La investigación biomédica suele ser un campo acotado lleno de normas éticas y garantías para los pacientes y que avanza paso a paso siguiendo rigurosamente el método científico. Pero a veces no es así y esta es una de las historias que lo demuestran.
Hasta hace 30 años las cirugías gástricas eran muy frecuentes, porque se desconocía que la mayoría de las úlceras de estómago están causadas por la bacteria Helicobacter pylori, que se puede tratar con antibióticos. El australiano Barry Marshall lo descubrió, cambió para siempre la forma de abordar este problema y terminó ganando el Nobel por ello, pero lo hizo por vías muy poco convencionales y tuvo suerte de poder contarlo.
Ya desde niño prometía, le encantaba experimentar. A los ocho años hacía electroimanes e intentaba fabricar explosivos comprando sustancias químicas en una farmacia. Con el paso de los años le dio por la medicina y en particular por el sistema digestivo, así que acabó en los sótanos del Royal Perth Hospital como discípulo de Robin Warren para intentar sacar adelante algún proyecto de investigación que completase su formación como médico.
Un friki de la tecnología
Warren había comprobado que en el estómago de muchos pacientes había bacterias con forma de espiral, muy poco comunes, pero desconocía si eso tenía alguna relevancia. Marshall se propuso intentar averiguarlo. Estamos ante un auténtico friki apasionado por la electrónica que en 1981 se había construido su propio ordenador para procesar textos, así que se tomó la tarea en serio y recabó información por todo el mundo sobre esos extraños microorganismos espirales.
De forma paralela, pidió muestras estomacales de 100 personas que iban a ser sometidas a endoscopias. Entre ellas, encontró 22 pacientes con úlceras y 18 de ellos estaban infectados con las bacterias. Así se le encendió la bombilla: tenía que haber una conexión entre estos microorganismos aún no caracterizados y la enfermedad, pero aún estaba muy lejos de probarlo.
Entre el médico y el psiquiatra
De hecho, intentó infectar a animales con las bacterias y fracasó. Sus colegas no le tomaban en serio: si algunas personas presentaban las bacterias y están sanas, no había razón para creer que fueran el origen de la enfermedad. Hasta ese momento, las úlceras se explicaban por el estrés, el tabaco, la genética, la dieta y el alcohol, aunque a veces ni siquiera encajaba nada de esto y entonces los médicos mandaban a sus pacientes al psiquiatra pensando en problemas psicosomáticos.
Marshall había llegado a un punto muerto y, sin ninguna evidencia a su favor, el comité de ética del hospital no iba a aprobarle ningún tipo de experimento, pero estaba convencido de que tenía razón. Así que sólo vio una salida, inocularse a sí mismo las bacterias sin comentarlo con nadie. "Era más fácil obtener perdón que permiso", escribiría después en su autobiografía. Ni siquiera se lo dijo a su mujer.
Un trago de bacterias
El 12 de junio de 1984 se bebió un caldo turbio que contenía las bacterias y no comió nada más a lo largo de esa jornada. Según narra Michael Brooks en su libro Radicales Libres, días más tarde estaba vomitando. Los médicos encontraron las bacterias en su estómago y las hicieron crecer en el laboratorio, siguiendo los pasos que exige la investigación médica para determinar el origen de una infección bacteriana. El periódico New York Star se hizo eco del caso muy pronto y publicó una entrevista con Robin Warren en la que afirmaba que su colega había estado a punto de morir.
El héroe de esta historia tenía pensado tratarse con un antibiótico, pero después reconoció que había tenido mucha suerte. No sé sabe muy bien cómo, su cuerpo reaccionó e hizo desaparecer la infección en poco tiempo. El caso es que se salvó y a partir de ese episodio todo cambió: los escépticos se convencieron de que aquella bacteria jugaba un papel importante. Bautizada posteriormente como Helicobacter pylori, ahora se sabe que causa un 90% de las úlceras de duodeno y un 80% de las úlceras gástricas, además de ser responsable de casi todas las gastritis.
Nuevos tratamientos
Gracias a la temeridad del australiano, en los años 90 comenzaron a cambiar los tratamientos de todas estas dolencias a pesar de la industria farmacéutica, que se resistió porque ganaba una fortuna con los anteriores, y desde entonces las cirugías relacionadas con estas cuestiones son muy escasas.
A Warren y Marshall les llegó el gran reconocimiento a su trabajo con el premio Nobel de Medicina de 2005 y se convirtieron en uno de los mejores ejemplos de que la ciencia no siempre sigue los caminos más ortodoxos para llegar al éxito.