Como en el cuento, Asia llevaba tantos años avisando de que venía el lobo en forma de pandemia vírica que, cansados de comprar medicamentos para nada, los occidentales decidimos mirar hacia otro lado. Unos más que otros, todo hay que decirlo.
Las experiencias pasadas con la gripe aviar, la gripe porcina, la gripe A y ese largo etcétera hicieron que buena parte de la comunidad científica, y desde luego casi toda la clase política y mediática, prefirieran pensar que se trataba de otra falsa alarma. Que el virus jamás llegaría a Europa, que sería inofensivo –"solo una gripe"- y que, de contagiar a alguien, sería como mucho a "uno o dos" despistados.
Decir que no estábamos preparados para la enfermedad cuando llegó es decir muy poco. No solo estuvimos un mes mirando cómo China confinaba a millones de personas y construía hospitales contrarreloj, sino que nos pasamos el siguiente viendo cómo el virus se expandía por el norte de Italia mientras se nos insistía en que eso no suponía ningún riesgo para nosotros.
Los meses del "virus del miedo" y del "alarmismo". Los del "chico, si la gripe es más peligrosa". Cuando el capitán renuncia al mando, o, para ser más exactos, cuando el capitán ejerce un mando errático, cada grumete hace la guerra por su cuenta. España se convirtió en un país de epidemiólogos ante la incapacidad de los epidemiólogos de referencia de leer la situación correctamente. La cosa no podía acabar bien.
Y así, día tras día, los periódicos y las televisiones se convirtieron en un hervidero de gráficos y de conceptos estadísticos derivados en su mayoría de la economía. El tsunami llegó y nos pasó por encima cuando aún más de la mitad de la población estaba convencida de que aquello no era para tanto.
Los hospitales colapsaron, el Gobierno tuvo que ceder ante la opinión pública y decretó el mismo confinamiento que había visto en Italia por la televisión. Los expertos siguieron apareciendo bajo las piedras para afirmar con sus modelos una cosa y la contraria. Lo desesperante de esta pandemia, más allá de los muertos, más allá de las secuelas, más allá de la soledad, es la angustia del desconocimiento. Nunca hemos sabido quién decía la verdad, ni siquiera quién se acercaba mínimamente.
En los siguientes diecinueve gráficos, vamos a hacer un repaso de las distintas fases por las que hemos pasado y por cómo se interpretaron en su momento. Encontrarán términos como "incidencia acumulada", "tendencia al alza", "meseta", "transmisión comunitaria" o "crecimiento exponencial" que ahora forman parte de cualquier conversación sobre el tema y que nos eran completamente ajenos en enero de 2020.
Es como si todos hubiéramos hecho un máster de epidemiología para intentar entender algo. No debería haber sido así, pero así ha sido. No queda tiempo para lamentarse sino para aprender.