En casi toda batalla cinematográfica de vivos contra muertos, o más bien no-muertos, los primeros acaban imponiéndose por su superior astucia, destreza y rapidez, pese a encontrarse en franca minoría debido a algún apocalipsis previo que ha engrosado las huestes de los zombis. Pero incluso sin apocalipsis, ¿cuál sería el equilibrio real de fuerzas?
El Population Reference Bureau (PRB), una organización dedicada a la demografía con sede en Washington D. C. (EEUU), mantiene una estimación del número total de personas que han vivido en la Tierra desde el nacimiento de nuestra especie: unos 108.000 millones. Teniendo en cuenta que actualmente somos algo más de 7.400 millones, calculen cuántos murieron ya. En resumen, algo así como Butch Cassidy (Paul Newman) y The Sundance Kid (Robert Reford) contra todo el ejército boliviano; imaginen las posibilidades reales de éxito.
Pero hay una pequeña trampa: obviamente, de la inmensa mayoría de esos cien mil millones de cadáveres humanos no existen ya ni los huesos. Por desagradable y aterradora que nos resulte, la descomposición que comienza de inmediato tras la muerte no es más que parte del ciclo biológico terrestre, que recicla nuestra materia en otros elementos de la biosfera. Es un proceso rápido: en un cuerpo expuesto al aire en condiciones normales, después de un mes ya se han consumido todos los tejidos blandos, quedando sólo hueso, pelo y piel.
Y a pesar de esta rapidez, la materia biológica se empeña en perdurar. Algo de hueso puede persistir durante cientos o miles de años en condiciones adecuadas. Y en ciertas circunstancias, los cuerpos no llegan a desaparecer: en un ambiente seco, con una corriente de aire que evapore rápidamente el agua de los tejidos, el cadáver puede momificarse. Otra extraña transformación es la adipocira, la conversión de la grasa en una especie de cera que es, en realidad, jabón, "con la consistencia del más duro jabón de Castilla", según la primera descripción del proceso por el inglés Thomas Browne en el siglo XVII.
Enterramiento, cremación o...
El enterramiento es la práctica más común en el mundo para dar destino final a los cuerpos humanos después de la muerte. Sin embargo, hoy la cremación está ganando terreno. Según la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef), en España las incineraciones ya alcanzan el 35% del total, pero aún hay mucho margen de crecimiento, dado que nuestro país es el que tiene más hornos crematorios de Europa, con 358. En Inglaterra las cremaciones llegan al 73%, mientras que en EEUU las incineraciones han superado por primera vez a las inhumaciones en 2015.
Dejando aparte la investigación y la docencia, enterramiento y cremación son las dos únicas opciones legales en España para disponer de los cadáveres. Aunque con excepciones: algunas Comunidades Autónomas han conservado la tercera opción contemplada en el viejo decreto estatal de 1974, la inmersión en alta mar.
Y hay algún otro caso peculiar, nada menos que el de la familia real. Si han visitado la Cripta Real del Monasterio de El Escorial, tal vez se hayan preguntado qué ocurre con la descomposición en esas urnas expuestas al aire. Pues bien, el secreto se encuentra en una sala adjunta cerrada al público denominada Pudridero; allí se cubren los cadáveres con cal viva durante 25 o 30 años hasta que sólo quedan los huesos, que son entonces trasladados a las urnas. Actualmente se encuentran en el Pudridero los restos de los padres del rey Juan Carlos I.
Más allá de esto, las normativas no especifican un destino obligatorio para las cenizas resultantes de una cremación, y es aquí donde han comenzado a surgir las nuevas opciones para disponer de estos restos. La empresa española Por Siempre ofrece joyas en las que se puede introducir una parte de las cenizas del ser querido, mientras que Omneo solidifica las propias cenizas en un prisma que se conserva en un elegante estuche de aluminio. Varias compañías, como LifeGem, Irisgem, Heart in Diamond, Phoenix Diamonds, Cremation Solutions, DNA2Diamonds o Algordanza, dicen aprovechar el carbono de las cenizas o del pelo para transformarlo en diamantes.
Otro posible destino para las cenizas es el espacio. Las compañías estadounidenses Celestis, Orbital Memorials y Elysium Space lanzan los restos a la órbita terrestre dentro de un cohete que posteriormente se desintegrará al reentrar en la atmósfera. Algunas de estas empresas pretenden ahora ampliar la oferta con envíos a la Luna y al espacio profundo. Por otra parte, la catalana Estudi Moline propone devolver a la naturaleza lo que nos dio, enterrando las cenizas en una urna ecológica y biodegradable de la que crecerá un árbol.
Es precisamente el criterio medioambiental el que está impulsando el nacimiento de nuevas iniciativas, evitando la persistencia de los restos en los enterramientos tradicionales y las emisiones de carbono asociadas a la cremación. Entre estas ideas innovadoras destaca la hidrólisis alcalina o liquidificación, consistente en disolver el cuerpo en una solución fuertemente alcalina dentro de un tanque de alta presión y temperatura. Se emplea sobre todo con los animales de compañía, pero ya es legal para los humanos en varios estados de EEUU y provincias de Canadá.
Según la empresa Aqua Green Dispositions, que ofrece este servicio, "instituciones de confianza han elegido este proceso durante años para los cuerpos donados a la ciencia; el Departamento de Anatomía de la Clínica Mayo utiliza la hidrólisis alcalina desde 2006 porque el proceso estéril previene la liberación de emisiones y ayuda a proteger los recursos naturales". Sin embargo, una de las pegas de este sistema es el residuo que deja. Los huesos pueden reducirse a ceniza como en el caso de la cremación, pero la pasta que queda de los tejidos blandos tiene poca salida que no sea la red de saneamiento, lo que resultará inaceptable para muchos.
También en la línea ecológica, el Infinity Burial Suit de la empresa Coeio proporciona un destino original a los restos humanos: servir de alimento a las setas. "Devuelve tu cuerpo a la tierra sin dañar el medio ambiente", publicita la compañía. Se trata de un traje que contiene esporas de hongos, los cuales crecerán alimentándose de la descomposición del cadáver. Dado que los hongos tienen la capacidad de degradar contaminantes ambientales y de secuestrar metales pesados, el sistema no sólo evita el uso de productos tóxicos, sino que eliminará los que el propio cuerpo pueda contener.
¿La muerte no es el final?
Frente a todo esto, hay quienes también tienen ideas innovadoras respecto a la muerte, pero en un sentido muy diferente. El pasado abril, la compañía estadounidense Bioquark y la india Revita recibieron luz verde para poner en marcha un ensayo clínico único en la historia de la medicina. Con su proyecto ReAnima, los investigadores de ambas empresas pretenden volver a poner en marcha una parte del sistema nervioso central de 20 pacientes clínicamente muertos. En otras palabras: tratarán de revertir la muerte cerebral. O incluso en otras palabras: ¿resucitar a los muertos?
"Aunque devolver a los muertos a la vida o conseguir una neuroreanimación completa son casi sinónimos, el propósito a corto plazo es mucho menos drástico", señala a EL ESPAÑOL el CEO de Bioquark y corresponsable de ReAnima, Ira Pastor. Bioquark es una empresa dedicada a la reparación de tejidos y al desarrollo de nuevos compuestos biológicos que puedan inducir una regeneración autónoma. En este paso más allá, o casi al más allá, Pastor y sus colaboradores ensayarán un nuevo sistema con pacientes en coma irreversible que están conectados a dispositivos de soporte vital.
Los investigadores de ReAnima se inspiran en los mecanismos biológicos de ciertas especies que son capaces de regenerar órganos o miembros. "Utilizaremos una combinación de herramientas de medicina regenerativa, como reprogramación de células madre, con otros dispositivos médicos utilizados para la estimulación del sistema nervioso central en pacientes con trastornos graves de consciencia", dice Pastor. Con ello los investigadores esperan lograr la reactivación del tallo cerebral, que conecta el cerebro con la médula espinal y que controla funciones básicas como la respiración y el ritmo cardíaco. "Hasta donde sabemos, este estudio es el primero que explorará la dinámica de la neurogénesis y la vasculogénesis en los tallos cerebrales de estos sujetos", añade Pastor.
Y después, ¿qué? "Nos están preguntando mucho por la reanimación completa, y aunque la recuperación total es nuestra visión a largo plazo y una posibilidad que vemos en el camino, nuestro objetivo por ahora es otro; pero es un puente hacia ello", sugiere Pastor. Por el momento, la fase de reclutamiento de los voluntarios, que se lleva a cabo en la India, está demorando el comienzo del ensayo; es natural que los familiares se muestren reticentes. Pero según Pastor, ya han contactado con varias familias interesadas en el proyecto.
Pastor deja una observación en el aire, y es su duda sobre la etiqueta "irreversible". "Las cosas no son siempre blancas o negras", advierte. Y es que, a pesar de todo, tal vez aún no hemos llegado a conocer la muerte tan bien como creíamos. Hace un año y medio, un controvertido estudio sobre experiencias cognitivas durante procesos de resucitación cardiopulmonar afirmaba que el 46% de los pacientes conservaba recuerdos del momento de la reanimación. Y al menos en un caso hubo "un período verificable de consciencia durante un intervalo en el que no debía esperarse función cerebral", escribían los investigadores.
Casi tan insólito es un reciente descubrimiento de un equipo de investigadores de Europa y EEUU que parece dar la razón al famoso himno: la muerte no es el final. Al menos en lo que se refiere a la actividad celular. El equipo dirigido por el investigador de la Universidad de Washington y la Universidad Estatal de Alabama (EEUU) Peter A. Noble ha descubierto que más de 1.000 genes se activan después de la muerte. Y no sólo segundos o minutos después: algunos de esos genes se ponen en marcha transcurridas 48 o 96 horas del fallecimiento, cuando el cadáver ya se encuentra en descomposición avanzada. Entre ellos se encuentran genes del desarrollo fetal, que llevaban silenciados desde el nacimiento del individuo. Los científicos han llevado a cabo el experimento en ratones y peces cebra, pero tienen razones para sospechar que lo mismo ocurre en humanos.
¿Qué sentido tiene esto? La respuesta de Noble es tan intrigante como fascinante: "El cuerpo no sabe que ha muerto y algunas células siguen creciendo", apunta a EL ESPAÑOL. Y entonces, ocurre lo impensable: "La activación de algunos genes podría verse como un rescate de emergencia; se activan para ayudar a salvar la vida al cuerpo", aventura Noble. Un último intento del organismo por aferrarse a la vida. Aunque inútil. Al menos, por ahora.