Las visitas al dentista no son plato del gusto de nadie. Pero, ¿y si además de un empaste dental, un aparato correcto o una férula para combatir el bruxismo nocturno, saliéramos de la consulta con dientes 'conectados' de forma inocua a todo un sistema tecnológico de salud? El proyecto de Almudena Rivadeneyra Torres (Granada, 1985), ingeniera de Telecomunicaciones y titulada en Ciencias ambientales, bien podría llevar el 'Internet de las cosas' al interior de nuestra boca.
Rivadeneyra, que trabaja en el departamento de Electrónica y Tecnología de Computadores de la Universidad de Granada como investigadora postdoctoral con la beca europea Marie Sklodowska-Curie (MSCA-IF), acaba de recibir otro espaldarazo a su trabajo: una de las 60 Becas Leonardo concedidas este año por la Fundación BBVA para "proyectos personales altamente innovadores en 11 áreas de la ciencia y la creación cultural".
Sobre el papel, su proyecto es una 'plataforma inalámbrica y ubicua de monitorización de variables fisiológicas mediante motas salivares'. ¿Cómo nos lo explicaría?
El proyecto que ha recibido la beca Leonardo se basa en la tecnología de fabricación que se conoce como 'impresa'. Nos permite hacer dispositivos en prácticamente cualquier tipo de sustrato, y que sean de un espesor muy pequeño. Así, nos podemos plantear usar materiales biocompatibles para introducir sensores en la boca, ya sea en un empaste dental o en una prótesis bucal, de forma imperceptible para el usuario que la lleve.
¿Por tecnología impresa se refiere a la impresión 3-D?
No, aunque la englobaría. Por tecnología impresa se entiende cualquier técnica tradicional -impresión por tinta, serigrafía, láser- cuando se aplica a la fabricación de dispositivos electrónicos.
Y los materiales, además de biocompatibles, deben ser autosuficientes para captar y transmitir la información.
Sí. La idea del proyecto es que, para evitar que los sensores lleven una electrónica muy compleja y tengan que ser de mayor tamaño, todo el procesado de las señales y la transmisión en sí del valor -glucosa, Ph o lactato, que son las tres variables que se van a desarrollar- se haga de forma inalámbrica. Los propios sensores van a ser pequeñitos y sus propiedades electromagnéticas son las que varían en función de la presencia y concentración de estos elementos en la saliva. Esto se transmite a un lector que llevamos fuera, en la patilla de unas gafas o en un colgante.
¿Y estamos hablando de un solo material capaz de reaccionar ante estas tres variables o de una combinación?
No, serían distintos materiales. Principalmente vamos a intentar hacerlo con derivados del grafeno. Pero el problema principal que tienen en muchas ocasiones estos nuevos materiales es que responden mucho a prácticamente todo. Si queremos relacionarlo con una variable específica, necesitamos funcionalizarlo. Añadirles pequeñas cositas que respondan solo a lo que nosotros queremos.
¿Y permite la tecnología de impresión esta especialización?
Sí. Por ejemplo, es relativamente sencillo poner pequeñas cantidades de otros materiales con aerosol o spray que lo permitan.
¿Qué es exactamente lo que se controlaría en nuestro cuerpo monitorizando estas variables?
En el caso de la glucosa, está relacionado directamente con la diabetes. El Ph y el lactato tienen más que ver con la actividad física. Se podrían relacionar también con enfermedades, y con los resultados de este proyecto, que es de 18 meses, esperamos coordinarnos con equipos de médicos para relacionar esas variables con alarmas del organismo, sobre cosas que pueden no estar yendo bien. Me gustaría continuar investigando en eso cuando se acabe esta primera fase, pero ahí necesito colaboración directa con especialistas médicos que saben más que yo [ríe].
¿La boca es un lugar estratégico por estar a mitad de camino entre el interior y el exterior del cuerpo? Los implantes bucales son menos invasivos, estamos acostumbrados a ellos.
Claro. Y el empaste sería si quisiéramos monitorizar de forma continua. Pero las mismas férulas que usan algunas personas para dormir y se quitan por la mañana nos permitirían controlar todas estas variables sin necesidad de intervenciones.
¿Por qué insertar el lector en gafas y colgantes en lugar de controlarlo con una pantalla?
Bueno, hay un problema de restricción de la tecnología. Para captar las variaciones electromagnéticas necesitamos que el lector esté próximo a los sensores. Si nos vamos al móvil, puede que no seamos capaces de extraer la señal. Pero el módulo se podría comunicar muy fácilmente con un smartphone, mediante bluetooth por ejemplo, para ver los resultados en pantalla.
¿Eso es algo que querrían desarrollar, una app que registrase los datos biométricos y ofreciera indicaciones al usuario?
Sí... Pero vuelvo a lo mismo: como son 18 meses, nos vamos a quedar en la parte de los sensores y el módulo capaz de leerlo. ¡Ojalá me diese tiempo! [Ríe]. Pero lo demás será relativamente rápido una vez tengamos las bases del proyecto.
Pensando a futuro, ¿podrían medirse otros parámetros? Estoy pensando en la nutrición por ejemplo: poder detectar trazas de alérgenos en la comida, o contaminación por microplásticos en la bebida...
Será a lo mejor que soy muy positiva, pero yo diría que sí. Todo pasa por encontrar los materiales apropiados que nos den esa respuesta. En el caso de los microplásticos, son concentraciones muy pequeñas, así que la sensibilidad del material tiene que ser capaz de captar esos rangos. Luego, en cuanto a las alergias, aunque no se está investigando mucho en esa línea, sí que creo que se podrían sacar marcadores del gluten o la lactosa por ejemplo. En ese sentido, el sistema es más sencillo. Todo está en dar con la tecla.
¿Qué percepción tiene de la integración entre inversión privada e investigación académica, especialmente desde la óptica de su experiencia europea?
Yo he estado trabajando en Alemania y creo que nos queda mucho para parecernos. Ahí hay mucha más interacción, son las empresas las que van a buscar a los grupos de investigación. En España, es verdad que desde que acabé la tesis hasta ahora han cambiando algo las cosas, pero no estamos al mismo nivel. También es cierto que yo estaba en Múnich, donde hay una fuerte sinergia entre empresas punteras de tecnología y una buena universidad. Todo eso influye.
¿Hay todavía miedo en España en invertir en I+D, en apostar por proyectos prometedores aunque no tengan garantizado el retorno económico?
Todavía somos tradicionales. Nos cuesta dar el paso para hacer algo diferente. A mí me encantaría desarrollar comercialmente mi investigación: es una ventaja que tenemos en nuestro campo, que es más fácil de aplicar a un producto final que en otras disciplinas como a lo mejor la física teórica. Aunque me gusta mucho probar cosas nuevas cuando investigo y "jugar un poco", siempre pienso en cosas se que puedan llevarse al mercado. Lo que no sé es si existe el interés en alguna empresa española por este tipo de tecnología.
¿Si alguna compañía lee estas líneas y le llama, qué contestaría?
"¿Cuándo nos reunimos?"
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