A comienzos de este año murió John Watts Young, una de las personas que mejor podría haberle explicado a Iker Casillas que sí, que la NASA llevó hombres a la Luna y que además lo hizo varias veces. En concreto este ingeniero aeronáutico fue el noveno astronauta que puso sus pies sobre el satélite, en abril de 1972, como comandante de la misión Apolo 16.
Formar parte del exclusivo club de los 12 elegidos que tuvieron ese privilegio es memorable, pero Young es casi más famoso por una anécdota anterior que pudo acabar en tragedia. Era el 23 de marzo de 1965 y Estados Unidos iba a lanzar por primera vez una nave con dos tripulantes. La misión se conocía como Gemini 3 y formaba parte del desafío que se habían marcado los americanos: llegar a la Luna antes de que acabase aquella década.
Virgil Grissom era el comandante y Young el piloto. En plena misión mantienen una conversación.
-¿Qué es eso? –preguntó Grissom.
-Un sándwich de carne.
-¿De dónde ha salido?
-Lo he traído conmigo. A ver cómo sabe. Huele bien, ¿no?
Grissom lo prueba y empieza a soltar migas.
-Se está desmenuzando. Voy a meterlo en mi bolsillo.
Los astronautas intercambiaron algunas frases más sobre el tema en tono jocoso y rápidamente cambiaron de tema. Después de la misión, los periodistas les preguntaron qué tal sabía el sándwich –parece ser que no muy bien– y ellos recordaron que en órbita las migas estuvieron flotando por la cabina. Incluso llegaron a bromear con que por fin Estados Unidos había llevado al espacio algo por primera vez antes que los rusos.
Sin embargo, a los controladores que habían seguido la conversación no les había hecho ninguna gracia el episodio por varios motivos. El principal es que las migas flotando dentro de la nave eran todo un peligro: podían introducirse en los paneles eléctricos y generar un incendio. Incluso podían convertirse en una molestia seria para los astronautas si, por ejemplo, se les mete en un ojo.
Además, con su comportamiento los dos tripulantes habían alterado uno de los experimentos diseñados para esta misión. Los investigadores de la NASA estaban estudiando cómo alimentar a los astronautas en viajes cada vez más largos y en esta ocasión pretendían que Grissom no comiera nada, mientras que a Young le habían proporcionado exactamente lo que debía ingerir (alimentos especialmente preparados con aspecto gelatinoso para que no se pudieran despedazar).
Las explicaciones de la NASA
Todo parecen detalles menores, pero no lo son cuando se invierten millones de dólares en un proyecto. De hecho, los políticos se lo tomaron muy en serio, tanto que se reunió el Comité de Asignaciones de la Cámara de Representantes para analizar el incidente y tuvo que comparecer James Webb, el entonces administrador de la NASA. Un congresista se dejó llevar por la ira y habló de “un sándwich de 30 millones de dólares” por lo que podría haber costado si llega a producir una avería.
Para Young todo fue una tremenda exageración que desvió el foco de lo importante: que la misión había sido un éxito. Sin embargo, aquel humilde sándwich que él había comprado en un establecimiento de Cocoa Beach, cerca de Orlando (Florida) dos días antes de despegar, hizo que se prohibiera introducir en las naves pan ni otros alimentos procesados y envasados con la consistencia adecuada. Ríete tú de las restricciones de Ryanair.
Un horno en la Estación Espacial Internacional
Aún hoy en día se investiga cómo hacer otro tipo de pan que no se desmenuce y pueda ser consumido en el espacio. De hecho, se trata de un proyecto alemán para desarrollar un horno que funcione en la Estación Espacial Internacional, es decir, en microgravedad, que tendría que contar con una masa adecuada para ser horneada en esas condiciones.