Moebius, el neurólogo que defendía que el cerebro de las mujeres era propio de discapacitados
Afamado médico del siglo XX, su tratado 'La inferioridad mental de la mujer' sostenía que este sexo era débil mentalmente por naturaleza.
8 marzo, 2023 02:55"Alguien ha dicho que no es precioso desear nada en la mujer desde el punto de vista mental, que debe ser sana [para concebir] y tonta. Semejante paradoja, aunque grosera, encierra una verdad. Una soberbia actividad mental hace de la mujer una criatura no sólo rara, también enferma".
Estas palabras pertenecen a Paul Julius Moebius, un reputado neurólogo y psiquiatra de principios del siglo XX. Al lector, probablemente, el nombre le resulte familiar. Su apellido da nombre a una enfermedad, el síndrome de Moebius, un trastorno congénito poco frecuente que se caracteriza por la parálisis facial. También aportó grandes ideas para el tratamiento de la neurosis y hasta Sigmund Freud le citó como uno de sus mayores referentes para entender la histeria y la electroterapia.
Su curriculum sirve para darse cuenta de que el nombre de Moebius no era el de un cualquiera. Era el de un reputado investigador. Por eso, cuando escribió La inferioridad mental de la mujer, en 1900, qué duda podía caer sobre la veracidad de su tratado. En sus casi 200 páginas, sostiene, con lo que él considera "sólidas" teorías científicas, que la deficiencia psíquica de la mujer es algo fisiológico, algo intrínseco a su naturaleza. "Cabello largo, cerebro corto". Así, tal cual, figura en el libro.
"La psiquiatría ha sido totalmente androcéntrica, como toda la sociedad. Los hombres eran el patrón y todo lo que era diferente en las mujeres marcaba una diferencia patológica o enfermiza", explica a EL ESPAÑOL María Huertas, psiquiatra y defensora de los derechos de la mujer.
Media de 51 centímetros
El modo que encontró Moebius de demostrar que las mujeres eran inferiores a los hombres fue, efectivamente, localizando una diferencia, concretamente una cerebral, literalmente. Utilizó medidas de peso y circunferencia craneal extraídas de autopsias de distintos hombres y mujeres para corroborar su teoría. "La cabeza [de la mujer] es más pequeña. Se ha encontrado muchas veces en las mujeres de mediana estatura una circunferencia craneana de 51 centímetros. Este hecho no se registra en los hombres físicamente normales, a no ser en las enfermedades siguientes: deficiencia o idiotismo", describe en su libro.
Según el psiquiatra, lo que él había podido comprobar era que un hombre con grandes facultades debía tener una cabeza relativamente voluminosa: 57 centímetros de circunferencia, "acaso más". De 56 a 55 se puede hablar de una buena capacidad mental y, por debajo eso, ya se aprecian bajos niveles de intelectualidad. Es más, si no se superan los 53, según Moebius, estamos "casi con certeza" antes condiciones patológicas, como hombres discapacitados mentalmente, delincuentes o negros. Sí, ser de raza negra también era algo que denotaba para este médico un problema mental.
Así pues, las mujeres, para Moebius, no están destinadas por propia naturaleza a tareas del pensamiento. Pero tienen que tener un propósito en esta vida. Aquí es donde reside el quid de la cuestión: "La deficiencia mental de la mujer no sólo existe, sino que además es muy necesaria. Si queremos que pueda cumplir bien sus deberes maternales, es necesario que no posea un cerebro masculino. Si las facultades femeninas alcanzaran un desarrollo igual al de los hombres, veríamos atrofiarse los órganos maternos y hallaríamos ante nosotros a un ser repugnante e inútil andrógino".
Aquellas que no desean tener hijos —o sólo uno, que eso tampoco le agrada— porque quieren dedicarse a algo que, por propia naturaleza, no les corresponde, la vida intelectual, son unas enfermas. En sus palabras, alguien de naturaleza degenerada, una neurótica, una histérica. "A las mujeres se les ha calificado de locas toda la vida. No ocurre ahora tanto, pero sí hace 40 años. Era una frase común, cuando no se entendía algo de una mujer, decir que estaba loca, que era una histérica o una neurótica. Era una manera de no dar valor a lo que pudieran decir las mujeres", resume Huertas. Quién haría caso, pues, a alguien que tenía el mismo cerebro que un discapacitado.
Contra el 'modern-style'
El psiquiatra escribió este tratado en pleno fervor feminista, de búsqueda del empoderamiento de la mujer, incluido en el que había sido un campo de hombres, la ciencia. Sólo basta decir quién ganó el Nobel tres años después de que se publicara, Marie Curie.
Así no es de extrañar que Moebius hable del feminismo en estos términos en su obra: "Con todo esto, no hay duda de que, a pesar de todos los esfuerzos, el mal que estamos señalando subsistirá y que es probable que aumente". Y sentencia: "Las exaltadas modern-style paren mal y son pésimas madres".
Agua pasada no mueve molinos, dicen, pero en su momento las ideas de este psiquiatra ayudaron a sustentar una idea que ya estaba muy extendida dentro de la psiquiatría y que, como Huertas admite, perduró hasta hace apenas cuarenta años: "Si la mujer no fuese débil mentalmente, sería altamente peligrosa".
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Para comprobar el calado de estas ideas, sólo hay que remontarse a 1931, a los días posteriores a que se aprobara en España el voto femenino y a los argumentos que se aportan en contra de que esto sucediera: "Había quienes pensaban que eran débiles de mente o que, como dependían mentalmente de sus maridos, votarían lo mismo que ellos", resume Huertas. Moebius y otros colegas, como Lombroso, al cual, por cierto, cita en su obra y es autor de otro polémico tratado titulado La mujer delincuente, la prostituta y la mujer normal, contribuyeron a que así se creyera.
Basta con ver la primera enmienda que se interpone en contra del voto femenino, que corre de la mano del diputado del Partido Republicano Democrático Federal Hilario Ayuso. En ella, se proponía aumentar la edad de sufragio para las mujeres a los 45, argumentando que hasta esos años las mujeres padecían de histeria por su propia naturaleza.
"No es normal que las mujeres hayan estado dependiendo siempre de los hombres, sin tener palabra ni voto ni alma para la Iglesia, hasta el Concilio de Trento, ni autonomía para poder tener una cuenta en el banco. Y esto siempre se ha alegado con investigaciones científicas, filosóficas, antropológicas, etc. Todo esto se ha sostenido siempre por la ciencia", sentencia Huertas.