El debate sobre cómo medir nuestra propia inteligencia enfrenta a psicólogos, profesores y neurólogos desde principios del siglo XX. El coeficiente intelectual, denostado por muchos profesionales, se encuentra omnipresente en la psique colectiva, pero en los últimos años ha chocado con la llamada teoría de las inteligencias múltiples.
Sin embargo, aún no existe consenso sobre cómo determinar nuestra capacidad intelectual de manera precisa. ¿Es mejor hacerlo a temprana edad, o cuando el cerebro ya se ha estabilizado tras la adolescencia? ¿Los resultados dependerán de mi estado anímico? Y sobre todo, ¿qué determina que sea más o menos listo?
La sociología también interviene en este complejo debate. Dado que la inteligencia se desarrolla hasta la etapa adulta, es interesante plantearse si el entorno socioeconómico en el que cada persona se desarrolla influye en el desarrollo de sus capacidades.
Siri, define inteligencia
El propio concepto es problemático. La RAE lo tiene muy claro (facultad mental que te permite aprender, razonar o formarte una idea de la realidad) pero los expertos se tiran los trastos a la cabeza. El estudio Intelligence: Knows and Unknows se permite contar una pequeña anécdota. Firmado por una docena de intelectuales estadounidenses, se les pidió consensuar una definición. La reunión acabó con dos sugerencias distintas por cabeza.
En un editorial de 2014, el director de la revista Intelligence tuvo un arranque de sinceridad con sus lectores: "Si no le ha ocurrido todavía, llegará un momento en el que se percate, como yo hice tiempo atrás, que no será capaz de responder a todas las preguntas que se plantea sobre la inteligencia en toda su vida. Y dado que está leyendo esta revista científica, probablemente sea usted consciente que lo que la mayoría de la gente cree saber sobre la inteligencia es, en el mejor de los casos, algo tergiversado; y en el peor de los casos, simplemente falso".
Los primeros estudios para determinar un sistema de medición de la inteligencia se inician en la Francia de la Segunda República. Uno de los pioneros fue Paul Broca (Burdeos, 1824). Simpatizante de las ideas de su coetáneo Charles Darwin, Broca se limitó a hacer mediciones sobre las diversas partes del cerebro. Este médico y senador da nombre al área de Broca, lugar donde se localizan las funciones lingüísticas del cerebro.
A partir de sus investigaciones, la psicología comienza a introducirse en el estudio de la inteligencia. Fue Alfred Binet -nacido Alfredo Binetti en Niza, Italia- quien elabora las bases de las primeras mediciones sobre la inteligencia. A principios del siglo XX, el gobierno de la Tercera República buscaba una manera de estandarizar el rendimiento de los estudiantes franceses. Francia se encontraba en pleno desarrollo económico gracias a la expansión colonial y diversos avances sociales, además del fomento de la ciencia y la tecnología desde sus instituciones.
El Ministerio de Eduación incluye a Binet en la denominada comisión para la educación de estudiantes retardados. El estado pretendía diseñar un sistema estandarizado para medir las capacidades de los estudiantes a la hora de enfrentarse a las clases, y determinar qué alumnos no daban la talla y por qué.
Binet comprobó enseguida que la inteligencia no podía evaluarse mediante atributos físicos (tamaño del cráneo, etcétera) y destierra las bases sobre las que trabajaron sus predecesores. En 1905 elabora el primer test de inteligencia: la escala Binet-Simon. Consistía en una serie de pruebas de dificultad ascendente donde se evaluaba la comprensión, capacidad aritmética y dominio del vocabulario del estudiante.
Será desde la Universidad de Breslavia (equidistante entre Praga y Berlín) donde el psicólogo alemán William Stern realice las primeras pruebas del coeficiente intelectual gracias a la aparición de la escala Binet-Simon.
¿Una o varias inteligencias?
Desde los años ochenta, una minoría de expertos -principalmente desde el sector educativo- han criticado las pruebas para obtener el coeficiente intelectual. Esto se debió principalmente a la aparición de nuevos enfoques, como la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner. Esta teoría defiende la existencia de ocho habilidades o capacidades cognitivas que cada ser humano desarrolla en mayor o menor medida. Gardner, profesor de psicología en Harvard, defiende que la inteligencia no es un conjunto unitario: más bien se trataría de una red de conjuntos autónomos relacionados entre sí.
Piensen, por ejemplo, en Amaia Romero, la nueva promesa del panorama musical español. Probablemente no destaque en inteligencia lingüística-verbal, como debió de concluir Mónica Tourón, profesora especializada en comunicación dentro de la Academia de Operación Triunfo.
Amaia ha mejorado desde entonces sus habilidades de expresión hacia el público. Pero según las ideas de Howard Gardner, la pamplonica tendría una capacidad innata para ejecutar funciones vinculadas con la interpretación y composición de música. La inteligencia musical implica grandes dosis de sensibilidad a ritmos, cadencias, tonos y timbres... e incluso los sonidos de la naturaleza. El famoso vídeo de los aspersores ahora cobra sentido: la cantante es un genio en lo suyo.
El lector puede elegir con cuáles de los restantes seis tipos de inteligencia se siente identificado. Existe la inteligencia lógico-matemática, cuyos usuarios tienen grandes capacidades para usar los números eficazmente, analizar problemas lógicamente y usar razonamientos inductivos y deductivos para resolverlos. Y probablemente a un ingeniero le interese tener inteligencia espacial, ya que conlleva comprender, manipular y modificar las configuraciones del espacio a gran (pilotos, marineros) o a menor escala (un jugador de ajedrez).
La inteligencia corporal o kinestésica es una de las más denostadas. Pero según la teoría de Gardner, un bailarín haciendo su trabajo hace un gran despliegue intelectual, probablemente inalcanzable para ese jugador de ajedrez. Consiste en la capacidad de usar el cuerpo para expresar ideas, aprender, resolver problemas, realizar actividades, o construir productos.
Quizás resulte más complicado determinar nuestra inteligencia interpersonal e intrapersonal. Son habilidades menos tangibles: mientras que la primera implica fijarse en las cosas importantes para otras personas, hasta el punto de predecir su comportamiento (y actuar o no en base a ello), la segunda es prácticamente opuesta. Define la capacidad de conocerse a uno mismo; de entender, explicar y discriminar los propios sentimientos como medio de dirigir nuestras acciones. Las personas espirituales, por ejemplo, suelen tener una gran capacidad intrapersonal.
La inteligencia naturalista fue añadida posteriormente por Gardner en 1995, y en muchos estudios no se tiene tanto en cuenta. Son habilidades que detectan y diferencian los aspectos vinculados a la naturaleza, como por ejemplo las especies animales y vegetales o fenómenos relacionados con el clima, la geografía o los fenómenos de la naturaleza.
El regreso del coeficiente: una única inteligencia
La tendencia actual entre los profesionales, sin embargo, es volver a la base que sustentó todas las teorías. Los detractores de Gardner le han devuelto el golpe y defienden la relevancia del CI para medir la capacidad intelectual. "No hay evidencias empíricas", afirma tajante Roberto Colom, psicólogo y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, "y es lo que sostienen la gran mayoría de los psicólogos".
Las capacidades intelectuales, continúa, son la variable psicológica que mejor predice el desempeño académico. "Lo mismo ocurre con una entrevista de trabajo o con las conductas cotidianas. Hay cien años de investigaciones detrás; no ocurre lo mismo con las variables de personalidad o con la teoría de las inteligencias múltiples".
¿Y a un bailarín, con una alta inteligencia kinestéstica, no le consideraría inteligente? "Siguiendo el modelo de Gardner, te diría que el bailarín puede tener una capacidad escandalosamente elevada pero eso no significa que sea una persona con fluidez en el lenguaje, por ejemplo", declara Colom.
Su respuesta es paradójica. Si se observa desde la perspectiva de Gardner -múltiples inteligencias- destacar solamente en un área concreta es bueno e incluso natural. Pero desde el prisma del CI, donde solamente hay un cómputo final, el balance es negativo.
Los tests para medir el coeficiente intelectual se basan en los resultados de diferentes pruebas de razonamiento, conocimiento adquirido, memoria y rapidez mental. Esas puntuaciones secundarias se suman y comparan con el resto de la población. 100 representa una puntuación estándar. El examen suele durar más de una hora, con secciones cronometradas. Solo pueden ser impartidos por psicólogos, psiquiatras o profesionales entrenados.
La mayoría de personas se encuentran situadas entre los percentiles 85 y 115. Solo un 2.2% de las personas que han realizado el test superan la cifra de 130. A partir de esta barrera se comienza a hablar de superdotación. Pero como comentaba la psicoterapeuta Jeanne Siaud-Facchin en esta entrevista, "una persona puede dar en un test de inteligencia un nivel más bajo porque sea muy ansiosa, inhibida o depresiva, y aun así ser superdotada".
Según este reportaje de El País Semanal, durante el curso 2015-2016 se detectaron en España a 23.745 chavales con estas características. Sin embargo, los diagnósticos precoces suelen realizarse en familias con niveles socioeconómicos altos. Toda una lacra social: en los colegios e institutos españoles habría hasta 180.000 estudiantes con altas capacidades sin identificar. Esto supone un alto riesgo para su desarrollo en el sistema educativo, donde se prima una educación estandarizada: tanto los estudiantes con mayores dificultades como los superdotados tienen un alto riesgo de fracaso escolar. En el caso de los últimos, de hecho, esta posibilidad asciende al 50%, según los datos del Ministerio de Educación.
Alicia Rodríguez Díaz-Concha, presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento, resume los principales problemas a los que se enfrentan estos estudiantes: "Los orientadores de los institutos, encargados de realizar las evaluaciones en el sistema educativo, no están suficientemente preparados. La mayor parte de su personal no está formado y no suelen ser psicólogos", denuncia. "Muchos de los alumnos con altas capacidades que no son atendidos conforme a lo legislado para ellos. Se desmotivan y tienen muchas posibilidades de engrosar las listas del fracaso escolar en la ESO. Van bajando notas, suspendiendo e incluso repiten cursos".
¿Y cuál es la diferencia entre una persona con altas capacidades y un superdotado? Los segundos, además de superar esa barrera del percentil 130, presentan un modo de funcionamiento diferente a la hora de enfrentarse y resolver una tarea. Muestran una gran motivación por lo que les gusta, con una gran implicación personal en las tareas que realizan. También son muy creativos siendo capaces de generar respuestas nuevas e ingeniosas ante nuevas situaciones o retos.
Las altas capacidades también suponen un nivel de inteligencia superior. En este grupo podríamos incluir a niños con un CI alrededor de 120-130. Por lo demás pueden tener, en diferente medida, las características señaladas por los superdotados, aunque menos pronunciadas.
La revolución de la inteligencia emocional
Desde que Daniel Goleman rompiese todos los esquemas previos con su best seller de 1995, nada ha vuelto a ser lo mismo para los expertos en la psique humana. Los contenidos de "Inteligencia emocional" concienció a políticos, educadores o líderes empresariales sobre los beneficios de administrar de manera adecuada sus propias emociones... y las de otros. Recuerda sin duda a las bases que asentó Howard Gardner con sus definiciones de inteligencia interpersonal e intrapersonal.
Goleman resume en cuatro vértices el contenido de su libro. El primero es la autoconciencia: la capacidad de analizar nuestros sentimientos y sus orígenes para tomar buenas decisiones. El segundo lo denomina brújula moral; autocontrol para no dejarte arrastrar por las emociones negativas, y alinear tus acciones con aquellas cosas que nos hacen sentir bien. Les sigue la empatía, y por último, la combinación de todas ellas para hacer funcionar tus relaciones con otros.
Goleman explica en su libro que la parte del cerebro que se encarga de la inteligencia emocional y social es la última en desarrollarse. La neuroplasticidad del cerebro, afirma, se basa en la vivencia y repetición de experiencias, por lo que enseñar a los niños cómo gestionar sus emociones en la escuela sería una buena idea. Mejoraría tanto su desarrollo emocional como sus resultados académicos, que suelen descender durante la adolescencia.
Tengo un CI bajo. ¿He fracasado en la vida?
Stuart Ritchie, investigador de la Universidad de Edimburgo, afirma en su libro Intelligence: All that Matters que aunque el CI no tiene por qué establecer un límite sobre lo que podemos hacer, nos da "un punto de partida". Ritchie defiende a este examen como el mejor método para tener una panorámica de nuestras habilidades mentales.
Asociamos un alto CI a una mejor calidad de vida -más posiblidades laborales- pero no siempre es así. "Es importante detectar los casos de doble excepcionalidad, es decir, aquel alumnado con altas capacidades que también muestran alguna dificultad de aprendizaje", advierte Rodríguez Díaz-Concha. "Hablamos de dislexia, asperger, discalculia, etc. o combinada con cualquier dificultad psicológica".
En el ensayo If You’re So Smart, Why Aren’t You Happy?, el profesor de marketing de la Universidad de Austin Raj Raghunathan defiende que la realización personal de tener una mejor educación -y por tanto más dinero- no implica necesariamente ser más feliz:"Cuando dejas de compararte con otras personas, te mueves hacia las cosas que disfrutas de manera natural y eres bueno haciendo; si te concentras en ello durante un tiempo determinado, es muy probable que te acerques a su dominio de igual forma, y que la fama, el poder, el dinero y todo lo demás lleguen consecuentemente".