Llevas toda la vida tomándote mal la temperatura: el mito de la fiebre
- El común de los mortales se equivoca al afirmar que con 37 grados de temperatura corporal, e incluso menos, se tiene fiebre.
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Tener fiebre o no tenerla, ésa es la cuestión para sentirse moralmente respaldado para quedarse en casa por estar 'oficialmente' enfermo o, en cambio, tener que ir al cole o a trabajar. Pero, realmente, ¿cuándo podemos decir que tenemos fiebre? ¿A partir de 36,5 grados? ¿Cuando llegamos a 37 grados? ¿O cuando sobrepasamos ampliamente la barrera de los 37? Pues te sorprenderás si te digo que la cosa no es tan fácil y que puede que hayas pensado que tienes fiebre en un montón de ocasiones cuando realmente no es así.
Pero empecemos por el principio. Por definición, la fiebre es un conjunto de síntomas cuyo signo principal es la elevación anormal de la temperatura corporal, un fenómeno también conocido como hipertermia. Ésta se produce como respuesta de nuestro organismo ante la presencia de agentes de naturaleza infecciosa o no infecciosa. Sin embargo, nuestra temperatura corporal no sólo se elevará por la presencia de estos agentes, sino que también varía en función de la edad, la hora del día a la que la midamos, la zona en la que pongamos el termómetro, el nivel de actividad que realicemos o, en el caso de las mujeres, si tienen o no la menstruación.
Si bien es cierto que no existe una temperatura media universal, sí que es cierto que según diversos manuales médicos, la temperatura normal de nuestro cuerpo se podría situar en 37 grados (algunos estudios recientes hablan de hasta de 37,2 grados). A partir de esta cifra podríamos hablar de febrícula. Pero ojo, que la cosa cambia si la temperatura la medimos por la tarde, ya que podríamos estar dentro de los valores normales si el termómetro marca hasta 37,7 grados. Así, en función de la hora del día en que realicemos la medición, podríamos o no tener fiebre en un amplio rango de valores.
Tal y como señalábamos anteriormente, nuestra temperatura corporal podría cambiar sustancialmente si en vez de la axila (lugar que utiliza el común de los mortales para colocar el termómetro) introducimos el termómetro en el recto o la boca. El recto se considera la parte del cuerpo que ofrece una medida más fiable, sobre todo en los niños, ya que hasta él llegan gran cantidad de vasos de sangre, que son los que transmiten el calor. Así, por ejemplo, la temperatura corporal que ofrece el termómetro si lo introducimos en la boca suele ser 0,6 grados inferior a la del recto. Tanto el recto como la boca ofrecen temperaturas más altas que las que podemos encontrar poniendo el termómetro en la axila.
En los niños la temperatura normal dependerá tanto de su edad como del lugar de medición. Así, por ejemplo, en los niños de hasta tres meses de edad podemos afirmar que tienen fiebre si el termómetro marca 38 grados o más midiendo a través del recto. Así, en niños de 3 a 36 meses la fiebre se define por temperaturas que van desde 38 grados a 39 o más. A partir de los tres años en adelante, podemos considerar que de 37,8 grados en adelante tenemos fiebre. Así, si el termómetro puesto en la boca marca más de 39,5 tendremos una fiebre alta.
El origen del mito
¿De dónde surge el error de pensar que a partir de 36,5 grados e incluso con 37 grados tenemos fiebre? La historia es bastante conocida. En 1851, un médico alemán llamado Carl Reinhold Wunderlich, director del hospital de la Universidad de Leipzig, comenzó un curioso experimento cuyo objetivo era estudiar la fiebre con un enorme termómetro que se colocaba en las axilas y que requería 20 minutos de tiempo para registrar la medición. Repitió este proceso durante varios años y consiguió registrar la temperatura de 25.000 pacientes, según cuenta Mental Floss.
Los datos salieron publicados en uno de los primeros manuales de termometría médica, que él mismo firmó y en el que se concluía que con 37 grados centígrados ya podíamos hablar de fiebre. Además, señalaba que esta temperatura corporal ya era síntoma de una enfermedad. No fue hasta más de un siglo después, cuando decidieron contrastar los datos que ofrecía la investigación de Wunderlich, cuando se dieron cuenta de que no eran correctos debido a que el termómetro utilizado por el alemán no medía bien e incrementaba la temperatura real.