Ocho científicos muy malas personas que ganaron un Nobel
Algunos galardonados tienen su lado oscuro: traiciones, superchería y ciencia al servicio del genocidio son algunas de sus 'cualidades'.
3 octubre, 2017 03:44Noticias relacionadas
"Alfred Nobel inventó un explosivo más poderoso que ningún otro conocido antes - un medio destrucción excesivamente efectivo. Para hacer penitencia por este 'logro' y para aligerar su conciencia, fundó su premio para la promoción de la Paz". Esta reflexión la hacía Albert Einstein en 1945 poco después del bombardeo nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki, vinculando para siempre los principales premios científicos a los dilemas morales que entraña el progreso.
Así, no todos lo ganadores de la medalla de oro de la Academia de la Ciencias de Suecia han estado a la altura de la preeminencia otorgada como "benefactores de la humanidad". La veterana publicación National Geographic recopiló ocho ejemplos relevantes para abrir el debate sobre el lado oscuro de los Premios: desde pequeñas miserias como los politiqueos, ninguneos y discriminaciones académicas endémicas, a ganadores que usaron su posición para promover activamente atrocidades contra los derechos humanos.
1- Nils Gustaf Dalén, el rival más débil
Este ingeniero obtuvo el Premio Nobel de Física en 1912 por la invención de la "válvula solar" para encender de forma automática farolas al atardecer. Si entra como primer epígrafe de ganadores "despreciables" no es por motivos cualitativos sino cuantitativos: el historiador Burton Feldman lo calificó como "el premio menos impresionante en cualquiera de las categorías científicas".
Lo cierto es que había candidatos más destacados que Dalén, entre ellos Max Planck, creador de la mecánica cuántica. Pero se trataba de una teoría todavía controvertida para la época, así que el comité se planteó otorgar el premio de forma conjunta a Nikola Telsa y Thomas A. Edison por sus trabajos sobre la electricidad. Nuevo obstáculo: ambos investigadores se aborrecían a esas alturas. Dalén acababa de quedarse ciego por un experimento cuando recibió el galardón y se especuló con que eso pudo conmover a los académicos suecos.
2- Kary Mullis no se cree el sida
Este bioquímico recibió en 1993 el premio Nobel de Química por su trabajo sobre la reacción en cadena de la polimerasa, un hallazgo usado en la investigación del ADN. Actualmente se le puede seguir dando conferencias sobre la medicina del futuro, la filosofía de la ciencia y algunas más esotéricas al respecto del uso de alucinógenos para expandir la mente y contactar con inteligencias extraterrestres.
¿Merece este toque de hippismo un lugar en la lista de nóbeles despreciables? Sí, cuando las teorías de Mullis también implican el negacionismo del sida (afirma que el VIH es inocuo y la enfermedad la provocan los antirretrovirales), el del cambio climático y el evangelismo de pseudociencias como la astrología.
3- Johannes Fibiger, el Nobel 'fake'
El Premio Nobel de Medicina o Fisiología de 1926 supuso un bochorno para todos. Este médico danés descubrió el Spiroptera carcinoma, un parásito capaz de provocar cáncer de estómago. En su momento, este hallazgo fue saludado como "la mayor contribución a la medicina experimental de la época". Hoy, se considera "uno de los peores gazapos de la Academia de las Ciencias de Suecia".
Solo tras el fallecimiento de Fibiger se reveló que sus conclusiones eran erróneas. Los tumores que había descrito el patólogo en ratas no habían sido provocados por los parásitos sino por la deficiencia de vitamina A. Los gusanos se habían limitado a exacerbar las tumoraciones que, de hecho, ni siquiera eran carcinógenas.
4- William B. Shockley pretendía extinguir a los negros
El Nobel de Física de 1956 fue a parar a tres investigadores por la invención del transistor, artefacto al que en gran medida debemos la revolución de las telecomunicaciones. Shockley explotó comercialmente el hallazgo en su California natal sentando las bases empresariales de lo que acabaría siendo Silicon Valley.
Las ideas del investigador iban desafortunadamente en sentido refractario al del progreso que ha traído su trabajo. Su contestación a los movimientos civiles de los años sesenta fue abogar por el darwinismo social. Su obsesión era la "evolución regresiva": creía que la proliferación la raza negra, "intelectualmente inferior", perjudicaba a la humanidad, y llegó a proponer sustituir la Seguridad Social por incentivos a la esterilización de la población más desfavorecida.
5- Tim Hunt, el 'rompecorazones' del laboratorio
La polémica sobre el ganador del Premio Nobel de 2001 de Fisiología o Medicina es tan reciente que llegó a hacerse viral. Comenzó, como otras tantas polémicas en la red, con un chiste pronunciado durante un encuentro público: "Os voy a decir cuál es mi problema con las chicas en el laboratorio. Estas son las tres cosas que pasan: te enamoras de ellas, se enamoran de ti, y cuando las criticas, lloran".
No faltó quien defendió a Hunt manteniendo que se trataba de una broma que no reflejaba su actitud real con las mujeres, pero investigadoras y científicas alzaron la voz contra la perpetuación de estereotipos sexista y discriminatorios. Dieron incluso pie a un irónico meme, demostrando lo "distractingly sexy" que estaban con bata blanca y muestreando. Hunt se disculpó profusamente, pero terminió dimitiendo de sus cargos en el University College de Londres y la Royal Society.
6- Joshua Lederberg traicionó a su mujer
No abandonamos la temática de la discriminación sexista para hablar del Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 1958 por el descubrimiento de la 'conjugación bacteriana', el hecho de que las bacterias pueden reproducirse e intercambiar genes. Lederberg lo compartió con los genetistas Edward Tatum y George Beadle, pero no con una persona fundamental para el descubrimiento: Esther Lederberg.
Esther, microbióloga, fue la descubridora del virus que infecta a las bacterias y colaboró en el desarrollo de la técnica que permite pasar a las bacterias de una placa de Petri a otra. En su discurso de aceptación del Nobel, Joshua solo la mencionó una vez. Se divorciaron en 1966 y ella llegó a tener una brillante carrera en el campo de la genética bacteriológica, pero su olvido en favor de su esposo ha sido calificado en la literatura científica posterior como "inexplicable".
7- Fritz Haber, el ángel de la muerte
Introducíamos este artículo mencionado a dos científicos, Alfred Nobel y Albert Einstein, que vieron sus investigaciones transformadas por manos ajenas en terribles armas de guerra: la dinamita por un lado, la teoría de la relatividad por la otra. No es el caso del Premio Nobel de Química de 1918 por lograr la síntesis del amoniaco, pero que ha pasado a la historia como instrumento de algunos de los peores asesinatos en masa del siglo XX.
Cuando recibió el Nobel, Haber trabajaba para Alemania como responsable de su arsenal químico pese a que tales armas habían sido prohibidas por la Convención de la Haya de 1907. El químico observaba en el propio campo de batalla los efectos de sus gases letales para perfeccionarlos. "La muerte es la muerte, no importa como se inflija" y "En tiempos de paz un científico pertenece al mundo, en tiempo de guerra, a su país" - son las dos frases que inmortalizaron su compromiso bélico.
8- James D. Watson, el Nobel de todos los charcos
Un hito como el Premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1962 por el descubrimiento de la molécula de ADN parece imposible de desmerecer. Watson, sin embargo, se esfuerza en tocar todos los palos de la ignominia. Adujo que la raza negra no tiene esperanza porque es "inherentemente menos inteligente" que la blanca, propuso tests genéticos para que las embarazadas pudieran abortar si el feto era homosexual, y ha abogado por la selección genética en base a la belleza, la gordura o la inteligencia.
El descubrimiento que ameritó el Nobel carga además con un lastre de discriminación sexista: ninguno de los investigadores reconoció la aportación de Rosalind Franklin, que había muerto por aquél entonces. Watson, además, vapuleó su memoria, describiéndola como una "mujer terca", de "mal carácter" y "agresiva". En 2014, se convirtió en el primer ganador del Nobel en subastar su medalla; el comprador, un ruso acaudalado y admirador suyo, se la devolvió.