Mientras miles de niños abrían regalos en España, los virólogos Antonio Alcamí y Ángela Vázquez aterrizaban en la Antártida. Era 6 de enero, y su proyecto para investigar la gripe aviar en pingüinos acababa de comenzar.
El trayecto hasta isla de la Decepción no fue sencillo: llegaron sin haber dormido. Pero no tenían apenas tiempo para descansar. Debían montar el laboratorio de diagnóstico. A diferencia de en otras expediciones, por primera vez iban a poder analizar la muestra al poco de haberla recogido.
"Hay muy pocos países que hayan montado un laboratorio de este tipo en la Antártida", valora Alcamí en su conversación con EL ESPAÑOL. "Tenemos la gran ventaja de poder tener una respuesta relativamente rápida para confirmar si hay virus o no", añade.
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Que se encuentren a unos 15.073 kilómetros de su lugar de trabajo (en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa) también presenta sus desventajas. Como explica Vázquez, diferenciar la zona limpia de la sucia resulta más complicado. Además, el espacio es bastante limitado. Con lo cual, tienen que dejar algún equipo en el suelo. A esto hay que sumarle que el equipamiento está duplicado por si se estropea.
Una alta mortalidad
En su última actualización, el Comité Científico de Investigaciones Antárticas (Scar, por sus siglas en inglés) comunicó la muerte de un pingüino rey por gripe aviar. "Está confirmado en las Islas Malvinas. Pero en la Antártida —es decir, por debajo de los 60 grados de latitud— no hay evidencia todavía", aclara Alcamí.
Aunque de encontrarse con pingüinos muertos este año, la causa probablemente sea la gripe aviar. "Yo siempre cuento que si en una pingüinera tienes 60.000 ejemplares, entre pollos y adultos, con un 30% de mortalidad estamos hablando de que encontraremos miles de cadáveres", ejemplifica Alcamí.
Su compañera de investigación confía en que la catástrofe no sea tal: "Ahora mismo, los pollos están bastante crecidos, por lo que podría ser menos devastador. Aun así, la mortalidad es bastante alta". En otras aves y mamíferos marinos la mortalidad del virus H5N1 ya ronda el 40%.
Los virus de la gripe aviar, conocidos como H5, evolucionan continuamente hacia nuevas cepas. La diferencia es que hasta ahora no se había propagado de una forma tan eficaz.
La transmisión más rápida se produjo desde Estados Unidos hasta Latinoamérica, puesto que había saltado a población salvaje y el control se hacía inevitable. En Argentina, la gripe aviar ya ha causado la muerte de más de 1.000 lobos marinos. Una cifra similar a la que se ha registrado en Brasil.
Tal y como explican los virólogos, es muy improbable que el virus salte a humanos. Pero en los pocos casos que se ha visto, la mortalidad oscila entre el 40% y el 50%.
Rodeados de 17.000 pingüinos
La labor de estos virólogos españoles se incluye dentro del proyecto PERPANTAR, financiado por la Agencia Estatal de Investigación y apoyado por el Comité Polar Español y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Tendrán hasta el 9 de marzo para monitorizar la presencia de gripe aviar. Eso sí, siempre y cuando las condiciones meteorológicas se lo permitan. "Cuando estás en la Antártida, un 30% del tiempo se pierde", apunta Alcamí, "hay días perdidos en los que no podemos salir a muestrear".
No es porque el frío sea insoportable. De hecho, las temperaturas en esta época del año oscilan entre 3ºC y 0ºC: "Todo el mundo nos comenta 'bueno, eso lo tenemos en España en cualquier sitio'". Lo que más les afecta son las abundantes precipitaciones y los vientos cortantes. "Preferiría tener -20ºC y clima seco. Sería más cómodo para trabajar", señala Alcamí. El clima, en definitiva, es mucho más extremo que en el Ártico.
En aquellas jornadas en las que sí pueden salir a muestrear la rutina se asemeja a la de muchos españoles en grandes ciudades: levantarse a las 7.00 horas, prepararse la comida y tardar una hora y media hasta llegar al lugar de trabajo. En su caso, evidentemente tienen que acudir andando.
La 'oficina' también resulta bastante peculiar. Y es que se encuentra dentro de la caldera del volcán activo. Una vez allí, le esperan unas 17.000 parejas de pingüinos. "Son muy simpáticos, muy curiosos, muy amigables. Cuando estás por ahí, siempre se acercan a ver qué estás haciendo", destacan los investigadores.
Normalmente, están en la pingüinera hasta las cinco de la tarde. Al llegar a la base Gabriel de Castilla guardan todas las pruebas que han recogido (desde heces hasta muestras de aire) en la nevera, para el día siguiente hacer el procesamiento de las mismas.
Un hotel 5 estrellas
Para Vázquez sí que ha sido la primera vez en la Antártida. Lo que más le ha llamado la atención es que, por mucho que digan que la base no es muy cómoda, puedes no pasar frío y comer caliente.
Alcamí sabe bien a lo que se refiere su compañera. Es su quinta expedición, pero nunca había vivido en una base. "En la isla Livingston, por ejemplo, lo que hacíamos era acampar. Nos dejan en la playa con la comida, trabajamos y a las tres semanas estamos de vuelta", recuerda.
Teniendo en cuenta estas circunstancias, no es de extrañar que la experiencia en la base le resulte "un lujo": "Esto me parece un hotel cinco estrellas. Te puedes poner el pijama por la noche, ducha caliente y comida preparada".
Los siete científicos que conforman el proyecto PERPANTAR tienen el apoyo de 13 militares del Ejército de Tierra. Están muy bien preparados para hacer intervenciones de campaña. Aunque si la situación se complica, vuelven a depender del temporal: "Los rescates en esta zona son muy complicados".
Con vientos de 100 kilómetros por hora, el helicóptero que se encuentra en una isla cercana podría no volar. O si hay mal tiempo, venir en buque sería complicado. "Tienes que confiar en que no ocurra nada", anhela Alcamí.
Sin tiempo para desconectar
Otro de los inconvenientes de investigar in situ en la Antártida es que tienes un plazo limitado; es decir, no puedes procrastinar en exceso y tampoco tienes mucho tiempo para desconectar. "Me he traído algún libro. Pero todavía no me he terminado ninguno", asegura Vázquez mientras se ríe.
La investigadora presume que el día anterior a su entrevista con este periódico pudo sacar tiempo para ver una película, Machete: "Parece ser una mítica que se pone en casi todas las campañas". Algún que otro día también han podido tomar algo de alcohol: "Hablamos de cerveza o vino. Los de alta graduación están prohibidos", matiza Alcamí.
Más allá de estos descansos, Vázquez reconoce que aunque no trabajen 24 horas, sí que lo han hecho todos los días desde que llegaron: "Desconectar, no desconectas. De hecho, aprovechamos los ratos libres para dedicarlo al trabajo pendiente de España".
De aquí —o de allí, para ellos— no están tan desconectados. Tienen "el lujo" de poder hacer llamadas con sus familiares y contarles cómo se encuentran. "Al final, es mucho tiempo fuera de casa. Pero si tuviera la oportunidad, sí que volvería. No sé si nosotros dos, pero espero que alguien del grupo pueda venir", remacha Vázquez.