55 años después de su muerte, Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, ha encontrado la redención. El Departamento de Energía de Estados Unidos ha revocado la decisión de su antecesora, la Comisión de Energía Atómica, de considerarle persona non grata por una supuesta traición a la patria en detrimento de la Unión Soviética. "Me complace anunciar que se ha anulado la decisión de 1954 de la Comisión de Energía Atómica en El asunto de J. Robert Oppenheimer", ha expresado en un comunicado la secretaria de Energía, Jennifer M. Granholm.
La decisión se produce justo en un momento en el que el nombre del físico vuelve a la actualidad. Lo hace de la mano de Christopher Nolan, que ha decidido llevar a la gran pantalla la historia de cómo este científico tuvo un papel decisivo en el devenir de los Estados Unidos. Lo hizo siendo el líder del Proyecto Manhattan, ese mismo que alumbró la bomba atómica que se arrojó sobre Hiroshima y Nagasaki.
El filme ahondará en todo lo que sucedió en la base militar de Los Álamos y en la polémica que generó la creación de un arma que, de golpe, fue capaz de acabar con la vida de 100.000 personas —y esto sólo en Hiroshima—. No obstante, lo cierto es que, antes de llegar a ese punto, la vida de Oppenheimer ya estaba rodeada de luces y sombras, pues debajo de ese aspecto de hombre alto, elegante y guapo, como describían las crónicas de la época, se escondían comportamientos, cuanto menos, erráticos.
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Julius Robert Oppenheimer nació el 22 de abril de 1904 en Nueva York. Su padre era un fabricante textil de origen judío que había emigrado de Alemania a los 17 años para labrarse un futuro mejor. Y vaya si lo hizo. Terminó haciendo una buena fortuna y formando una familia con su madre, una artista de Baltimore.
Sobre su carácter y vida personal, hay opiniones de todo tipo. Uno de los documentos más reseñados para hablar de este punto es el libro Robert Oppenheimer: A Life Inside the Center, en el que se pinta al científico como una persona que, cuando quería, era encantadora, pero que seguía arrastrando las marcas de ser un niño mimado e impetuoso con tendencia a la depresión. "Había momentos en los que incluso parecía loco", reza la obra.
En ella se incluyen dos episodios que dan fe de estas palabras. Uno de ellos tiene que ver con lo sucedido en la Universidad de Cambridge (Inglaterra), a la que Oppenheimer fue para hacer trabajo de posgrado durante un año.
A pesar de que su fuerte era la física teórica, allí se encontró con un tutor, Patrick Blackett, que le forzaba a hacer trabajo de laboratorio, algo que, al parecer, no era su mayor fuerte. Fruto de sus depresiones recurrentes y de su poca tolerancia a la frustración, el libro cuenta que Oppenheimer, supuestamente, envenenó una manzana y la dejó encima del escritorio de Blackett, que afortunadamente nunca probaría.
Árbitro del buen gusto
Hay que decir supuestamente porque la historia nunca se llegó a clarificar, unos porque afirman que nunca llegó a pasar y otros porque creen que el padre de Oppenheimer intervino con su influencia para que el asunto no llegara a mayores. Lo que sí se sabe es que tuvo que aceptar ir periódicamente al psiquiatra y que, tras su estancia en Cambridge, estuvo en unas vacaciones de recuperación en Francia.
Más claro es el segundo episodio, acontecido años después de esto, cuando ya era profesor de Física en California. Al parecer, tuvo un accidente de coche en el que su novia de aquel entonces acabó en estado grave, pero el padre la persuadió de no tomar medidas regalándole un cuadro de Cézanne.
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Más amable es el relato que pintan de él otras obras, como La última voz, un libro en el que se recoge el testimonio de uno de los trabajadores del Proyecto Manhattan, Roy J. Glauber. Este físico le define como un hombre leal y muy inteligente, aunque sí confiesa que, en ocasiones, se sentía "el árbitro del buen gusto", con el poder de tratar con desdén a personas que, según él, estuvieran por debajo de él.
La etapa de la que habla Glauber es también la más trascendental en la vida de Robert Oppenheimer. Su vida como profesor de Física en la Universidad de California cambió el día en el que el general Leslie Groves, jefe del Proyecto Manhattan, lo eligió para ser el científico a cargo de la construcción de la bomba atómica.
Muchos quedaron sorprendidos por la elección de Groves. Sobre él pesaba una losa, el pasado comunista de su mujer, Kitty Puening, exmilitante del partido comunista y viuda de soldado de las Brigadas Internacionales fallecido en la Guerra Civil española. No obstante, Groves siempre dijo que Oppenheimer le impresionó desde un primer momento y que, además, sentía gran compromiso con la causa, pues derrotar al nazismo era para él una prioridad. No hay que olvidar que era un judío de origen alemán.
Esta etapa de su vida se recoge con gran precisión en el libro Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, que ganó el Premio Pulitzer en 2006 y que es en el que se basa la película de Nolan.
Los días de investigación en la base de Los Álamos se dibujan bien, al igual que su relación con el personal y Groves. Fue en esa etapa en la que se convirtió en 'Oppie' para los amigos y la que dibujaría su caricatura con su ya mítico sombrero marrón pork-pie. Los problemas llegaron con el lanzamiento de la bomba.
No sólo amante de la física, también de la literatura y la poesía, la frase que empleó del Bhagavad Gītā el día de la prueba Trinity define a la perfección lo que le atormentaría posteriormente: "Ahora me he convertido en la Muerte, en el destructor de mundos".
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Al igual que le pasaría a Albert Einstein, por cierto, del que era colega y amigo, su contribución a la creación de un arma de guerra tan poderosa comenzó a torturarle. Como solución, intentó que Estados Unidos compartiera el conocimiento con otros países, como la Unión Soviética, e incluso se reunió con Truman para que así lo hiciera. No sólo no lo logró, sino que el presidente le llamó "científico llorón".
Moralidad, que no disidencia
Lo único que podía hacer ya era negarse a seguir contribuyendo a la creación de armas destructivas y, cuando le llegó la proposición de la bomba de hidrógeno, dijo que no. Esa moral, que el gobierno estadounidense consideró disidencia, fue lo que le valió una acusación de traidor a la patria, alegando el haber protegido a científicos sospechosos de colaborar con el enemigo mientras dirigía el laboratorio de Los Álamos.
He aquí el principio de este artículo, El asunto de J. Robert Oppenheimer. El científico fue interrogado, juzgado y traicionado por muchos que él consideraba amigos. Le hundieron, no sólo laboralmente, también se le atacó a título personal, rebelando detalles suyos personales, como su affarie con Jean Tatlock, una estudiante de Psicología en la Universidad de Stanford en California.
Si había sufrido de problemas mentales en el pasado, todo lo sucedido terminó por hundirle. Murió en 1967, de un cáncer de garganta. Más de 50 años después, Estados Unidos admite que quiere corregir un error histórico y honrar las profundas contribuciones de Robert Oppenheimer.