Pudo ser algo veraniego, con una duración determinada. O más largo, que surgió entre carpetas de instituto o noches de desenfreno. Cada cuál tendrá esa experiencia guardada en su cabeza y, claro, en su corazón. Pero lo que está claro es que el primer amor no se olvida. Con mayor o menor detalle, con mayor o menor barniz y con más o menos dosis de nostalgia.
El primer amor nutre canciones, novelas, cuadros, poemas... Igual que se supone que hubo una explosión de llamadas pidiendo perdón después de escuchar Hello, de Adele, también hay miles de artistas que recurren a ese romance inmaculado para componer sus obras. Y obtienen su eco: no es raro que un gran público se acuerde de esa persona con la que compartió ese descubrimiento de emociones.
Se habla de un amor verdadero a esa conexión que creemos irrompible, no a las relaciones sexoafectivas. Y que permanezca en la memoria tiene un sentido: la fuerza de esos estímulos. Según Helen Fisher, antropóloga de la Universidad de Rutgers y gran experta en el asunto, cuesta borrar este primer amor porque sentimos esa felicidad, éxtasis o incluso desazón de un modo exacerbado.
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No hay nada más físico que un primer enamoramiento, según concluye la experta y recogía un artículo de EL ESPAÑOL. Y eso que todo puede reducirse a una cascada de hormonas que rompe en nuestro organismo y provoca esas sensaciones tan intensas. Quizás sea ese terremoto interior lo que nos lleve a pensar en ese ser querido y lo que suponía su presencia o contacto.
Muchos estudios, de hecho, comparan los efectos del desamor con el síndrome de abstinencia de drogas adictivas. Y lo que ocurre en estos casos es eso: no olvidamos ese primer amor debido al rastro que dejan hormonas como la dopamina o serotonina en nuestro cuerpo y en el sistema nervioso después de su gran combustión. Esa tormenta de hormonas, no obstante, también se desencadena en un nuevo enamoramiento, por lo que no serviría del todo para justificarla.
Y por eso se busca la explicación más allá. Paula Cocozza, periodista de The Guardian, cita también a Fisher en un reportaje para resolver el enigma. Según la antropóloga, existe una zona del cerebro que se activa cuando nos enamoramos por primera vez y que no corresponde ni a nuestro lado más lógico y racional ni tampoco a nuestra parte más emocional.
Se trata del Área Ventral Tegmental o VTA, donde se encuentran otras reacciones físicas como "el hambre, la sed, el impulso de buscar refugio o de aprender, también el impulso creativo". También donde está nuestra necesidad de reproducirnos. Esta zona del cerebro se relaciona con el mecanismo de recompensa, por lo que genera hormonas muy poderosas que corren por nuestro cuerpo cuando tenemos contacto físico con la persona en cuestión.
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"Formar un recuerdo no es un proceso mágico", asegura Catherine Loveday, profesora del Centro de Ciencias Psicológicas de la Universidad de Westminster, en ese mismo texto. "Tenemos una red de células que se disparan al unísono para brindarnos una experiencia consciente de recordar, ya que aprendemos a través del placer y del dolor según las cosas buenas que queremos repetir y las cosas malas que queremos evitar. Ese índice de placer-dolor es un barómetro químico que nos exhorta a querer volver a hacer algo... reforzando los circuitos neuronales del cerebro".
Evitar el atasco emocional
Hay que dejar claro que cuando se habla de "primer amor" se incluye su caída, lo que nos lleva a lo trágico de la experiencia amorosa: es intensa, pero ha concluido. Y eso conlleva que algunas personas se queden atascadas en ese recuerdo, siendo incapaces de recuperar eso que sintieron por primera vez y, por tanto, evitando el enamoramiento con alguien nuevo.
"La misma química que permite el primer amor es probablemente la misma que necesitamos para superar el trauma", asegura Sue Carter, bióloga y neurobióloga del Instituto Kinsey, en el reportaje del rotativo británico. Esto quiere decir que sólo nos salva otro disparo de hormonas, algo complicado pues el primero fue muy intenso. Para solucionarlo, lo mejor es ir a terapia psicológica: una cosa es pensar con melancolía aquellos momentos y otra ser incapaz de volverse a enamorar.
De hecho, no hay que confundir añorar a alguien que echar de menos la sensación que te recorría el cuerpo con él. Todo tiene un poso nostálgico, pero, al fin y al cabo, lo primero es más gestionable que la segundo: no podemos alterar nuestro organismo para asemejarlo a cómo se sentía entonces, pero sí reconciliarnos con alguien o aliviar el dolor que nos supuso su marcha, aunque lo hayamos transformado en libro o poema.