“¿Se podría estudiar la probabilidad de extinción de una especie en base al consumo energético de su organismo?”. Esa fue la pregunta que despertó la curiosidad de Luke Strotz, investigador de la Universidad de Kansas y uno de los autores de un reciente estudio que aborda el tema de la evolución con un enfoque muy distinto al clásico darwinismo. Según sus hallazgos, parece ser que los más fuertes no tienen por qué ser los que sobreviven, sino los que tienden a ahorrar fuerzas. Algo así como la supervivencia del más vago.
Analizando el metabolismo de casi 300 especies de bivalvos y gasterópodos que han poblado el Atlántico en los últimos 5 millones de años -a través de especies vivas o fósiles- los científicos han llegado a la conclusión de que aquellas que mejor sobreviven son, precisamente, las que menos energía necesitan para mantenerse vivas. Es decir, las que tienen un metabolismo más lento.
“Hemos encontrado una diferencia entre las especies de moluscos que se han extinguido a lo largo de los pasados 5 millones de años y los que aún siguen rondando a día de hoy”, detalla Strotz. “Los que se extinguieron tienden a mostrar tasas metabólicas más altas que aquellos que todavía están viviendo”. Por tanto, concluye el investigador, “aquellos que requieren menos energía para mantenerse parecen tener más probabilidades de sobrevivir que los organismos con tasas metabólicas más elevadas”.
“Como tenían un requerimiento menor de energía o comida, podían salir adelante con menos cuando venían malos tiempos”, apunta otro de sus autores, Bruce Lieberman, también de la Universidad de Kansas.
“Esto va a ampliar nuestra comprensión de los mecanismos que conducen a la extinción y a ayudarnos a determinar mejor la probabilidad de que una especie se extinga”, agrega Strotz, que lo ve como “una nueva herramienta” para realizar vaticinios, por ejemplo, con vistas a la repercusión que el inminente cambio climático tendrá sobre la vida en la Tierra.
"Tanto la longevidad máxima como la tasa metabólica se ajustan a la temperatura", aclara el investigador. "Cualquier variación en las temperaturas globales asociado con el cambio climático afectará a los organismos a nivel fisiológico”.
Así las cosas, “quizá ser lánguidos y sosegados sea la mejor estrategia evolutiva a largo plazo”, apunta Lieberman, que contrasta esta nueva concepción con las viejas enseñanzas de Darwin: “En lugar de ‘la supervivencia del más fuerte’, quizá una metáfora más apropiada sería ‘la supervivencia del más vago’ o, al menos, ‘la supervivencia del más lento’”.
Obviamente, “este resultado no implica que los vagos sean necesariamente los más aptos”, matiza el profesor. “A veces las personas vagas son precisamente las que más recursos consumen”. De hecho, advierte, “la pereza de la humanidad, en lo que respecta a intentar frenar los cambios que le estamos causando al planeta, puede ser el mayor peligro al que se enfrenta nuestra propia especie”. "No puedes simplemente decidir ser vago como individuo y esperar vivir más años”, respalda Strotz.
Por tanto, más que una buena noticia para los que son de natural perezoso, los que gustan de tumbarse en el sofá y acostumbran a hacer poco ejercicio, se trata de un nuevo elemento que sumar a la extensa lista de razones por las que unos animales prosperan y otros siguen los desventurados pasos del dodo.
Para llegar hasta ahí, lo primero que necesitaban era cuantificar el metabolismo basal de cada especie, tanto supervivientes como extintas. Para ello obtuvieron una media de su tamaño. Después, calcularon la temperatura del océano en que esos animales habían vivido y, en base a ese par de datos, estimaron la energía que necesitaban para mantenerse vivos.
Otro detalle que llama la atención es que el tamaño del hábitat también juega un papel relevante en la supervivencia. Los animales que viven confinados tienen más papeletas de extinguirse que aquellos que están desperdigados a lo largo y ancho del océano.
Además, los investigadores han llegado a la conclusión de que la tasa metabólica no es algo que varíe demasiado con el tiempo. La media del conjunto permanece estable aunque unos individuos nazcan y otros mueran. “Esto fue una sorpresa”, reconoce Stotz, “ya que uno espera que a nivel de la comunidad la tasa metabólica varíe con el tiempo. Sin embargo, el consumo principal de energía se mantiene durante millones de años para estos bivalvos y gasterópodos, a pesar de numerosas extinciones”.
El hecho de que se hayan decantado por babosas, mejillones, vieiras y sus antepasados no es casual. Para llevar a cabo una investigación como esta, “se necesitan grandes conjuntos de datos”, explica Stotz, y “muchas de estas especies de bivalvos y gasterópodos siguen vivas”. Así, buena parte de la información necesaria la podían obtener de lo que ya se conoce sobre la fisiología de estos animales. Además, se conservan multitud de fósiles a los que también podían recurrir fácilmente.
Ahora el objetivo de este grupo es ampliar su estudio, descubrir si sus hallazgos se pueden trasladar a otras especies. “Vemos estos resultados generalizables a otros grupos, al menos en el ámbito marino”, afirma Stotz. Pero, “¿pueden aplicarse a los vertebrados? ¿Pueden aplicarse en tierra?”, se pregunta. Y eso es lo que pretende descubrir. De confirmarse, lo que dábamos por hecho como clave para la supervivencia, ser los más fuertes, podría no ser cierto. Quizá los menos energéticos, los más pausados, heredarán el mundo.