Por si no tenían bastante con su histórica estigmatización, hace ahora 30 años los zurdos sufrieron un nuevo varapalo cuando se dio a conocer que vivían de media nueve años menos que los diestros. Lejos de ser la típica leyenda urbana de origen nebuloso, esta vez la información partía de un estudio científico serio –o eso parecía–, pero que con el tiempo se ha convertido en un gran ejemplo de malinterpretación de datos.
Los psicólogos Diane Halpern y Stanley Coren difundieron los resultados en 1988 en el artículo Do right-handers live longer?, publicado en Nature, y en 1991 en la revista Psychological Bulletin bajo el título Left-handedness: a marker for decreased survival fitness.
Su trabajo había consistido en echar mano de una lista de fallecidos de California y contactar con sus familiares para preguntarles si el muerto era zurdo o diestro. Así de sencillo. Cuando llevaban unos 2.000 casos se pusieron a analizar los datos y el resultado era contundente: al hacer la media, la edad a la que habían llegado los que usaban la mano izquierda era casi una década inferior.
Estadísticamente aquel dato era demoledor. De la noche a la mañana ser zurdo se había convertido en uno de los factores más importantes para predecir la esperanza de vida, más que casi cualquier hábito de vida o conducta de riesgo.
Como no había una explicación, comenzaron a surgir especulaciones vagas sobre el hecho de que el mundo, con todos sus utensilios y artefactos, está hecho para los diestros y que si no lo eres, tienes más riesgos de sufrir accidentes. El mito se extendió y hoy en día aún sigue vivo, aunque también es fácil encontrar el desmentido en internet.
Así se gestó la nefasta interpretación
¿Qué habían hecho mal Halpern y Coren? Básicamente, no habían tenido en cuenta que, precisamente, el estigma de ser zurdo iba a distorsionar gravemente los resultados. En las últimas décadas, se ha convertido en una característica completamente normal y aceptada, al menos en Occidente, pero no ha sido así a lo largo de la historia.
La Inquisición ya los perseguía y desde el comienzo del siglo XIX la represión a los zurdos se agudizó. La Revolución Industrial impuso las máquinas diseñadas para diestros y la educación obligatoria universalizó la idea de escribir con la derecha hasta tal punto de que a los niños más testarudos se les ataba la otra mano a la espalda. Esto quiere decir que durante mucho tiempo aunque una persona fuera zurda de nacimiento acababa por adaptarse como podía y nunca llegaba a declararse como tal.
Por eso, entre los muertos de finales de los 80 apenas podía haber personas de edades avanzadas cuyos familiares las identificasen como zurdas. En cambio, en la lista de muertos sí podía haber unas cuantas personas más jóvenes que hubiesen nacido ya hacia mediados del siglo XX, cuando comenzó a normalizarse el uso preferente de la mano izquierda.
En definitiva, si la mayoría de los muertos zurdos tenían menos edad, bajaban mucho la media del estudio e invalidaban las conclusiones que los investigadores pretendían sacar. En los años posteriores, aparecieron otros autores que refutaron estos resultados, entre los que se suele citar a Chris McManus, que desmontó el error en su libro Right Hand, Left Hand (Mano derecha, mano izquierda).
Datos del Reino Unido indican que a comienzos del siglo XX los zurdos no pasaban del 3%, mientras que ahora allí y en la mayoría de los países se sitúan entre el 10 y el 15%, aunque el estigma permanece en muchos lugares, por ejemplo en Japón, donde sólo un 2% de la población se reconoce como tal.
Otros mitos e ideas sesgadas
Sobre este colectivo circulan muchas otras ideas, tanto positivas como negativas, algunas son simples mitos, otras también están basadas en estudios erróneos y no faltan investigaciones más fiables en las merecería la pena indagar más.
Por ejemplo, algunos trabajos científicos están sesgados por ideas preconcebidas, como que los zurdos usan más el hemisferio derecho del cerebro y eso les convertiría en más creativos, a pesar de que ese tipo de división de tareas cerebrales está bastante desacreditada por los neurocientíficos. Otros aseguran que llegan menos a la universidad y ganan menos. Y otros que tienen ciertas habilidades que les dan ventaja en algunos deportes.
No obstante, hay tantos factores que influyen en la vida de las personas y hay estudios tan mal diseñados que cualquiera se fía.