El 5 de noviembre de 1997, Rusia ratificaba su adhesión a la Convención sobre las Armas Químicas. El tratado, firmado por todos países que forman la ONU a excepción de Egipto, Sudán del Sur, Corea del Norte e Israel, prohíbe el desarrollo, producción, almacenamiento, transferencia y empleo de armas químicas, así como la destrucción de los arsenales existentes.
En los 25 años siguientes, bajo el gobierno de Putin y a pesar de ser miembro de la Convención, Rusia ha utilizado armas químicas en conflictos internos y externos. Algunas de ellas no estaban listadas hasta ese momento, como el novichok, un agente nervioso con el que fueron envenenados el exoficial militar ruso Serguéi Skripal y su hija en Londres y que mató a una ciudadana británica como efecto colateral, en 2018.
También aparece el cloro, ampliamente utilizado en Siria (hubo hasta 85 ataques con armas químicas) por el gobierno de Bashar al Assad, apoyado por Rusia durante la guerra civil. Este país, por cierto, ratificó su adhesión a la Convención en septiembre de 2013, un mes después de masacrar a la población de Guta, un suburbio de Damasco, con gas sarín. Murieron 1.700 personas.
No figura como arma química, sin embargo, el carfentanilo, un opiáceo 10.000 veces más potente que la morfina y que Putin utilizó en forma de gas para 'liberar' a los rehenes del teatro Dubrovka de Moscú, secuestrados por terroristas chechenos en 2002. Murieron 170 personas, de las que solo medio centenar eran terroristas. Es el mismo compuesto con el que se mezcló la cocaína adulterada que ha matado en Argentina a 23 personas este mismo año.
Las armas químicas están perfectamente definidas en la convención "y pueden ser desde sustancias mortales, como el gas sarín, hasta otros productos como insecticidas", explica Miguel Ángel Sierra, catedrático de Química Orgánica de la Universidad Complutense de Madrid.
Por eso la Convención establece tres niveles en su clasificación de armas químicas. El nivel 1 incluye aquellas armas (o algunos precursores) ya utilizados o que puedan utilizarse y que, además, no tengan ninguna utilidad para otro fin. Aquí aparece los gases mostaza, sarín y somán, así como el novichok. "Son armas químicas como tales, prohibidas y destruidas".
El nivel 2, el de precursores directos, cuya producción y tráfico entre países está sujeta a inspecciones. En el nivel 3 figuras compuestos de uso masivo, que someten a una vigilancia menos exhaustiva. Entre ellos está al ácido cianhídrico, componente del azul de Prusia, un color ampliamente utilizado por los más grandes pintores de la historia pero también un potente veneno de sabor almendrado.
Armas químicas en el conflicto de Ucrania
La OTAN afirma que Rusia estaría en condiciones para utilizar armas químicas y biológicas (ántrax, toxina botulínica) en la invasión de Ucrania a modo de operación de 'falsa bandera'. La advertencia ha llegado después de que uno de los portavoces del ministerio ruso de Asuntos Exteriores, acusara a Ucrania de tener laboratorios listos para producir estas armas.
"Esperamos que no se utilicen nunca", manifiesta Sierra, que matiza: no son peores que un ataque convencional. "Llaman más la atención y no se utilizan porque causan horror; las armas químicas son instrumentos de terror: probablemente el efecto de la artillería sea mayor que el de estas, pero es este terror el que nos echa para atrás".
Las imágenes de personas con ampollas y quemaduras por todo el cuerpo es lo primero que viene a la mente al pensar en armas químicas. Son efectos propios del gas mostaza, utilizado desde la Primera Guerra Mundial hasta la guerra entre Irán e Iraq (este último país también lo utilizó contra su propia población kurda).
"Los agentes vesicantes, como el gas mostaza, son lo que más se han utilizado: asfixian porque queman los pulmones, las mucosas, la piel… hasta que te mueres", explica el catedrático de Química Orgánica.
También son famosos agentes nerviosos como el gas sarín y su versión soviética, el gas somán, líquidos incoloros e insípidos, y el VX, de color ámbar. "Funcionan como un insecticida, impiden que se transmita la señal nerviosa, bloquean los músculos y, por tanto, la respiración: las víctimas caen fulminadas".
Los arsenales químicos soviéticos, como el gas somán y el novichok, fueron destruidos como parte de la ratificación de la Convención sobre Armas Químicas, "hace no más de diez años", explica el experto. "Fue un procedimiento verificado por los inspectores de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas".
Sin embargo, son numerosos los ejemplos de usos de 'baja potencia' de compuestos químicos. Así, al novichok y el carfentanilo se les ha unido en este tiempo el TCDD (uno de los componentes del agente naranja que usó EEUU en la Guerra de Vietnam) con el que se envenenó al presidente pro-europeo de Ucrania Viktor Yushchenko, que gobernó entre 2005 y 2010, o el polonio que acabó con la vida del disidente ruso Alexander Litvinenko.
Armas baratas de destrucción masiva
El profesor de la Universidad de Bath (Reino Unido) Brett Edwards ha señalado a Sky News que, aunque Rusia no dispone hoy de grandes arsenales, sí que estaría capacitada para producir a pequeña escala este tipo de armas.
Y es que una de las características que confieren horror a estas armas son lo relativamente baratas que son de producir. "Cualquier país que tenga capacidad industrial media puede producir armas químicas", comenta Sierra. "La tecnología que se utiliza para hacer insecticidas puede servir".
A nivel militar, con sencillos proyectiles de artillería o en difusión de aerosoles desde aviones es más que suficiente para alcanzar objetivos amplios. Pero tiene sus peligros. "Un arma química no se puede controlar. Si cambia el aire, puede venir hacia ti o a otro lado. El paso que se daría con el uso de armas químicas [en la invasión de Ucrania] es aterrador, esperamos que jamás ocurra".
Los antídotos, por otro lado, "no sirven para nada. La atropina, por ejemplo, para agentes nerviosos. La muerte ocurre tan rápido que no te da tiempo a utilizarlo". En el caso de los agentes vesicantes se neutralizan las ampollas con productos como el bicarbonato. "Hay que lavar bien al herido y procurar que no se infecten las heridas: la mayoría de soldados que morían en la I Guerra Mundial por estas armas lo hacía por infecciones".
Los arsenales mundiales de armas químicas, al igual que los de las nucleares, se redujeron con el fin de la Guerra Fría. Ambas se asocian a los peores horrores imaginables en una guerra pero, al contrario que las nucleares, las químicas han seguido usándose en las últimas décadas.