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Canal de Isabel II: 170 años cuidando del agua

La empresa pública se ha caracterizado, desde sus orígenes, por aplicar criterios de sostenibilidad en todas sus acciones, así como por cuidar la calidad del agua que consumimos.

Abrir un grifo y llenar un vaso de agua es un gesto tan simple que rara vez pensamos qué hay detrás del mismo. En efecto, es algo fácil y accesible y, sin embargo, este acto implica un complejo protocolo en el que se aúna la vocación de servicio de la empresa que lo hace posible, Canal de Isabel II, con la tecnología y la máxima innovación. Solo combinando ambas se consigue algo tan cotidiano como disfrutar en casa de un agua pura y con una extraordinaria calidad, como tiene la de la Comunidad de Madrid. Es una cuestión de salud para nosotros pero, también, y por responsabilidad medioambiental, para la naturaleza.

El agua es uno de los recursos más valiosos que tenemos. Es imprescindible para la vida pero también muy importante para todo tipo de usos en nuestras ciudades. Por eso, una de las premisas con las que trabaja esta empresa pública es la de alcanzar la excelencia a la hora de hacer un uso más responsable de la misma por parte de todos. Y lograrlo pasa por un cuidado integral de su ciclo, desde que se toma en la naturaleza hasta que retorna a los cauces de los ríos tras ser utilizada.

Canal de Isabel II tiene una amplia experiencia haciendo realidad esta labor. Tiene una historia de 170 años en los que su actividad se ha guiado no solo por su vocación de servicio público, sino por conducir sus proyectos desde un enfoque siempre respetuoso con los ecosistemas donde centra su actividad. Hace casi dos siglos, el concepto de sostenibilidad no estaba aún acuñado, pero incluso la primera gran infraestructura que puso en marcha para llevar agua a la capital ya estuvo regida por esos parámetros, tan habituales hoy en día.

Aquella obra pionera servía para acercar las aguas del río Lozoya hasta Madrid. Consistía en una conducción de unos 70 kilómetros, un trecho que marcó el inicio tangible de esta filosofía que actualmente se extiende a todas las infraestructuras que cuidan del agua que consumimos. A partir de entonces, Canal de Isabel II ha enfatizado su idea de implantar mecanismos que aseguren la máxima calidad y por eso, ya en el siglo XIX, comenzó por lo más básico: actuando sobre las cuencas del río, reforestando y repoblando las mismas para proteger el caudal de impurezas y de torrentes estacionales que enturbian el agua.

Poco después, Canal también inauguró su primera depuradora, en la localidad de Buitrago de Lozoya. En aquel momento fue una manera disruptiva de tratar las aguas que se retornaban a este río que discurre por el norte de la Comunidad de Madrid. Este hito marcó un antes y un después definitivo en la gestión del agua. Y es que, a partir de entonces, comenzaron a multiplicarse este tipo de instalaciones hasta alcanzar el paradigma actual, en el que el 100% del agua residual que se genera en la región es saneada antes de su retorno a la naturaleza.

Este énfasis en aplicar criterios sostenibles y adelantarse a los tiempos también demuestra la agilidad de Canal para afrontar los retos que surgen, una actitud que ha sido reconocida por agentes independientes como la agencia Ficht, que ha situado a la empresa pública como una de las más destacadas de entre las 100 líderes mundiales en materia de sostenibilidad. Para ello ha valorado especialmente su poder de adaptación y sus soluciones, una constante a lo largo de sus cerca de dos siglos de historia y que sigue plenamente vigente.

Porque el siguiente paso en este esquema lo hemos comenzado a ver en los últimos años, en los que Canal de Isabel II ha hecho una decidida apuesta por la regeneración del agua. En un contexto en el que la economía circular se ha posicionado como una de las claves en las políticas medioambientales de la sociedad, abogar por el agua regenerada es una manera de alinearse con esta tendencia, aportando un valor añadido a este recurso.

Con ello, la empresa pública pretende evitar el uso innecesario de agua potable mediante una filosofía muy sencilla: la de no recurrir a ella para usos no relacionados con el consumo humano. Hay que pensar en el riego de jardines, en el baldeo de calles o en fábricas o instalaciones industriales, por ejemplo; en definitiva, allí donde no importa su potabilidad. Solo con esto la empresa ha podido ahorrar ya 133 millones de metros cúbicos, un volumen que supera la capacidad del segundo embalse de la región, el de Valmayor, que tiene 124 hectómetros cúbicos.

La clave para alcanzar estas cifras es el proceso de depuración. Se trata de una serie de tratamientos que recibe el agua residual dentro de una estación depuradora de aguas residuales o EDAR. Este caudal, que llega a través de la red de alcantarillado, y que procede de hogares o de instalaciones industriales, se ve sometido a una serie de intervenciones que eliminan los elementos gruesos, los desperdicios de todo tipo, las grasas y en general, todo el material decantable y la materia orgánica que transporta. Esta serie de cribados y de tratamientos da como resultado un agua limpia y con la calidad suficiente para su retorno al cauce natural.

Pero Canal de Isabel II pretende dar un paso más allá y por eso, desde 2007, ha enfatizado su mirada hacia la denominada agua regenerada como una vía más hacia el ahorro de agua potable, por una parte, y el refuerzo de la estrategia medioambiental de la compañía, por otro. Entender el concepto de agua regenerada es muy sencillo porque consiste en aplicar a la ya depurada un tratamiento adicional, denominado terciario, que adecúa su calidad para los usos antes comentados, como los propios de parques y jardines, campos de golf e incluso como materia prima para la fabricación de otros elementos, como ocurre con la papelera International Paper, que actualmente utiliza parte del agua regenerada que sale de la planta de Arroyo Culebro Cuenca Media-Alta.

Por todo ello, el agua regenerada se ha posicionado como una de las fórmulas más efectivas de las que ha abierto Canal de Isabel II en esta búsqueda de la sostenibilidad en su operativa. En la actualidad existen ya más de una treintena de plantas capaces de producir agua regenerada en la Comunidad de Madrid. Expresado en datos, estas instalaciones suministraron 13,13 hectómetros cúbicos de agua de este tipo en 2020 (seis veces más que en 2007)  a 25 municipios madrileños, incluida la propia capital.

Son números esperanzadores por lo que suponen para el beneficio del medio ambiente pero que auguran una ampliación de esta red. A día de hoy, la distribución comprende 650 kilómetros, pero la Comunidad de Madrid trabaja con varios consistorios incrementar esta área de influencia que permite que hasta 3.000 hectáreas de terreno se rieguen con este tipo de agua, incluidos 370 parques y zonas verdes e incluso once campos de golf.

Todo ello conlleva otro beneficio añadido: el que la cantidad excedente de agua regenerada que no tiene un uso directo también vuelve al ciclo natural. Desde 2017, se han devuelto más de 100 hectómetros cúbicos al año, lo que redunda en la mejora de la calidad de los cauces de los ríos.

Todas estas actuaciones, pasadas y presentes, hablan del compromiso de la compañía pública con el medio ambiente en la puesta en práctica de ideas y soluciones que hagan frente a los retos que van surgiendo. Pero Canal no se detiene y ya tiene en el horizonte otras actuaciones encaminadas a impulsar la eficiencia energética y al uso de la energía verde.

Uno de sus proyectos bandera en esta línea es la planta de hidrógeno verde que proyecta en Pinto, una instalación pionera movida por energía renovable y agua regenerada para la que se invertirán 24,5 millones de euros. Se estima que su potencia alcance los cinco megavatios. En paralelo, Canal de Isabel II también proyecta la puesta en marcha de Plan Solar, una iniciativa que pretende crear instalaciones fotovoltaicas propias para autoconsumo eléctrico. Para ello, la inversión prevista es de 33 millones de euros.

Estas inversiones son importantes pero, en realidad, se trata de una forma de invertir a futuro y no solo en lo económico sino en alternativas para avanzar en el proceso de la descarbonización en el que está inmersa la sociedad y en la reducción de emisiones. Es una garantía para que, en el futuro, abrir un grifo y llenar un vaso con agua pura siga siendo lo más normal del mundo.