Conservar los alimentos en buenas condiciones siempre ha sido un reto para la humanidad. Añadir sal a algunos productos o dejar secar otros puede ser suficiente en algunos casos, pero no hay nada como el frío, así que durante siglos funcionaron los pozos de nieve o neveros artificiales, donde se introducía el hielo traído de las montañas.
Ya en el siglo XVIII el escocés William Cullen descubrió que algunos procesos químicos repelen el calor, pero lo suyo era la medicina, así que no desarrolló mucho la idea. En Estados Unidos estaban mucho más interesados en este asunto. Thomas Moore construyó en 1800 una especie de cámara de aislamiento portátil para conservar bloques de hielo a la que llamó refrigerator, nada sofisticado, pero poco después Oliver Evans se fijó en el hallazgo de Cullen para diseñar algo que ya se parece bastante a nuestras neveras de hoy en día: era un ciclo cerrado de refrigeración por compresión de vapor.
Sin embargo, el proyecto se quedó en el papel durante tres décadas hasta que otro inventor, el estadounidense afincado en Inglaterra Jacob Perkins, construyó y patentó un sistema similar en 1835 y demostró que realmente funcionaba. Por eso, algunos le consideran el auténtico 'padre' del frigorífico aunque no tuvo ningún éxito comercial.
Parece ser que cuando llegó la noticia a Roma el papa Gregorio XVI exclamó: "Ya saben fabricar hielo. Eso es meterse en el terreno de Dios. Ahora van a llevar su irreverencia blasfema hasta el extremo de fabricar sangre". Lo cierto es que no hemos encontrado muchas referencias de que el sumo pontífice dijera tal cosa, aunque parece verosímil en un mundo que asistía perplejo a la Revolución Industrial mientras la Iglesia trataba de ver si los avances encajaban con sus dogmas.
En cualquier caso, el vicario de Cristo no habría sido ni el primero ni el último en rechazar esta innovación y tampoco Perkins fue el único en verse frustrado por este motivo. Al médico John Gorrie, que trabajaba en Florida, se le ocurrió que la mejor manera que luchar contra la fiebre amarilla era bajar la temperatura de los pacientes, puesto que la enfermedad desaparecía en la época más fría del año, así que después de darle muchas vueltas acabó fabricando una máquina aún más perfecta que la de Perkins y la patentó en 1851.
Contra el negocio de transportar hielo
Las primeras reacciones fueron positivas e incluso consiguió financiación para comercializar el nuevo aparato, pero la prensa comenzó a ridiculizarlo y pronto se quedó solo. ¿Qué había pasado? Es probable que tuviera algo que ver Federic Tudor, un empresario que se dedicaba a transportar gigantescos bloques de hielo en barco desde Nueva Inglaterra hasta el Caribe. Sea como fuere, de nuevo la refrigeración casera iba a tener que esperar.
El último personaje importante en el desarrollo de los frigoríficos fue el alemán Carl von Linden, que ya a finales del siglo XIX sentó las bases para una producción industrializada en la centuria siguiente.
Aún así, las neveras dieron muchos problemas a lo largo del siglo XX. Al principio porque empleaban como refrigerantes gases tóxicos que provocaron algunos accidentes. Después, porque fueron sustituidos por clorofluorocarbonos (CFC) y se vio que suponían una amenaza para la capa de ozono. Hoy en día se emplean otros productos químicos mucho más seguros y eficientes en cantidades mínimas.