La historia se repite, no es la primera vez que Barcelona pierde la carrera por ser la sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA). La ubicación de este organismo, que se creó oficialmente en 1995, se decidió en una cumbre europea en Bruselas el 29 de octubre de 1993. Algunas cosas parecen calcadas, como la condición de favorita de la ciudad condal. Otras eran radicalmente distintas, especialmente el clima político.
Entonces, como ahora, las infraestructuras eran una gran baza para una ciudad que aún estaba de resaca tras los Juegos. Estaba todo pensado: descuentos para los funcionarios europeos por la compra de pisos en la Villa Olímpica, todo el espacio del mundo en ese mismo entorno para que se instalaran las empresas farmacéuticas que quisieran estar cerca de la agencia y, por supuesto, un magnífico edificio de 8.300 metros cuadrados que había sido sede de los controles antidoping y que solo estaba ocupado en parte por el Instituí Municipal d'Investigació Médica (aún faltaban seis años para que la Torre Glòries se empezase a construir).
Pero entonces, como ahora, las cuestiones políticas tenían mucho más peso que las técnicas. Del proyecto se hablaba desde casi dos años antes, pero en los meses previos el sector farmacéutico español ya se olía lo peor viendo que John Major emprendía una intensa campaña para llevarse a Londres la agencia que tendría que evaluar todos los medicamentos que se pondrían en circulación en los países miembros.
Algunas fuentes apuntaban a que el primer ministro británico, a pesar de que veranease en Candeleda (Ávila), no tenía las mejores relaciones con Felipe González, mucho más próximo a su amigo alemán Helmut Kohl que al heredero de Margaret Thatcher, por lo que no iba a ceder fácilmente. Si el poder económico se tenía que ir a Alemania, ya que el Reino Unido no iba a compartir moneda con el resto, los británicos no estaban dispuestos a dejar escapar una de las joyas del reparto de los nuevos organismos comunitarios.
España aspiraba también a la Agencia de Medio Ambiente –para Madrid, se decía- que finalmente se llevó Copenhague. Algunas especulaciones previas apuntaban a que Felipe González estaba dispuesto a apoyar otras opciones para la EMA, como Lisboa, a cambio de más fondos de cohesión.
Finalmente, la elegida en la reunión de presidentes del Gobierno fue Londres y el Gobierno español se conformó con dos premios de consolación: la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, que actualmente tiene su sede en Bilbao, y la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea, en Alicante. Ambos entidades tenían cierto peso, pero estaban muy lejos del volumen económico iba a la Agencia del Medicamento, según las previsiones, y de hecho, en los días previos a este Consejo Europeo ni siquiera se mencionaban en la prensa española.
Europa y España, muy distintas
Eran tiempos en los que Europa trataba de configurarse una vez que había decidido unirse políticamente tras el Tratado de Maastricht y nadie podía imaginar por aquel entonces que el Reino Unido se iba a largar del club a pesar de las reticencias que siempre puso a la hora de ceder soberanía.
Mucho más remota parecía que el independentismo tuviese fuerza en Cataluña –a diferencia de ahora, cuando parece que la incertidumbre por la posibilidad de que la EMA volviera a quedarse fuera de la Unión a corto plazo ha sido decisiva-, puesto que el único grupo que en el Parlament defendía esta idea era ERC, con solo 11 diputados.
De hecho, el alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, y el president de la Generalitat, Jordi Pujol, felicitaron al Gobierno por sus esfuerzos –no era para menos cuando CiU era el principal apoyo de los socialistas en Madrid- y se apresuraron a pedir una de las dos agencias logradas por España.
Las declaraciones de Pujol tras conocerse la derrota parecen proféticas con respecto al futuro de Europa. "Una vez ya ganamos a París [en referencia a la obtención de los Juegos Olímpicos en octubre de 1986], pero Inglaterra ha jugado muy fuerte y, como parece que a veces está en Europa y a veces no, se le deben ciertas atenciones".
La derrota tuvo un segundo coletazo. En abril de 1994 se decidió quién iba a ser el director de la agencia y España apostó fuerte por Regina Revilla, directora general de Farmacia, pero tampoco pudo ser. Quedó segunda en la votación por detrás de Fernand Sauer.