El colega de Darwin que culpó a Noé de la extinción de los dinosaurios
- Robert Fitzroy defendía que estos animales desaparecieron porque no pudieron salvarse del diluvio universal.
- El médico que se jugó la vida con cloroformo para acabar con el parto con dolor
- El chapucero estudio que nos hizo creer que los zurdos vivían nueve años menos
El HMS Beagle es uno de los barcos más famosos de la historia y casi un mito para la ciencia. Entre 1831 y 1836 llevó a bordo a Charles Darwin en una vuelta al mundo que permitió al naturalista inglés desarrollar su idea de evolución biológica a través de la selección natural y, con ello, cambiar para siempre la idea que el ser humano tenía de la naturaleza y de sí mismo.
El capitán de ese navío era Robert FitzRoy, un personaje singular fruto de una época de cambios y de revolución del pensamiento. La biografía escrita por John y Mary Gribbin, ‘FitzRoy, capitán del Beagle’, revela los detalles de la vida de un maníaco depresivo que en cierto modo también marcó la historia de la ciencia.
Tras haber participado en una expedición hidrográfica a América del Sur como comandante de este mismo barco, le fue confiado de nuevo su mando y tuvo como compañero de cámara a Darwin, al que él mismo había invitado a sumarse a la travesía. Iba a ser el viaje científico más importante de la historia, pero en ese momento el capitán no podía saberlo y más tarde lo iba a lamentar.
Una anécdota ilustra muy bien el particular carácter de FitzRoy. Nada más regresar a Inglaterra, se casó con Mary Henrietta O’Brien, con la que estaba comprometido desde hacía muchos años y la noticia dejó boquiabierto a Darwin: habían compartido cinco años de vida y no le había dicho una sola palabra acerca de esa relación.
Defensor de los maoríes
Poco más tarde, su vida iba a transcurrir por otros derroteros. Primero fue elegido miembro del Parlamento británico por el Partido Conservador y en 1843 fue nombrado gobernador de Nueva Zelanda, aunque duró poco tiempo en el cargo. FitzRoy apoyó a los nativos maoríes que defendían sus derechos frente a los colonos británicos y aquello no sentó nada bien a sus compatriotas.
Así que el antiguo comandante de navío regresó a Londres y volvió a ocuparse de lo que le más le atraía, la navegación. En particular, estaba interesado por hacer más seguras las travesías y para ello conocer el tiempo era un instrumento fundamental, así que consiguió que el Parlamento crease una oficina meteorológica. De hecho, no era una preocupación nueva, puesto que en el Beagle fue pionero en utilizar una escala creada por Francis Beaufort que mostraba la fuerza del viento según sus efectos en el mar y así medir la intensidad de las tormentas.
La idea era recopilar datos del tiempo y ofrecer información a los navegantes. Para conseguirlo creó una red de estaciones costeras y un sistema de señales visuales que pretendía alertar a los barcos ante la proximidad de un temporal. Con las observaciones consiguieron averiguar que en ciertas latitudes la dirección del viento indica si una tormenta se acerca o se aleja y el telégrafo eléctrico ya facilitaba las comunicaciones a grandes distancias.
Sus mapas del tiempo
Además, diseñó un prototipo de estación meteorológica, con instrumentos que, dentro de las posibilidades de la época, servían para hacer predicciones. Por ejemplo, si el barómetro registraba un descenso de la presión atmosférica, es que se acercaba una tormenta.
En definitiva, estaba poniendo los cimientos de la meteorología hasta el punto de que The Times comenzó a publicar mapas que recogían sus previsiones. En definitiva, fue el primer hombre del tiempo casi como hoy los conocemos, un Roberto Brasero de la época.
El divorcio de Darwin
En 1859 su amigo Darwin, que le había ayudado a entrar en la Royal Society y con el que mantenía una buena relación, le iba a dar un serio disgustó al publicar ‘El origen de las especies’. Aquella obra fue interpretada por algunos como un ataque frontal a la religión. FitzRoy, conservador como el que más, se dio cuenta de que no habría sido posible sin el viaje del Beagle, así que se sintió traicionado y culpable y se dedicó a escribir furiosas críticas contra su colega y sus revolucionarias ideas.
No obstante, era un tipo inteligente consciente de que muchos avances de la ciencia comenzaban a no encajar en los dogmas. Por ejemplo, el descubrimiento de fósiles de mamuts y dinosaurios parecía chocar con la idea de un mundo inmutable en el que jamás se había extinguido ninguna especie.
La Biblia por encima de todo
Así que inventó una explicación, basándose en la que Biblia tenía respuestas para todo. Según su teoría, estos animales desaparecieron porque no pudieron salvarse del diluvio universal, sencillamente, porque eran tan grandes que no cabían por la puerta del arca de Noé, así que todos los de su especie perecieron ahogados.
¡Qué falta de previsión, Noé! Para que luego nos metamos con las construcciones navales de la Armada española. Aunque también podría haber introducido una pareja de mamuts bebés, ¿no? En fin, no se puede estar en todo. Por extravagante que parezca, aquella fue una explicación aceptada por muchos durante mucho tiempo.
En 1865 FitzRoy, víctima de una profunda depresión, se suicidó y no le dejó ni un duro a su familia porque había destinado toda su fortuna a costear sus proyectos. El gobierno británico creó un fondo para asistir a su viuda y Darwin, que al parecer no le guardaba rencor alguno a su antiguo amigo, aportó cien libras.