicho) para los espermatozoides viejos y una estrategia para asegurar que en el coito solo haya material de primera calidad… y que no nos hayamos extinguido como especie.
El hueso que desapareció
No nos vamos del pene. El músculo que tiene nombres mil contenía en el pasado un hueso en su interior que todavía conservan algunos parientes nuestros, como los primates. También, el clítoris. El llamado báculo fue el objeto de unas investigaciones del zoólogo Richard Hawkins. En 1978, Hawkins concluyó que las hembras podrían haber escogido a los machos por su forma de copular, es decir, si el hueso del pene les permitía penetrar bien o no. Y si la erección dependía del hueso, la situación era complicada.
Con el paso del tiempo (la desaparición tuvo lugar hace 1,9 millones de años), los machos se tuvieron que esforzar para tener mejores relaciones sexuales y el hueso fue siendo sustituido por un sistema vascular como el actual, que hacía al miembro más flexible y le permitía tener sexo en más posiciones.
Grandes senos
Y de los genitales a los pechos. Muchas personas se sienten atraídas por un busto grande, y también están las mujeres que deciden aumentárselo. La biología evolutiva lleva mucho tiempo estudiando por qué esta parte de la anatomía femenina atrae tanto. Una de las teorías es que los pechos más grandes significan más facilidades para la lactancia, como pasa con unas caderas anchas con el fin de parir; sin embargo, el volumen no se debe a las glándulas mamarias, que producen la leche, sino a la cantidad de grasa que hay en ellas. Además, los pechos más grandes pueden dificultar al bebé la respiración (les taparían la nariz) mientras se alimenta.
Por ello, existen otras teorías sobre el interés evolutivo en los pechos grandes, como que servían para demostrar que las mujeres estaban mejor nutridas (y por tanto con mayor capacidad para generar leche) o que estaban ovulando (momento en que los pechos crecen). Incluso, relacionado con el bipedismo del que hablábamos antes, los pechos femeninos se convertían en un sustituto de las nalgas, que quedaban ahora más ocultas, y se observaban como señal de disponibilidad para el apareamiento: cuanto más grandes, más fáciles de ver para comenzar a ligar.
Adiós al pelo
Hace millones de años, los seres humanos estaban cubiertos de vello. Ahora somos de los pocos mamíferos que conservamos una cabellera larga, y algunos aún tienen más o menos pelos por todo el cuerpo. Los científicos británicos Mark Pagel y Walter Bodmer publicaron en 2003 un estudio con su teoría, que relacionaba las pulgas con el sexo. De acuerdo a Pagel y Bodmer, nuestros antepasados se fueron desprendiendo del pelo para así librarse de enfermedades provocadas por garrapatas y otros parásitos. La evolución sexual hizo luego de las suyas: aquellas personas con menos pelo eran percibidas como más sanas y, por lo tanto, más ideales para procrear. Todavía hoy mucha gente se ve más atractiva así y se depila, o bien otras prefieren un torso rasurado a la hora de buscar ligue. Aunque también hay quien dice que donde hay pelo hay alegría…
Una fragancia sexual
Si el pelo atrae, más o menos según la persona, el olor también ha hecho de las suyas a lo largo de la evolución. Sin darnos cuenta, influye en la persona a la que elegimos para aparearnos, y no hablamos del perfume que gasta. En 2012, la doctora Denise Chen, del Laboratorio de Olfato Humano de la Universidad Rice, publicó un estudio sobre cómo los hombres segregaban sustancias en el sudor que activaban algunas áreas del cerebro de las mujeres.
Para llegar a esta conclusión, pidieron a algunos hombres que dejaran de usar desodorante; les colocaron unos parches y les pusieron a ver porno. Luego, dieron a oler esos parches a las mujeres. Los de aquellos que se habían excitado hicieron cambiar los cerebros de las mujeres.
Monogamia para esquivar las ETS
Si los animales copulan los unos con los otros, sin una pareja fija, ¿por qué la monogamia es lo mejor visto en los humanos (aunque las relaciones abiertas y el poliamor cada vez tienen más adeptos)? De nuevo, la evolución acude en nuestra llamada: para evitar las enfermedades de transmisión sexual.
De acuerdo a unas investigaciones publicadas en Nature, en las antiguas sociedades agrícolas las enfermedades se transmitían con mucha facilidad. Sin embargo, si las relaciones sexuales se mantenían solo con otra persona descendían las muertes. De este modo, la fidelidad a la pareja era un motivo para mantener la especie. Los preservativos y otras concepciones sobre la monogamia destierran estas ideas en la actualidad. ¿Estamos viviendo un nuevo paso evolutivo?