A finales de diciembre le tocó a Raphael en el WiZink Center de Madrid y este fin de semana le ha llegado el turno al grupo Love of Lesbian en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Ambos han compartido escándalo público aunque las circunstancias hayan sido completamente distintas: al concierto de Raphael acudieron 4.368 espectadores, un 25% del aforo del recinto, lo que permitió que -en principio- se respetara escrupulosamente la distancia social y, sobre todo, se estrenó un nuevo sistema de ventilación que permitía renovar el aire continuamente e impedir la transmisión del virus en el aire.
Es interesante que el concierto de Love of Lesbian haya renunciado a la distancia social, lo cual, a su vez ha facilitado la aparición de fotos que, reconozcámoslo, resultan algo dolorosas para los que apenas podemos salir de casa.
Lo cierto es que la comunidad científica no sabe muy bien qué hacer con la distancia social o desde luego no sabe qué hacer con esa necesidad de distanciamiento durante ya más de un año. ¿Hasta qué punto es peligroso estar junto a alguien que lleva una mascarilla? ¿No es más relevante ventilar bien el recinto, salvo que justo le dé por quitársela y cantarte "Allí donde solíamos gritar" a la cara?
Los 5.000 asistentes al concierto de la banda catalana -un aforo muy similar al del concierto de Raphael pero, insisto, sin restricciones de movimiento- tuvieron que pasar por la mañana un test de antígenos que certificara que no tenían el virus. Aquí es donde empiezan las dudas pero también es donde empieza el experimento.
Sabemos que los tests de antígenos, como las propias PCR en su momento, han sido una bendición por su altísima capacidad de detección y la rapidez en su diagnóstico. También sabemos que dan falsos negativos si la carga viral no es suficiente y que se pueden escapar asintomáticos. Por eso, en principio, no estaban recomendados para cribados entre poblaciones aleatorias, aunque al final no haya quedado más remedio porque no disponemos de otra cosa.
¿Es posible que alguno de los 5.000 negativos estuviera contagiado? Sí, es posible. La incidencia acumulada en Cataluña ahora mismo nos habla de que uno de cada 500 ciudadanos ha dado positivo en las últimas dos semanas.
De mantener esta proporción, que también es hasta cierto punto experimental puesto que hay muchos otros factores que habría que tener en cuenta, habría unas 10 personas en el Palau Sant Jordi que darán positivo en los siguientes catorce días. Si se ha colado algún asintomático que aún no pueda ser detectado por un test rápido, ese número en esa muestra debería multiplicarse. Si se mantiene o es incluso más baja, podríamos decir que el experimento ha salido bien.
El problema es que todo esto hay que afinarlo. La ventaja es que para afinarlo tenemos una herramienta importantísima: la identificación. En principio, tanto la organización del evento como las autoridades sanitarias tienen todos los datos de cada uno de los que asistieron al concierto.
En otras palabras, tenemos una muestra de 5.000 personas que han sido sometidas a un peligro voluntariamente pero cuya evolución podemos seguir al detalle. Podemos ver cuántos positivos se dan en las próximas semanas, pero también podemos rastrear para ver si esos contagios se produjeron en el recinto o si es más probable que formen parte del propio proceso de transmisión del virus, cada vez más intenso en España y especialmente en Cataluña.
Esta herramienta de rastreo es importantísima y a partir de ahí depende de las autoridades tomar las medidas correspondientes. En un mundo ideal, los asistentes al concierto tendrían que guardar una cuarentena que evaluaría aún mejor los riesgos; ahora bien, sabemos que eso es incompatible con la sociedad en la que vivimos, así que a partir de ahí tendremos que buscar términos medios.
Un solo positivo podría ser ya una señal de alarma para los otros 4.999 asistentes. Al primer caso de contagio se podría avisar a todos los demás para que inmediatamente se sometan a un nuevo test y una breve cuarentena. Ahora bien, acabamos de decir que lo normal es que de esos 5.000 asistentes, haya diez que den positivo en las próximas dos semanas. ¿A partir de qué cifra damos la voz de alarma? ¿Cuánto se ha podido transmitir el virus fuera del Sant Jordi para cuando frenemos? Eso ya no depende del experimento en sí sino de su gestión posterior… y las dudas son lógicas.
Por otro lado, ¿qué podemos hacer? Hemos elegido convivir con el virus. Nadie nos lo ha propuesto como tal y nadie lo pone negro sobre blanco, pero es así: no hay estrategia de cero contagios sino de convivencia y “nueva normalidad”. No hablo de Madrid, hablo de prácticamente todo el país, donde el manido objetivo de los 25 casos por 100.000 habitantes cada 14 días creo que solo se ha cumplido puntualmente en la Comunidad Valenciana y en Extremadura en los últimos siete meses. Obviamente, el presidente Sánchez ya no lo menciona en sus ruedas de prensa ni lo hace el director del CCAES, Fernando Simón. En ese escenario, ¿es sensato no hacer nada en absoluto?
Si queremos ahondar en esa nueva normalidad y conocer más de cerca qué restricciones tienen sentido y qué restricciones son prescindibles, hay que recurrir a estos experimentos, por mal que suene con seres humanos de por medio.
En Australia o en Nueva Zelanda se llevarían las manos a la cabeza y puede que con razón, pero si la apuesta aquí es otra, es importante saber en qué se sustenta. Si el experimento Love of Lesbian se salda con brotes significativos, sabremos que es algo a evitar en el futuro y con lo que no se puede jugar. Sí, nos habrá salido cara la broma, pero, insisto, es coherente con una estrategia de convivencia con el virus.
Si sale bien, si en las próximas dos semanas no vemos más de esos diez contagiados o no conseguimos demostrar que dichos positivos estén relacionados con el concierto, podremos seguir intentándolo.
Esto no va de música ni de la industria de la música en vivo, va de eventos masivos y su condición de posibilidad. Va de olvidarnos definitivamente y durante una buena temporada de jugar con fuego o de aprender dónde colocar la hoguera sin quemarnos demasiado. Un buen resultado aquí no significa un “ya todo vale”, significa un “es posible repetir poco a poco y dadas las mismas condiciones”, que nadie se equivoque.
Que hay un problema de timing es indudable -todo el mundo hablando de “cuarta ola” y responsabilidad en Semana Santa y esta gente brincando y abrazándose en un concierto- pero si dejamos eso al margen, puede ser un intento muy válido para la ciencia de descubrir nuevos parámetros en la transmisión. Algo habrá que hacer siempre que sea sensato hacerlo.
Por eso es importante descubrir cuanto antes qué tiene sentido y qué no. Las consecuencias del concierto de Raphael son imposibles de averiguar -¿quiénes fueron, cómo se llamaban, qué pasó con ellos?-, las del concierto de Love of Lesbian, si sabemos leer bien los datos, nos pueden ayudar muchísimo.