Cuando una estrella del tamaño del Sol llega al final de su vida, expande de cien a mil veces su tamaño original. Es una mala noticia para los planetas internos del Sistema Solar. El apocalíptico evento tendrá lugar dentro de unos cinco mil millones de años, y Mercurio, Venus y la Tierra están condenados a desaparecer con el último estertor del astro rey, que seguirá a continuación un fascinante proceso de transformación.
Aunque suponga un magro consuelo para nuestro planeta, la destrucción de mundos interiores por una estrella agonizante es un fenómeno que ocurre varias veces al año en nuestra galaxia, la Vía Láctea, según estiman los astrónomos. Sin embargo, el evento nunca había llegado a ser observado, y solo se tenía constancia de los restos que dejaba. Ahora, el Observatorio Internacional Gemini, situado en Arizona, ha logrado documentar el proceso que ha tenido lugar a unos 13.000 años luz de distancia.
Las estrellas en la misma categoría que el Sol dedican la mayor parte de su vida a producir la fusión del hidrógeno en helio en su núcleo, la fuente de luz y calor que ha permitido la existencia de vida en la Tierra. Sin embargo, cuando el hidrógeno del interior se gasta, el astro pasa a transformar el helio en carbono mientras el hidrógeno periférico migra a las capas exteriores. Esto provoca una expansión que la transforma en gigante roja, y al acercarse a los planetas cercanos, interfiere con su velocidad orbital, atrayéndolos hacia su interior.
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El contacto produce una enorme expulsión de materia y energía que debería poder detectarse mediante radiotelescopios. Sin embargo, tal y cómo explican los investigadores en el artículo que publica la revista Nature, no es fácil distinguir estas explosiones de energía de las que se producen por otros motivos, como las eyecciones de masa coronal o llamaradas solares. Sin embargo, el instrumento de la NASA para el examen mediante infrarrojos NEOWISE ha permitido escudriñar el área polvorienta junto a estas explosiones, y localizar un planeta engullido que recibe el nombre de evento ZTF SLRN-2020.
La explosión provocada por el 'bocado' de la gigante roja al planeta que cayó en sus 'fauces' duró unos cien días. Las características de la curvatura de luz que provocó, así como la medición del material eyectado, permitieron a los astrónomos calcular la masa de ambos objetos. Así, la materia liberada equivaldría a 33 veces la masa de la Tierra en hidrógeno, y 0,33 veces la misma masa en polvo. "Eso implica que el material que formaba el planeta ha sido 'reciclado', y el resto ha sido 'eructado' por la estrella devoradora de planetas", explica Ryan Lau, astrónomo de NOIRLab.
Para el evento ZTF SLRN-2020, se ha podido determinar que la estrella progenitora tenía una masa que oscilaría entre el 0,8 y el 1,5 de la de nuestro sol. El planeta engullido, por el contrario, era un titán: tenía una masa equivalente a de una a diez veces la de Júpiter. "Creo que son resultados bastante importantes en el sentido de que nos hablan del carácter transitorio de nuestra existencia", reflexiona Lau. "Tras los miles de millones de años que conforman la vida del Sistema Solar, nuestros momentos finales concluirán con toda probabilidad en una llamarada final que apenas durará unos pocos meses".