Vamos al supermercado y, si nos fijamos bien, podemos llenar el carrito con todo tipo de productos alucinantes que van a mejorar nuestra salud y a hacernos más jóvenes y guapos. Y es que las ciencias adelantan que es una barbaridad y así te lo anuncian los envases: "Champú de placenta vegetal y vitaminas". Suena bien, así que de algo servirá. O no.
El bioquímico de la Universidad de Murcia y conocido divulgador científico José Manuel López Nicolás es especialmente beligerante en la denuncia de estos casos, que utilizan una terminología aparentemente científica dando a entender que poseen ciertas propiedades que, a ojos de los expertos, son más que dudosas. En su blog Scientia recoge una serie de entradas que llama El increíble mundo de las etiquetas pseudocientíficas, en las que recopila casos que le mandan sus lectores y propone votar para elegir los más rocambolescos.
Entre las joyas recogidas en los últimos años están una sal que asegura estar "libre de organismos modificados genéticamente", un desodorante con "el doble de vitaminas y proteínas de la leche", agua "cosechada con música clásica", agua "para vegetarianos" y hasta "copos nutricionales cuánticos".
Eso sí, también habría que hacerle un homenaje aparte a quien diseñara un alimento infantil que supo dejar aparte los tecnicismos y utilizar una expresión mucho más accesible para el consumidor: "Sin porquerías".
'Células madre vegetales', un caso paradigmático
López Nicolás explica a EL ESPAÑOL que sus etiquetas favoritas son las de cosméticos, que utilizan reclamos como el de contener "células madre vegetales". Analizar este caso sirve para entender cómo la industria utiliza reclamos que confunden al consumidor.
Hay células madre en todos los organismos pluricelulares, que se dividen y se diferencian para convertirse en células especializadas en determinadas funciones. En la actualidad se investiga con ellas como alternativa terapéutica. Sin embargo, un producto cosmético no puede incluir células humanas. Aún así aprovechan la popularidad del término para incluir en los productos de belleza células madre vegetales a pesar de que no tienen nada que ver con el organismo humano y, por lo tanto, no tendrán ningún efecto. Por ejemplo, la firmeza de la piel de manzana es responsabilidad de la pectina y en la piel humana depende del colágeno, aclara López Nicolás en un artículo.
De hecho, no existen trabajos científicos que avalen los beneficios que algunos les atribuyen en este campo y hasta la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) ha advertido de que no se deben confundir las aplicaciones médicas de las células madre con mensajes comerciales no respaldados por la investigación.
"Usamos el primer reclamo que esté de moda, una moda que creamos nosotros mismos", reconoce Gemma del Caño, farmacéutica y especialista en I+D que trabaja en la industria de la alimentación, además de ser divulgadora científica.
'No importa si es verdad'
Según explica, a menudo todo parte de un artículo científico del que sale una información sesgada, por ejemplo, sobre las supuestas propiedades que tiene un potencial ingrediente. "Si el consumidor lo quiere, nos ponemos a trabajar, no importa si es verdad o no, lo importante es ser los primeros en tener lo último. La competencia es así, siempre hay que ir por delante", añade.
Y para eso "usamos términos científicos porque no los entendemos". Así, "me suena que la placenta es buena, y encima me pone que es vegetal, así que será mejor". Son "malas artes que incrementan el precio y engañan al consumidor porque no tiene información suficiente".
¿Esos ingredientes están ahí?
Pero entonces, esos componentes, ¿están o no están ahí? "Si un desodorante pone que tiene vitaminas de la leche, probablemente le hayan echado vitaminas de la leche y puede que sigan ahí o que se hayan perdido en el proceso de producción", comenta la experta. De todas formas, no van a servir para nada y nadie va a pedirles que lo demuestren.
Este último caso es lo que López Nicolás llama "come-cosméticos", productos de higiene o belleza que utilizan ingredientes, terminología y hasta la estética de los alimentos: "dentífrico de própolis" y champús con aceite de oliva, entre otros. Como si nos lo fuéramos a comer.
"La gente no distingue, cree que un producto en contacto con la piel tiene los mismos efectos que si se ingiere", indica Gemma del Caño. Por eso, reclamos como un "champú sin gluten" carecen de sentido, ya que el gluten no penetra en el organismo a través de la piel.
La ambigüedad y las vitaminas
Lo que ocurre es que "la ambigüedad es una pieza clave del marketing cuando no se quiere dar una información completamente cierta". De ahí que muchas industrias cumplen la legislación formalmente, pero juegan al despiste con una serie de triquiñuelas. Por ejemplo, en el envase destacan en letras grandes uno de sus componentes y aparte indican que dicho producto refuerza el sistema inmunitario. El componente destacado no es responsable de ese efecto y, de hecho, no está indicado así en ninguna parte, con lo cual no se incumple la normativa.
El truco está, simplemente, en añadir vitaminas que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) sí admite como beneficiosas para el sistema inmunitario. "Es una cantidad mínima que en realidad no te hace falta si sigues una dieta normal, pero la cabeza del consumidor asocia el beneficio al componente destacado en el envase", comenta la experta.
Resquicios entre la legislación y el control
¿Y por qué se permite? "En el ámbito de la alimentación la legislación es bastante laxa, hay muchos recovecos por los que pueden colarse, pero tenemos un buen organismo de control", asegura López Nicolás en referencia a la EFSA. Por el contrario, "en cosmética la legislación actual es buena, bastaría con aplicarla, pero no hay un organismo de control que lo haga". Al final, en ambos casos se pueden hacer trampas.
Una estrategia de marketing
En su opinión, los profesionales del marketing conocen perfectamente encuestas de percepción social como las que periódicamente publica la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) para contarnos que los ciudadanos están interesados por la ciencia y que valoran mucho a los científicos, pero que tienen un nivel muy bajo de conocimientos en este tema. Es decir, "que te mola y que respetas la ciencia, pero que no tienes ni idea". De ahí que apuesten por utilizar sus términos "sin ningún rigor".
'Más grave de lo que parece'
"Hay gente que lo ve como pequeñas estrategias de marketing que sirven para subir un poco los precios, pero creo que es más grave de lo que parece", opina López Nicolás. En primer lugar, porque pone en riesgo la I+D: "Puedes publicitar lo que sea sin invertir en investigación y desarrollo para lograr una innovación realmente significativa". En segundo lugar, "se carga la cultura científica" al difundir mensajes erróneos. Y en tercer lugar, "es malo para la salud, porque a veces tomas un alimento porque promete proteger tu sistema inmunitario y lo único que hacen es suministrarte una ración extra de azúcar".
Asustar al consumidor
Gemma del Caño añade que las etiquetas que destacan lo que un producto no tiene crean consumidores asustados. "Cuando ponemos que no contiene gluten estamos dando a entender que el gluten es malo para todo el mundo. Es absurdo indicar las cosas que no tiene y va contra la normativa, tampoco ponemos que no tiene arsénico ni cicuta. Además, está dejando mal a otros productos: hay un agua que dice tener un 0% de impurezas. ¿Significa eso que las otras aguas sí las tienen?", se pregunta.
Y encontrar soluciones no se antoja sencillo. "En España somos muy románticos, decimos que es necesario educar, pero de nada sirve si paralelamente no tenemos una legislación más estricta para prohibir estas estrategias, hay miles de productos por ahí que engañan al consumidor", afirma López Nicolás.