Albert Einstein no solo halló la clave que daría lugar a la bomba atómica sino que apremió al Gobierno de EEUU a fabricarla. Cuando fue consciente de su potencial destructivo dirigió todos sus esfuerzos a alertar sobre el peligro de las armas nucleares. El científico más famoso de la historia fue también uno de los más comprometidos. Su activismo fue posterior a sus ecuaciones y no influyó en su ciencia, pero ¿qué pasa cuando la investigación y el compromiso se entrecruzan?
Es en entornos menos teóricos cuando las ideas políticas y la cultura del momento influyen en la ciencia de manera crucial. Por ejemplo, Francis Galton, uno de los padres de la estadística, también fue uno de los principales impulsores de las ideas eugenésicas a principios del siglo XX, esas que promovían la 'mejora' del ser humano y que acabarían justificando la exterminación de minorías (judíos, gitanos) en la Alemania nazi.
Por suerte, el cruce entre activismo y ciencia en la actualidad no tiene nada que ver con estos dos ejemplos. Aun así, algunos levantan la ceja cuando ven esas dos palabras juntas y se convierten en una especie de 'activistas anti-activismo'.
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"Cualquier tipo de investigación, sobre cualquier tema, puede corromperse debido al activismo de los científicos que la llevan a cabo", afirma el conocido escritor y divulgador José Miguel Mulet, que además es vicedirector del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas.
"Hace unos años teníamos a científicos pertenecientes a los sectores más conservadores de la Iglesia Católica clamando en contra de la investigación en células madre", ejemplifica. Sin embargo, el activismo contra el que lucha en la actualidad es el ecológico.
La polémica comenzó con una investigación publicada en Nature Ecology & Evolution –una de tantas revistas del grupo editor de Nature– sobre los sesgos en la investigación sobre ecología. El artículo analiza 350 estudios publicados entre 2018 y 2020 en dicha área y detecta una tendencia a exagerar sus conclusiones y a informar solo de resultados que resulten estadísticamente significativos.
Para Mulet, esto es un ejemplo de mala práctica científica en la que los investigadores se dejan llevar por su ideología. "O eres científico o eres activista. Las dos cosas a la vez no se puede, porque tus prejuicios se antepondrán a tus resultados", escribió en su cuenta de Twitter. "Por fin Nature se ha dado cuenta de por qué reputado científicos la cagan cuando se ponen la camiseta de Greenpeace". La discusión estaba servida.
En realidad, el estudio se encuadra dentro de un problema científico crucial en los últimos años, la crisis de la replicabilidad, y no solo afecta a la ecología sino a una inmensa mayoría de áreas de la ciencia.
La presión por publicar –es la forma en que los investigadores pueden optar a nuevos puestos y proyectos, cuando no mantener los actuales– es tal que muchos científicos recurren a soluciones poco éticas: 'retorcer' resultados para hacerlos atractivos a las revistas.
Hace algo más de diez años, investigadores de diferentes campos pusieron en práctica uno de los pilares de la ciencia: que al repetir un experimento salgan los mismos resultados. Vieron, sin embargo, que eso no sucedía y en gran parte se debía a la poca calidad metodológica de la gran mayoría de estudios.
Mulet achaca esa mala ciencia también a la "camiseta de Greenpeace" que se ponen muchos científicos. "En ciencia, las conclusiones y los consensos siempre pueden cambiar si aparecen nuevos datos que refutan a los anteriores, eso está en el corazón del método científico. Pero para eso los datos tienen que ser buenos y analizarse sin ningún tipo de sesgo o de condicionamiento".
Las reacciones a su tuit no se hicieron esperar y fueron numerosos los investigadores que respondieron, tanto a favor como en contra. En la actualidad, el cambio climático ha salido del entorno científico y está en el centro del debate social, con muchos académicos posicionándose en el que consideran la cuestión más crucial de nuestro tiempo.
Privilegios y responsabilidades
"Mulet ha provocado sin escrúpulos y con poca ética, negando la posibilidad de hacer compatible activismo con ser científico. Está desfasado, hace décadas que los científicos somos activistas… y de hecho hay razones para explicar que debemos serlo y que no es incompatible con la neutralidad en nuestro trabajo y nuestros artículos".
Quien así se manifiesta es Fernando Valladares, profesor de investigación en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, perteneciente al CSIC y uno de los científicos más citados del mundo: formó parte del ranking anual del 1% más citado en 2015 y 2017.
Además, es un activista comprometido con la causa climática y forma parte de Rebelión Científica, un grupo de activistas climáticos que proceden del mundo académico y que se dieron a conocer para el gran público este año, cuando llenaron la icónica entrada al Congreso de los Diputados de pintura que parecía sangre.
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"Ser científico está obligatoriamente asociado al activismo", sentencia Valladares. "Recordemos que Albert Einstein dijo que el privilegio del conocimiento lleva consigo la responsabilidad de la acción. Él se estaba refiriendo a la responsabilidad respecto a la bomba atómica. Nosotros nos referimos a un riesgo mayor como el cambio climático".
Eso no quiere decir que todos los investigadores tengan que posicionarse. "Es muy saludable para la ciencia que haya científicos que no se dispersen, pero es éticamente ineludible que, quien sabe, denuncie, que sea más o menos activista".
Su compañero en Rebelión Científica Fernando Prieto, doctor en Ecología por la Universidad de Alcalá de Henares, defiende la misma opción sin que ello suponga una mancha de sospecha. "Cuando envías un artículo a Science o a Nature da igual que seas cristiano o judío. Los hechos son sagrados y las opiniones son libres".
Incide: "No vamos a dudar de los datos de la Aemet, de Copernico, de la NASA... No se trata de un complot judeomasónico, todo el mundo está concluyendo que las temperaturas están aumentando". "Cuando todas las boyas del Atlántico te están dando un dato, lo puedes interpretar como sea, pero los datos están ahí".
Líneas rojas infranqueables
Aunque sea la cuestión más crucial de nuestro tiempo, el activismo científico no se acaba en el cambio climático. Eduardo López Collazo coordinador del Área de Enfermedades Infecciosas e Inmunidad del Instituto de Investigación del Hospital Universitario La Paz y uno de los científicos LGTBI más visibles.
"Los científicos somos personas con opiniones políticas y circunstancias personales que nos definen como a cualquier otro profesional", apunta. "Por lo general, logramos apartar lo que es una mera opinión de una verdad basada en datos, mediciones y conclusiones con sustento científico".
Para él, los derechos LGTBI constituyen "una línea roja infranqueable ya que se trata del cuestionamiento de mi identidad personal. ¿Esto me desacredita como científico? No lo creo, abogo por un derecho que debería ser universal".
Pero apunta: "Otra cosa bien diferente es cuando las ideas políticas te llevan a militar en un partido, en este caso hay que cuidarse de no comprar el pack entero porque se puede entrar en contradicción con la verdad científica".
Quien algo de eso puede contar es el físico Joaquín Sevilla que, casi de carambola, acabó figurando en las listas de Sumar en Navarra estas últimas elecciones generales. "¿Ha afectado a mi credibilidad? No que yo sepa. Quizá haya quien lo piense así, pero no me ha llegado".
Todo comenzó el pasado otoño, cuando le piden coordinar un documento sobre ciencia e innovación en los próximos diez años. Sevilla había publicado unos meses antes, junto a Juan Ignacio Pérez Iglesias, Los males de la ciencia, un libro que hace repaso de los problemas que impiden progresar adecuadamente a la investigación, y desde el partido de Yolanda Díaz le pidieron asesoría en el tema.
Una cosa llevó a la otra y, con el adelanto electoral, acabaron pidiéndole que cerrara las listas de Sumar en Navarra. "La relación entre la ciencia y la política es compleja, pero también fundamental", reconoce. "También te digo que hay personas que pretenden justificar su activismo porque, según ellas y ellos, 'la ciencia' les da la razón. Creo que esa postura es totalmente errónea".
Conflictos de intereses
Aunque Sevilla no cree que un científico activista tenga más sesgos que el resto de investigadores, sugiere que en las revistas se podría incluir el activismo dentro del apartado de conflictos de interés que los autores de un artículo están obligados a rellenar. Este concepto siempre se asocia a relaciones que impliquen una retribución económica, pero se puede aplicar igualmente a compromisos ideológicos.
"Al igual que se pide en muchas revistas declarar conflictos de intereses con fuentes de financiación, los sesgos ideológicos también están ahí y no es malo declararlos", opina.
José Miguel Mulet se muestra tajante. "En principio es algo a lo que ya estamos obligados todos los científicos. En cualquier publicación te pide que declares si tienes algún tipo de interés, ya sea comercial o ideológico, con los resultados del estudio. Otra cosa es ya el sentido de la responsabilidad de los científicos que participan".
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Por ejemplo, "ahora mismo puedes encontrar estudios en los que participan miembros de asociaciones de agricultura ecológica que dicen que la agricultura ecológica es mejor, o estudios en los que participan miembros de asociaciones ecologistas diciendo que los transgénicos son malos o que la ganadería no ayuda a frenar la despoblación del medio rural. Obviamente son estudios en los que tienes que cuestionar las conclusiones, puesto que queda claro que las conclusiones estaban establecidas antes de hacer el estudio".
La única forma de actuar con este tipo de trabajos, señala el experto en biotecnología, es "retirando los artículos donde los autores no hayan declarado conflicto de interés (económico e ideológico) y este exista".
Eduardo López Collazo recuerda que los artículos científicos está muy estructurados, los autores tienen que contar cómo accedieron a los datos y, además, todo es revisado por expertos independientes, "que suelen ser rigurosos y piden más evidencias para apoyar la hipótesis o rechazarla".
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Por eso, la cuestión de declarar el activismo como un posible conflicto de interés le parece algo superfluo. "No podemos comparar un artículo científico con una columna de opinión o un artículo en una publicación generalista, detrás de cada paper suele haber un trabajo de años y una evaluación independiente".
Fernando Valladares no cree que su activismo sea un conflicto de interés. "Yo puedo y debo ser totalmente neutral a la hora de escribir un artículo, un informe..." Para él, mostrar su compromiso contra el cambio climático no ha dañado su prestigio como investigador, "justo al contrario, ha sido multiplicado: para mí hubiera sido más cómodo seguir hasta mi jubilación como si nada, recibiendo reconocimiento por mi productividad y la calidad de mis trabajos".
El veterano científico le da la vuelta a la tortilla. Precisamente por ese interés, las campañas de grupos ecologistas como Greenpeace, WWF, SEO Birdlife o Extinction Rebellion (de la que parte Rebelión Científica) "siempre se basan en un artículo científico, un informe, una fuente original que les dé veracidad". Y concluye: "No es que haya que superar los sesgos en el activismo sino que en el activismo estamos muy entrenados para contrapesarlos".