Un instante después del resplandor, Louis Slotin sabía que era hombre muerto. El físico atómico de origen canadiense estaba instruyendo a su sucesor, Alvin Cushman Graves, en una operación crítica para el desarrollo de armamento nuclear en el laboratorio de Los Álamos, Nevada. Una manipulación tan peligrosa que se conocía como "hacerle cosquillas en la cola al dragón". Slotin la había efectuado ya dos docenas de veces sin problemas. El 21 de mayo de 1946, sin embargo, ocurrió la catástrofe.
El experimento consistía en generar en laboratorio la primera etapa de una reacción de fisión. Un núcleo de plutonio reposaba dentro de una media esfera de berilio, que actuaría como reflector de neutrones. Otra idéntica debía cerrarse por encima. El investigador conocía de primera mano las consecuencias de un error. Un año antes, uno de sus asistentes, Harry K. Daghlian, había dejado caer un fragmento de tungsteno en un núcleo similar mientras lo manipulaba. La radiación resultante le provocó la muerte 21 después, una agonía durante la cual Slotin le acompañó al pie de su cama.
Con todo, el investigador se confió. Las tapas de berilio debían poder asirse con cuñas, pero Slotin las había retirado y las mantenía separadas con la punta de un destornillador. La tapa superior resbaló sobre la superficie de la herramienta y cayó sobre el núcleo de plutonio, produciendo una reacción crítica con emisión de radiación de alta energía. Un resplandor bañó la sala por la ionización de las partículas en el aire y una ola de calor barrió a los presentes. El investigador apartó la tapa de golpe, pero ya era era tarde.
Como el hombre designado para tomar su relevo, ya que Slotin había terminado aborreciendo la investigación nuclear con fines militares, Alvin C. Graves estaba en primera fila durante el accidente. Estudiante del Massachusets Institute of Technology (MIT) y doctorado en física nuclear por la Universidad de Chicago, había sido reclutado para el Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica. Ahora se aprestaba a ocupar el puesto de jefe de armado en Los Álamos.
Los ocho hombres presentes durante el incidente fueron puestos en observación de inmediato. No llevaban protección contra la radiación ni las placas de plomo que hubieran permitido diagnosticar a qué nivel se habían expuesto. Ingresados en el Hospital de Los Álamos, las pruebas de sangre y muestras de hueso revelaron que Slotin habían recibido más de 1.000 rads, el doble de la exposición mortal. Los médicos no podían hacer otra cosa que tomar muestras mientras moría.
Los dos otros pacientes más graves eran el propio Graves y Allan Kline, un físico de 26 años recién licenciado que participaba como asistente en el experimento. El tratamiento consistía en tenerles en observación mientras su cuerpo eliminaba la radiación y tratar de evitar un daño permanente. Sin embargo, los análisis revelaron que todo el metal que llevaban encima cuando ocurrió el accidente había quedado irradiado y ponía en peligro su vida. Eso incluía los empastes de oro de sus dientes.
Efectivamente, la radiación que envenenaba sus propios dientes presentaba riesgo de provocarles un cáncer de mandíbula. Se decidió tratar de contenerla con unas fundas a medida elaboradas con pan de oro. Pero resultó no ser suficiente, con lo que ambos hombres terminaron llevando molduras de oro sólido en la boca durante cinco días. Al noveno desde el ingreso, tras una terrible agonía y acompañado de sus padres que habían sido avisados, Louis Slotin falleció.
A Graves se le dio un 50% de posibilidades de sobrevivir. Pero dos semanas después del ingreso recibió el alta, y se reincorporó al trabajo a los pocos meses. La principal secuela visible del accidente era una calva en el pelo que fue remitiendo naturalmente. Su cuenta de espermatozoides había caído a cero, pero no quedó estéril: dos años después concibió su segundo hijo con su esposa, la pionera en física de neutrones Elizabeth Riddle Graves.
Alvin C. Graves llegó a ser el director del Laboratorio de Los Álamos, y su legado se enturbia a partir de ese momento: fue un gran detractor de los peligros de la radiación asociados con los experimentos en Nevada. En una comisión del Congreso de EEUU sobre la relación entre radiactividad y cáncer, llegó a declarar: "No es un riesgo de algo que te vaya a ocurrir, sino un riesgo de que algo tiene más probabilidades de ocurrirte. Puede que no muchas más probabilidades". Murió a los 55 años de un infarto mientras esquiaba, algo que se achacó en su momento a causas naturales pero que ahora se relaciona con el accidente.
Kline, por su parte, fue despedido inmediatamente, porque los niveles de radiación que había recibido lo inhabilitaban para trabajar en el laboratorio durante los siguientes 25 años, y abandonado a su suerte. Cuando reclamó una compensación a la Administración, el caso fue encubierto. No fue hasta los años ochenta cuando una investigación periodística en The Times destapó el escándalo. Hoy, los protectores dentales de oro que llevó Grave se exponen en solitario en una vitrina del museo de Los Álamos.