El estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania ha provocado una nueva crisis humanitaria. El país gobernado por Volodímir Zelenski demanda a Europa y al mundo ayuda, que se ha cristalizado con el envío de provisiones desde los distintos países. España está entre ellos, pero el Gobierno descarta contribuir con médicos y enfermeros militares, por el momento.
No sería la primera vez que España envía médicos militares a conflictos en el exterior. Así ocurrió en la guerra de Yugoslavia, y, de hecho, el referente patrio más importante de la Historia en cuanto a la Medicina se refiere ejerció como tal en la Guerra de los Diez Años de Cuba. Sí, a Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1906, le tocó cruzar el charco en 1874 para defender los intereses coloniales, aunque la cosa no terminó muy bien.
La Guerra de la Independencia cubana estalló en 1868. El conflicto tardaría en resolverse 10 años, con un resultado ya conocido por todos. Más se perdió en Cuba, dicen. No fueron buenos años para España, ya que en 1872 irrumpe también la tercera guerra carlista. El ejército está desgastado y se tiene que recurrir a la reclutación forzosa. Por aquel entonces, Santiago Ramón y Cajal tenía 20 años, por lo que fue uno de los muchos llamados a filas.
El joven médico primero estuvo como recluta en Zaragoza, aunque enseguida aprovechó sus conocimientos para presentarse como opositor al Cuerpo de Sanidad Militar. Las aprobó como el número seis y eso a pesar de que empezó horas tarde el examen. Como él mismo narraría en sus memorias, se quedó dormido el día de la convocatoria.
Santiago Ramón y Cajal, en aquellos años, estaba deseoso de vivir aventuras, algo fomentado por la lectura de novelas románticas y libros sobre viajes a países lejanos y exóticos. Así se confesaba a un compañero de estudios apellidado Cenarro: "Me devora la sed insaciable de libertad y de emociones novísimas. Mi ideal es América y, singularmente, la América tropical, ¡esa tierra de maravillas, tan celebrada por novelistas y poetas! Sólo allí alcanza la vida su plena expansión y florecimiento... Orgía suntuosa de formas y colores, la fauna de los trópicos parece imaginada por un artista genial, preocupado en superarse a sí mismo. ¡Cuánto daría yo por abandonar este desierto y sumergirme en la manigua inextricable!".
Por eso, cuando recibe en 1874 la carta de traslado a Cuba, lo hace con alegría. Sus vivencias como militar se recogen en el ensayo "La vivencia militar de Santiago Ramón y Cajal en Cuba: capitán médico en Camagüey". El texto hace gala de esas ansias de aventuras que tenía y que, finalmente, se tornaron en desilusión por las malas experiencias que sufrió.
Su padre, que completamente distinto a él, ya le advirtió de los peligros que podría correr. "Me recordó que mi porvenir estaba en el profesorado y no en la milicia; apuntó, en fin, el temor de que, a mi regreso de Cuba, naufragaran mis conocimientos anatómicos tan laboriosamente adquiridos", escribiría el médico en las citadas memorias.
Paludismo y disentería
Sin embargo, Santiago Ramón y Cajal hizo oídos sordos y partió a conocer el mundo que tanto ansiaba. Su padre, en vistas de que no pudo convencer a su hijo, le consiguió unas cuantas cartas de recomendación, para que le fuera concedido un destino favorable. Él nunca las utilizó. Así acabó destinado en la enfermería de Vista Hermosa, en el Departamento Central de Puerto Príncipe (actual provincia de Camagüey), uno de los peores lugares de la Cuba de aquel entonces. Ahí, a casi todos los enfermos que atendía palúdicos y disentéricos, afecciones que él más tarde sufriría en sus propias carnes.
Después de ese destino, fue trasladado al hospital de campaña de San Isidro, donde su salud no hizo más que empeorar. Por eso, solicitó un traslado y terminó en el único sitio donde disfrutó un poco de sus vivencias en Cuba. Fue en la ciudad de Camagüey, donde fue nombrado, de manera provisional, miembro del Cuerpo médico de guardia del Hospital de Puerto Príncipe. "Fue la época más agradable de mi estancia", escribió.
Su fortuna no duró mucho, porque al poco le designaron médico director de la enfermería de San Isidro, dado el repentino fallecimiento de la persona que ocupaba el cargo. Como dato, el anterior a él había fallecido en las mismas circunstancias. Eso podía dar una pista de lo que le esperaba a Santiago Ramón y Cajal.
Llegaba a atender al día hasta a 300 enfermos, que, de nuevo, venían aquejados de viruela, úlceras, paludismo y disentería. Este panorama hizo que su salud se resquebrajara de nuevo y, en 1875, le terminaron por licenciar del ejército debido a un diagnóstico severo de caquexia palúdica grave.
El comienzo de su laboratorio
Ese mismo año, llega al puerto de Santander. El joven que se baja del barco nada tiene que ver con el chico vigoroso que se había marchado. Su aspecto está muy desmejorado, aunque poco a poco consigue recuperar la salud. No obstante, nunca lo hará del todo. Siempre arrastró las consecuencias del paludismo. Su privilegiada condición física fue lo que le salvó y, de hecho, falleció a los 82 años, debido a una complicación digestiva que sufría desde hacía tiempo.
Cuba le quitó la salud, pero no años de vida. Además, le dio algo muy importante, unos ahorrillos que utilizó para comprarse un microscopio, reactivos químicos y colorantes, los mismos con los que empezó un pequeño laboratorio en el que inició su investigación.
Sus contribuciones a la medicina han salvado vidas. Lo que no queda muy claro es si él tuvo que quitar alguna en Cuba. Parece ser que no. Se sabe que tuvo que defender en una ocasión el hospital donde estuvo destinado de un ataque. Sobre ello, escribió: "Una vez más se frustraba, por fortuna, mi loco anhelo de bélicas contiendas. En mi entusiasmo olvidaba a menudo que mi cometido no era batirme, sino curar dolientes".