Es difícil imaginar al científico más popular del siglo XX, en el cénit de su éxito y de su reconocimiento internacional, preocupado por mejorar un electrodoméstico. Pero así fue.
Albert Einstein acababa de darle un vuelco espectacular a la física. En 1905 publicó su teoría de la relatividad especial, en 1915 presentó la teoría de la relatividad general y en 1921 recibió el premio Nobel por la explicación del efecto fotoeléctrico y otras contribuciones a la física teórica. ¿Qué hacía este hombre a finales de los años 20 intentando diseñar nuevos modelos de frigorífico?
Todo empezó en 1926, cuando la prensa informó sobre una tragedia: los miembros de una familia habían muerto en Berlín mientras dormían por culpa de los gases tóxicos que desprendió su nevera. Estos aparatos comenzaban a popularizarse, pero para enfriar usaban gases nocivos sometidos a diferentes presiones por medio de compresores mecánicos y cuando se producía una avería resultaban muy peligrosos.
Tras leer la noticia, Einstein se puso en contacto con su amigo Leó Szilárd. Este húngaro experto en termodinámica sería conocido años más tarde por su contribución al Proyecto Manhattan para desarrollar la primera bomba atómica, pero de momento se iba a entregar a la idea de mejorar las neveras.
Los dos investigadores diseñaron un modelo que incluía una bomba de compresión sin partes mecánicas móviles, ya que funcionaba por medio de un campo electromagnético, lo que reducía la posibilidad de que las piezas se desgastaran y se produjeran escapes. Además, podía funcionar con gases menos tóxicos. En los siguientes años llegaron a presentar 45 solicitudes de patentes en seis países diferentes.
Las dificultades
La empresa alemana AEG se interesó por el invento y sus ingenieros comenzaron a trabajar en su desarrollo intentando solucionar los problemas que presentaba, por ejemplo, que era muy ruidoso. Sin embargo, cuando parecía que todo iba bien e incluso habían comenzado a venderse los nuevos modelos, las circunstancias económicas y políticas se volvieron radicalmente en contra.
Por una parte, con la Gran Depresión de 1929 la compañía canceló sus inversiones en investigación. Por otra, tanto Einstein como Szilárd, ambos de origen judío, tenían asuntos más graves de los que ocuparse: el nazismo subía como la espuma y era urgente huir de Alemania. Einstein viajó a Estados Unidos en diciembre de 1932 y al mes siguiente Hitler fue nombrado canciller.
Así desapareció cualquier posibilidad de que el nuevo frigorífico triunfara comercialmente, aunque algunos creen que en cualquier caso nunca lo habría conseguido. La principal razón es que el viejo sistema de compresores mecánicos había mejorado al introducir un nuevo gas refrigerante que no era tóxico, el freón, justo al comienzo de los años 30. De hecho, la mayoría de las neveras lo ha usado durante décadas aunque ahora se evita tras haberse identificado como uno de los responsables de la destrucción de la capa de ozono.
Nuevo interés en el siglo XXI
Sin embargo, el diseño de los dos físicos ha resucitado en cierto modo con la llegada del siglo XXI. El motivo tiene que ver con el medio ambiente. El frigorífico de Einstein necesita una fuente de calor para funcionar, pero no necesariamente tiene que ser la electricidad.
Un proyecto de la Universidad de Oxford recuperó la idea en 2008 con el objetivo de modificar el diseño para hacerlo más eficiente y con la posibilidad de insertar una bomba de calor mediante energía solar. La ausencia de partes mecánicas móviles también facilita el mantenimiento, así que puede ser una buena opción para zonas rurales aisladas de cualquier parte. Diversos proyectos en universidades y centros de investigación del mundo trabajan sobre ideas similares.