La peor forma de evitar que alguien piense en un asunto que le preocupa o, por el contrario, le fascina, es decirle que no lo haga. Es de primero de Psicología. De hecho, la forma más habitual de convertir un pensamiento recurrente en una obsesión es intentar reprimirlo a cualquier precio o que, directamente, nos lo prohíban. Es lo que el psicólogo norteamericano Daniel M. Wegner bautizó en 1987 como "rebote de pensamientos" o "efecto rebote", un fenómeno cognitivo que se da con mucha más fuerza entre aquellos sujetos cuyos dogmas religiosos coartan sus instintos sexuales naturales y cercenan las más piadosas fantasías o "pensamientos impuros".
Lo acaba de demostrar un estudio realizado por el psicólogo Yaniv Efrati, fundador del Centro de Salud Sexual de Israel e investigador de la facultad de Educación, Sociedad y Cultura de la Universidad de Kfar-Saba de Tel-Aviv. Según este trabajo publicado en la revista Journal of Sex Research, la supresión deliberada de pensamientos relacionados con el sexo no sólo es infructuosa, sino que provoca que aquellos sujetos que tratan de alejarse y reprimir sus fantasías experimenten un mayor deseo o comportamiento sexual compulsivo, tal y como el propio Efrati lo denomina.
El trabajo contempla tres encuestas realizadas a adolescentes judíos ortodoxos y seculares. La primera de ellas, en la que participaron un total de 661 chicos y chicas con edades comprendidas entre los 14 y los 18 años, descubrió que los adolescentes religiosos experimentaban una mayor preocupación por tener fantasías y pensamientos sexuales no deseados que los no creyentes. Los resultados de la segunda encuesta, con más de 500 participantes, señalaron que los adolescentes religiosos también tienen un peor bienestar psicológico, experimentan niveles de ansiedad mayores y llegan a sentirse culpables por tener este tipo de pensamientos.
Por último, la tercera encuesta, realizada sobre una muestra de más de 300 individuos también de entre 14 y 18 años, evidenció que los adolescentes con fuertes creencias religiosas eran también más propensos a confesar que reprimían a menudo fantasías sexuales indeseadas y pensamientos relacionados con el sexo, un hecho que provocaba que tuvieran un comportamiento sexual más compulsivo a la vez que experimentaban sentimientos de culpa.
"Una mayor tendencia a suprimir los pensamientos y fantasías sexuales se relaciona con un comportamiento sexual compulsivo individual superior, un hecho que tiene sentido si tenemos en cuenta otros estudios sobre el efecto rebote en otras áreas y demuestra que la supresión de pensamientos sexuales genera una mayor preocupación por este tipo de pensamientos y fantasías", subraya Efrati en el estudio.
Según este psicólogo israelí que se declara creyente, el trabajo sirve para ilustrar la compleja realidad a la que se enfrentan los jóvenes religiosos de algunas sociedades en pleno siglo XXI, obligados a conjugar toda una serie de dogmas y mandamientos relacionados con la sexualidad con una sexualidad en plena ebullición cuando llegan a la adolescencia. "Es muy importante que la religión discuta la sexualidad y la trate de la manera correcta al comienzo de la adolescencia e incluso en la edad adulta para prevenir el desarrollo de comportamientos sexuales compulsivos", explica el investigador en Psypost.
Según el psicólogo, la respuesta que dan los padres ante las primeras experiencias que tienen los jóvenes con la sexualidad, ya sea con la masturbación o con la pornografía, resultan de vital importancia a la hora de que el niño desarrolle un comportamiento sexual saludable. "Los comentarios que califican la sexualidad como algo 'sucio' o 'prohibido' sólo provocan el desarrollo de una conducta sexual compulsiva".