Así ha evolucionado la composición del Sistema Solar a lo largo de la Historia
Las diferentes épocas históricas muestran una constante en la astronomía: a los científicos les encanta corregirse constantemente.
31 enero, 2019 16:40La pregunta del número exacto de planetas que alberga el Sistema Solar ha inquietado desde los albores de la Historia a todo tipo de científicos y observadores del cielo nocturno. Incluso en las actuales convenciones astronómicas se debate durante décadas sobre la conveniencia de cambiar de estatus a determinados cuerpos celestes.
Hasta el Renacimiento se impuso la corriente del egipcio Ptolomeo. Este científico nace bajo la ocupación romana alrededor del año 100 después de Cristo. Su lugar de origen se remonta a la colonia griega de Tolemaida Hermia, en la actual El Mansha, situada en los márgenes del Nilo y a unos 100 kilómetros al norte de Tebas. Se trataba de un hombre multidisciplinar: ejerció de astrónomo, matemático y geógrafo durante toda su vida. Ptolomeo fue heredero directo de la cosmovisión de los filósofos griegos.
Platón y su maestro Aristóteles tenían una aproximación metafísica con respecto al Universo. Sus teorías se cargaron al terraplanismo en plena Grecia Clásica -aunque en el siglo XXI aún hace falta meterse con ciertos escépticos-. Sin embargo, muchos teólogos emplearon su interpretación sobre la supuesta posición de la Tierra en el centro del Universo para adecuar la ciencia medieval a sus propios dogmas. Es el conocido como modelo geocéntrico. La diferencia del greco-egipcio con sus predecesores y futuros intérpretes fue su aproximación empírica a la Ciencia, algo que obsesiona hoy en día a muchos de sus colegas contemporáneos.
Ptolomeo escribió el Almagesto; Al-Magisti, la Gran Obra. Es el título de un tratado astronómico traducido del árabe donde se describe a la Tierra como núcleo central del Sistema Solar: el primun movile. Alrededor de éste girarían el Sol, la Luna y el resto de los planetas, aún por descubrir. El griego Hiparco de Nicea introduciría las modificaciones posteriores de la obra final que llegó hasta nuestros días.
Hasta entonces se contaba a estos cuerpos celestes como planetas. En el siglo XVII existían siete para los científicos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno y los cuerpos mencionados. Los objetos destinados a la observación espacial se limitaban a los astrolabios y otros instrumentos bastante rudimentarios, como el reloj solar. La astronomía tuvo que esperar a la revolución copernicana para ver avances significativos.
Nicolás Copérnico es uno de los grandes personajes del Renacimiento italiano. Fue en Bolonia donde desarrolló su futura tesis astronómica, culminada poco antes de su muerte en 1543. De Revolutionibus Orbium Coelestium comienza con una dedicatoria perfectamente intencionada al Papa Pablo III, con la que Copérnico se convierte en una suerte de Taylor Swift de la Edad Moderna. Nadie tuvo tiempo de castigarle por su osadía, ya que el polaco murió pocos meses después. Justicia Divina.
Este compendio revoluciona la astrofísica al proponer un Universo con el Sol como centro, pero también por cómo posiciona la Tierra en el esquema interplanetario. Nuestro planeta tiene por primera vez el mismo tratamiento que el resto de planetas, a excepción de la luna, que gira alrededor del planeta azul. Es una propuesta que ya había propuesto Aristarco, otro griego que trabajó en la legendaria biblioteca de Alejandría.
Tras la revolución heliocéntrica, hubo que esperar hasta el invento revolucionario de Galileo Galilei en 1609 para un nuevo cambio del paradigma planetario. Con el descubrimiento del telescopio se determina que hay 11 planetas en el Sistema Solar. Se añaden cuatro lunas de Júpiter, aunque siguen sin ser consideradas de esta manera en la época: Io, Europa, Ganimedes y Calisto. Sin embargo, a Galilei no le salva la muerte a tiempo y la Iglesia le juzga por sus ideas.
Durante el resto del siglo XVII numerosas lunas de Saturno son añadidas a la lista, y el planetario del Sistema Solar alcanza su récord en 1684: hasta 16 planetas conforman nuestra barriada universal.
A partir de este momento todo marcha cuesta abajo y sin frenos. Pasa casi un siglo, pero en 1758 la aparición en escena del cometa Halley provoca una redefinición científica de lo que significaba ser un planeta. El Sol es por primera vez una estrella; los cuerpos celestes que orbitaban a otros más grandes serían satélites. Los sonidos del mapa celeste se vuelven más complejos: en este momento solo hay seis planetas en la lista.
En 1779, tres años después de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, Urano se añade por primera vez a la lista. Hasta ahora los telescopios no habían sido capaz de franquear la barrera de los anillos de Saturno.
Sin embargo, los científicos volvieron a cometer el error de añadir planetas sin contrastar su composición o comportamiento orbital. En 1801 se añade Ceres a la lista. Hoy sabemos que se trata de un planeta enano, como Plutón, localizado en el gran Cinturón de Asteroides que orbita entre Marte y Júpiter. En la próxima década, los astrónomos cometen el error de sus colegas del siglo XVII y añaden numerosas lunas y cuerpos celestes a la lista equivocada.
Hasta 1844 se habla de 11 planetas; 12 con la incorporación de Astrea al año siguiente y 13 con Neptuno en el posterior. Con este, por supuesto, acertaron. En los años posteriores hubo purga de asteroides y lunas. El Sistema Solar contaba en 1847 con el mismo número de planetas que en la actualidad.
Ya en el siglo XX, con la Gran Depresión y en pleno auge del fascismo, se añade la última gran modificación de la composición planetaria de nuestro sistema: Plutón. Fue descubierto por un científico estadounidense, Clyde Tombaugh, y cuenta con la mitad de extensión que el propio país norteamericano. Esta fue la principal razón por la que se decidió rebajarle de categoría.
Pero la asamblea general de la Unión Astronómica Internacional (UAI) celebrada en Praga el 24 de agosto de 2006, también determinó que un planeta debía reunir las siguientes condiciones. En primer lugar, estar en órbita alrededor del Sol; tener suficiente masa para que su propia gravedad le dé una forma esférica; y por último tener despejadas las inmediaciones de su órbita.
Con estos nuevos criterios, otros cuerpos celestes en el borde exterior del Sistema Solar son objeto de estudio en la actualidad. ¿Veremos de nuevo una incorporación masiva de planetas a la clasificación? ¿O serán descartados bruscamente, como ocurrió en los siglos XVII y XIX, tras una nueva revisión exhaustiva de la clasificación? De conformarse los augurios históricos, todo parece indicarnos cómo se desarrollarán los acontecimientos.
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