Cuenta Marta Cibelina en su libro Los Borbones y el sexo que Isabel II tiene el mérito, a través de sus escarceos extramatrimoniales, de haber renovado toda la sangre real, hasta ahora viciada por las relaciones entre familiares. Antaño era común que primos, tíos e, incluso, hermanos, acabasen compartiendo lecho por causas que todos sabemos, pero a día de hoy el incesto, definido por la RAE como "relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio" es algo que parece totalmente inconcebible. Parece.
EL ESPAÑOL ha dado a conocer la historia de Ana y Daniel, dos hermanos por parte de padre que crecieron separados y que, cuando se conocieron, se enamoraron "inevitablemente". Su caso puede parecer único, pero lo cierto es que es más usual de lo que uno se pueda imaginar. Es más, ha dado pie a acuñar un término para explicarlo: la teoría de la atracción sexual genética.
La primera en dar a conocer este fenómeno fue Barbara Gonyo, una mujer estadounidense que se sorprendió de la lujuria que sintió al conocer al hijo que había dado en adopción 26 años antes. No se dejó llevar por el deseo, pero su experiencia la llevó a escribir en el libro I'm his mother but he's not my son (Soy su madre, pero él no es mi hijo), en el que quiso dar voz a un problema que, confiesa, es bastante frecuente. De hecho, ha dedicado su carrera a dar soporte a personas en su misma situación.
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"El amor romántico y la excitación erótica pueden ser el subproducto tardío de un vínculo perdido, que normalmente habría tenido lugar entre una madre y su bebé recién nacido o entre hermanos si no hubiesen sido separados en una adopción. Muchas de esas personas, como adultos, necesitan vivir esa cercanía perdida y puede ser de forma sexual o no", escribe en su obra.
Adoptados en la infancia
Su historia personal y sus indagaciones sirvieron como soporte para uno de los pocos trabajos que existen sobre el tema. Realizado por el psiquiatra Maurice Greenberg, investigador de la University College London, utilizó como muestra familias que recurrían a los servicios de una agencia de postadopción para reencontrarse con sus parientes. En todos los casos había un miembro que había sido dado en adopción antes de los seis meses.
"Los hallazgos sirven para reafirmar la existencia de la teoría de la atracción sexual genética, la cual, desde que se describió por primera vez, parece que se ha ido reconociendo cada vez más. Mis colegas estiman que afecta hasta a la mitad de los clientes que se presentan actualmente", describe el texto.
No obstante, al igual que ocurrió con el caso de Barbara Gonyo, el psiquiatra matiza que, pese a la presencia de un gran deseo, las consecuencias de éste no tienen que ser llegar a una relación sexual siempre. Según pudo constatar, mientras que algunos sí conseguían inhibir sus sentimientos, otros se mostraban decididos a seguir adelante.
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La explicación que se ofrece a este hecho es la misma que aportaba Gonyo, la separación durante la infancia. Es aquí cuando entra en juego la teoría del antropólogo Edvard Westermarck, que en su obra de 1891, Historia del matrimonio, apunta a que la atracción sexual entre padres e hijos o hermanos no se elimina por consanguinidad, sino por haber compartido techo durante los primeros años de vida.
Su hipótesis nace fruto de sus investigaciones sobre el incesto, un fenómeno tan problemático que incluso se evita en el mundo animal. El mismo presidente del departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard, Joseph Heinrich, defendía en su última obra, Las personas más raras del mundo, que prohibir el matrimonio entre primos hermanos había sido una de las claves del triunfo de occidente.
Unidos por experiencias
La naturaleza es sabia y sus mecanismos están diseñados para evitar que estas relaciones causen problemas genéticos en la progenie. Si no, que se lo digan al pobre Carlos II, alias El Hechizado. Y, cuáles son estos mecanismos. Como explica el psiquiatra Francisco Traver en su blog Neurociencia-neurocultura, según la teoría de Westermarck, una madre o un padre es aquella persona que nos alimenta y cuida. Mientras, un hermano es aquel intruso que comparte con nosotros las atenciones y, por ende, al que nos une una competencia feroz.
"El efecto Westermarck sería ese reconocimiento que hacemos de nuestros parientes a través del contacto repetido y que nos alejaría sexualmente de ellos con independencia de si estamos emparentados genéticamente o no", apostilla el experto. Es decir, nuestro cerebro no reconoce a los parientes porque compartan genética, sino por los vínculos que se establecen durante el desarrollo. Eliminar este factor facilitaría que se produjera la atracción sexual genética.
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El problema que tuvo Westermarck con la aceptación de su teoría tiene que ver con un contemporáneo de su época, Sigmund Freud, cuya línea estrella es el famoso complejo de Edipo y la idea de que todo el mundo, durante su infancia, desarrolla deseo sexual por el progenitor contrario. Debido a la fama del médico austríaco, ésta fue la que prevaleció, aunque ya por aquel entonces hubiera líneas que lo desmontaran.
El no complejo de Edipo
Como curiosidad, ni siquiera el nombre de complejo de Edipo sería válido, pues en la tragedia de Edipo escrita por Séneca, sus padres biológicos le abandonan nada más nacer, lo que, irónicamente, coincide con la teoría de Westermarck.
Más tarde, estudios científicos darían la razón por completo a Westermarck. El más sonado viene de la mano de Arthur P. Wolf, antropólogo de la Universidad de Stanford. Entre 1957 y 1995, estudió las historias de 14.200 mujeres taiwanesas cuyos matrimonios habían sido pactados desde pequeñas. Allí, era tradición en algunas familias que la niña fuera acogida por los padres de su futuro marido al cumplir los trece meses de edad, por lo que crecían juntos.
Wolf comprobó que, cuanto más larga y más íntima había sido la relación durante la infancia, más reticencias había para que contrasellen de matrimonio. Sin serlo, se consideraban hermanos. Ana y Daniel siéndolo, en cambio, sienten que no lo son.