La preocupación por la dieta no viene de ayer. Ni el vegetarianismo ni la obsesión por comer alimentos más saludables son una moda exclusiva de nuestros días. Al menos en Estados Unidos tienen un par de siglos de historia, como demuestra el caso de Sylvester Graham, un ministro presbiteriano que defendía las dietas vegetarianas y la harina integral.
Tenía fama de buen orador y a sus conferencias iban miles de personas que se quedaban con la boca abierta ante la radical defensa de su idea de vida natural: sexo sólo para procrear, dormir sobre camas duras, nada de bebidas alcohólicas y una estricta alimentación basada en frutas y verduras porque al fin y al cabo, opinaba, somos clavados a los orangutanes.
Seguramente, como tuvo una infancia y una juventud bastante duras, no le costaba acostumbrarse a las privaciones y las recomendaba en casi todos los terrenos. Nació en Connecticut en 1794 en una familia de 17 hijos. Cuando vino al mundo, su padre ya tenía más de 70 años y sólo vivió otros dos, y su madre sufría una enfermedad mental, así que se hicieron cargo de él unos parientes que lo pusieron a trabajar en una taberna desde pequeño.
En ese temprano oficio debió de presenciar escenas tan poco edificantes que pronto se declaró enemigo del alcohol hasta el punto de que pasó a formar parte del Movimiento por la Templanza, que en sus versiones más radicales luchaba por abolir los licores.
Después de pasar por varios oficios, se ordenó pastor presbiteriano y se casó con Sarah Earl. Los cuidados de su mujer le ayudaron a sobrellevar una salud bastante endeble y en su búsqueda de una vida más sana, en la línea de la abstinencia alcohólica, comenzó a empaparse de las primeras ideas que circulaban sobre el vegetarianismo, como las del inglés William Metcalfe, que fundó en Filadelfia un movimiento religioso vegetariano, y William Alcott, que escribía libros sobre dietas, educación y moral.
Con todos estos mimbres, Graham desarrolló sus propias teorías en contra de la carne y las especias. En su opinión, la dieta estaba muy relacionada con las enfermedades y lo más conveniente era centrarla en el consumo de frutas y verduras frescas. En cuanto a las bebidas, sólo estaba a favor del agua fría, ni siquiera del té o el café. Al parecer, a él le funcionaba. En general, cargaba contra los agentes químicos y la leche comercial. ¿Les suena de algo? Un adelantado a su tiempo.
Las harinas y recetas de Graham
Sin embargo, su aportación más original fue la defensa de las harinas de trigo integrales, sobre todo con la publicación en 1837 de un libro titulado A Treatise on Bread and Bread-Making, que se podría traducir como Un Tratado sobre el Pan y su Elaboración. En su opinión, el pan blanco de la industria harinera contenía aditivos insalubres, así que era mejor hacerlo en casa, con una harina que sería mejor cuanto más rústica y menos refinada.
Sus recetas y sus ideas comenzaron a hacerse populares, salvo entre los panaderos, claro, que llegaron a agredirle en Boston. El caso es que había nacido un nuevo gurú de la alimentación en pleno siglo XIX, tanto que dejó sus labores como reverendo presbiteriano y comenzó a dar charlas multitudinarias. Ríete tú de los influencers actuales.
No está claro hasta qué punto se le puede considerar inventor de dos alimentos que han llegado hasta nuestros días: el pan Graham, que es tosco y crujiente, hecho con harina no tamizada que conserva en parte los granos de trigo; y las galletas Graham, similares a las de tipo Digestive que inundan los supermercados. Aunque habitualmente se le atribuyen al ministro presbiteriano, es posible que no fueran una creación directa suya, sino de sus seguidores.
Su dieta integral y el sexo
También existe una teoría que trata de relacionar todas las ideas de este personaje, según la cual, habría elaborado estos productos para salvarnos del pecado. Las harinas refinadas serían un alimento que, aparte de insano, despertaría nuestros instintos primarios y favorecerían la masturbación, lo que a su vez llevaba a todo tipo de problemas: acné, migrañas y epilepsia, nada menos. Así que la solución era distraer a nuestro estómago con estos panes y recetas para atajar los impulsos sexuales.
Al parecer, entre sus seguidores se encontraba John Harvey Kellogg. Sí, este apellido nos suena a marca comercial porque se trata del inventor de los cereales para desayuno Corn Flakes, también defensor del vegetarianismo.