El ictus es la primera causa de muerte en mujeres en España, y la segunda en el caso de los hombres. Se trata de un accidente cerebrovascular que acaba con la vida de unas 16.500 personas en nuestro país, según la Sociedad Española de Neurología (SEN). Unas cifras a las que, sin duda, se les debe prestar la atención que merece.
El infarto cerebral es la primera causa de discapacidad en España. Además, como dos de cada tres personas que lo han padecido tienen más de 65 años, las lesiones musculares que provoca el ictus se ven agravadas por la edad. Así, más de la mitad de los afectados tienen problemas serios de movilidad.
Los avances que se han llevado a cabo en este sentido se han centrado principalmente en conseguir que el paciente vuelva a caminar mediante técnicas como la estimulación de la médula espinal (EME). Esta alternativa quirúrgica consiste en un pequeño dispositivo que estimula a través de la electricidad nervios concretos de la médula espinal para encubrir la percepción de los signos de dolor que viajan desde la propia médula espinal hasta el cerebro.
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Esta neurotecnología no se había utilizado antes para recuperar el movimiento de manos y brazos en pacientes que hubieran tenido un ictus. Los investigadores de la Universidad de Pittsburgh y la Universidad Carnegie Mellon han demostrado en un ensayo clínico que es posible que una persona que haya sufrido un infarto cerebral recupere la movilidad en sus extremidades.
Cerrar el puño de nuevo
Los investigadores, que han publicado su esperanzador trabajo en la revista Nature Medicine, recibieron el visto bueno para probar la estimulación eléctrica optimizada en humanos tras años de ensayo en macacos con parálisis parcial del brazo. De esta forma, el equipo liderado por el doctor Marco Capogrosso y la doctora Elvira Pirondini decidieron aplicar su tratamiento a dos pacientes —mujeres de 31 y 47 años— con debilidad crónica en sus extremidades debido al ictus que sufrieron.
A las pacientes se les implantaron durante 29 días un par de finos electrodos metálicos a lo largo del cuello para activar los circuitos que controlan los músculos de brazos y manos. Los resultados demostraron que la estimulación eléctrica mejoraba la fuerza y destreza del brazo y la mano de ambas mujeres.
Y no solo eso, pues las pacientes también pudieron llevar a cabo ejercicios que no habían podido realizar en años, como abrir y cerrar completamente el puño, levantar el brazo por encima de la cabeza o utilizar un tenedor y un cuchillo para cortar un trozo de filete. Las pacientes no hubieran podido hacer este tipo de tareas hasta dentro de unos 9 años, en el caso de que no se les hubiera implantando los electrodos.
Sin embargo, lo más interesante de este ensayo clínico no se encuentra en que las pacientes hayan podido retomar la movilidad en sus extremidades. Y es que cuando se les desactivó la estimulación, algunas de las mejoras en la movilidad perduraban durante unas semanas más. "Esto puede suponer una vía interesante para el futuro de las terapias contra el ictus", explica el doctor Capogrosso en una nota de prensa de la Universidad de Pittsburgh.
Como los efectos de la estimulación persisten incluso después de retirar el dispositivo, los autores sugieren que se podría convertir en una ayuda al proceso de rehabilitación con el que recuperar la movilidad de las extremidades. De hecho, un entrenamiento físico intenso podría ofrecer una mayor mejora a largo plazo que en el caso de no haber utilizado estimulación eléctrica.
Los investigadores son amplios conocedores de que esta tecnología de estimulación medular ya se utiliza para tratar a pacientes con un dolor persistente de alto grado. Además, varias investigaciones han demostrado también que la estimulación de la médula espinal puede utilizarse para devolver el movimiento a las piernas tras una lesión medular.
Pero, como alerta la doctora Pirondini, la creación de soluciones eficaces de neurorrehabilitación para las personas afectadas por deficiencias del movimiento tras un ictus es cada vez más urgente.
Los datos avalan la declaración de la experta en rehabilitación, pues uno de cada cuatro adultos mayores de 25 años en el mundo sufrirá un ictus a lo largo de su vida. Y el 75% de los afectados tendrá déficits duraderos en el control motor del brazo y la mano, lo que limitará gravemente su autonomía física.
Esta limitación de la movilidad, que suele comenzar seis meses después del accidente cerebrovascular, se conoce como fase crónica del ictus. En la actualidad no hay ningún tratamiento para acabar con esta parálisis. Es por este motivo por lo que tanto Capogrosso como Pirondini consideran que la estimulación eléctrica puede ofrecer esperanza a aquellas personas que hayan visto limitada su movilidad tras haber sufrido un ictus. Una incapacidad que, sin la estimulación eléctrica, se podría considerar permanente.