El helicóptero podría haber pasado a la historia del mundo como un invento español, si no hubiera sido por el gran tajo que en nuestro país cercenó éste y otros tantos proyectos de aquella Edad de Plata del primer tercio del siglo XX: la Guerra Civil. El pionero detrás de aquella aventura fue Federico Cantero Villamil, un ingeniero que dedicó el grueso de su trabajo a la naciente ingeniería hidroeléctrica española, y que acaba de recibir un homenaje en la Semana de la Ingeniería del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en Madrid, con el objetivo de reivindicar su figura.
A comienzos del siglo XX, la aviación era una de las grandes promesas del futuro. Hoy suele citarse a los estadounidenses Wilbur y Orville Wright como los inventores del avión por su vuelo histórico en 1903, pero lo cierto es que ésta es como máximo una verdad a medias: lo que consiguieron los dos hermanos de Ohio fue construir un aparato que podía pilotarse. La historia de la aviación realmente se engendró varios siglos antes, al menos en el IX con el bereber andaluz Abbás Ibn Firnás. Los hermanos Wright fueron contemporáneos de otra legión de pioneros de la aviación en varios países que aportaron avances fundamentales en el vuelo o la propulsión.
La tentación de conquistar el aire también sedujo a un puñado de innovadores españoles. Son sobradamente conocidos los casos de Juan de la Cierva, inventor del autogiro, y del polifacético Leonardo Torres Quevedo, que mejoró los dirigibles. Por su parte, el pionero de la aeronáutica española Emilio Herrera fabricaba su escafandra estratonáutica, el segundo traje espacial diseñado en el mundo.
La Libélula Española
Por allí se encontraba también un hombre nacido en Madrid y radicado en Zamora. Oficialmente, Federico Cantero Villamil (1874-1946) era un ingeniero de caminos cuyo legado más tangible se reparte entre el conjunto hidroeléctrico de los llamados Saltos del Duero y algunas obras ferroviarias, sobre todo la línea Ourense-Zamora, además de las abundantes fotografías con las que él mismo documentó sus proyectos. Sus logros profesionales le llevarían a su designación como director general de Obras Hidráulicas del Gobierno de la República. "Era un hombre reservado, no tuvo ánimo de notoriedad; estaba muy centrado en su trabajo", señala a EL ESPAÑOL Federico Cantero Núñez, nieto del ingeniero.
Pero en sus ratos libres, Cantero Villamil tenía otra ambición: volar. Según recuerda el historiador Álvaro González Cascón en el libro que el Ministerio de Fomento publicará próximamente con motivo del homenaje, el propio ingeniero escribió que durante su último año de Bachillerato comenzó a interesarse por "la idea de que el hombre, un día, llegaría a volar". Su inmersión práctica en la aeronáutica llegaría en 1909, cuando el francés Louis Blériot pilotó el primer vuelo a través del Canal de La Mancha. Según expone Cantero Núñez, al año siguiente Cantero Villamil escribía a Blériot pidiéndole su ayuda para construir un aeroplano de su invención.
A partir de 1910, Cantero Villamil comenzó a dedicarse intensamente a estudiar los problemas del vuelo, lo que le llevaría a firmar decenas de patentes, incluyendo ideas sobre motores a reacción. Aquel mismo año comenzó a interesarse en el helicóptero, un concepto que estaba en el punto de mira de inventores de varios países y que todavía ofrecía serios problemas de estabilidad y control. Por entonces y aún sin un túnel de viento en España que permitiera probar los diseños, Cantero Villamil construyó su propio laboratorio aerodinámico en el jardín de su casa de Zamora.
Con todo el conocimiento acumulado a lo largo de aquellos años, en 1935 Cantero Villamil se decidió por fin a construir un prototipo, en colaboración con el joven ingeniero aeronáutico Pedro Blanco Pedraza y el mecánico de precisión Antonio Díaz, encargado de fabricar las piezas. De la fusión de los apellidos de los tres llegó a barajarse la idea de bautizar aquel aparato como Libélula VIBLANDI, pero su nombre definitivo sería Libélula Española.
Un proyecto asfixiado por la guerra
La construcción del aparato comenzó en 1936, que se revelaría como un año nefasto para iniciar cualquier proyecto: cuando la guerra estalló, el aparato estaba en el taller de Díaz en Madrid, bajo el gobierno republicano, y su creador en La Granja de San Ildefonso (Segovia), en zona controlada por los sublevados. La Guerra Civil separó al inventor de su invención, interrumpiendo el proyecto. En 1939, el ingeniero de origen ruso Igor Sikorsky lograba en EEUU una demostración de un helicóptero funcional, lo que tres años después daría lugar al primer aparato fabricado en serie. "Si no hubiera sido por la guerra, habría podido ser el primer helicóptero en haber volado", dice Cantero Núñez.
Pese a todo, al terminar la guerra española Cantero Villamil quiso continuar con su Libélula, trasladándola a Cuatro Vientos. Durante los años siguientes continuó modificando el prototipo e introduciendo las mejoras resultantes de sus estudios. Pero entonces se encontró con otro gran obstáculo: la postguerra. "Tenía la dificultad de los materiales, porque recién acabada la guerra no había capacidad para importar", dice Cantero Núñez. La carestía de la España arrasada, el éxito de Sikorsky y la propia edad avanzada de Cantero Villamil terminaron por asfixiar el proyecto, hasta que en 1946 la tuberculosis se llevó la vida del ingeniero.
La Libélula Española nunca voló; al menos, oficialmente. "Yo he encontrado que sí llegó a volar, pero sin autonomía y muy poco tiempo", afirma a EL ESPAÑOL Isabel Díaz de Aguilar Cantero, también nieta del ingeniero. Díaz de Aguilar apunta a la introducción de mejoras basadas en la experiencia como un argumento razonable para suponer que el aparato llegó a probarse en vuelo, aunque probablemente sujeto al suelo por algún cable.
La historia de Cantero Villamil y su Libélula ha permanecido prácticamente enterrada durante décadas, resurgiendo gracias al empeño de sus descendientes, encabezados por la única hija que hoy le sobrevive, Concepción Cantero García-Arenal. Su nieta Isabel coordinó la primera biografía del ingeniero, publicada en 2006, y es también autora de un blog dedicado a recuperar la figura de un genial innovador español que hoy, por fin, está saliendo del olvido.