Cuenta la viróloga Ana Fernández-Sesma (Cáceres, 1965) que no es esclava de su vocación. "Soy una disfrutona", presume. Este disfrute por la vida no le ha impedido alcanzar puestos de responsabilidad. En la actualidad, es directora del departamento de Microbiología en la Escuela Icahn de Medicina del hospital Monte Sinaí de Nueva York.
Reconoce, eso sí, que a una mujer le cuesta más tiempo llegar al mismo sitio que a un hombre. También considera importante rodearse de personas que confiaban en ti: "A mí me ayudó mucho tener gente a mi alrededor que me dijera 'tú puedes', porque es verdad que las mujeres tendemos a pensar siempre que no vamos a poder hacerlo".
Ella lo hizo. Cruzó el charco en 1991 junto con su marido, el también virólogo Adolfo García-Sastre. Por aquel entonces, no era tan sencillo visitar a la familia o conseguir productos españoles. Aun así, confiesa que tras más de 30 años en Estados Unidos sigue echando de menos el cerdo ibérico de bellota.
[Luis Enjuanes, virólogo: "En España hemos tenido presidentes negacionistas y no eran del PSOE"]
Fernández-Sesma atiende a EL ESPAÑOL como reciente ganadora del Premio ACES - Margarita Salas, un galardón que promueve la Asociación de Científicos Españoles en Suecia. Esta bióloga de formación sabe bien lo que es hacer carrera como investigadora en el extranjero, pues así ha sido durante toda su vida. No obstante, no cree que en España exista una fuga de cerebros: "No culpo al sistema porque no se pueden crear plazas para todo el mundo".
Han pasado cuatro años desde que se declarase el estado de alarma en España. ¿Cree que salimos mejores de la pandemia?
Creo que sí. Podríamos haber salido mucho mejor, pero yo soy muy positiva. Lo más importante es que ha cambiado la percepción que tenía la gente sobre la ciencia. Antes los científicos éramos gente rara que permanecía en su rincón, sólo hablábamos entre nosotros. Ahora, por ejemplo, se dan muchos más premios a científicos, y se nos tiene la misma consideración que alguien que se dedica al deporte o al arte. También aprendimos a analizar datos. Se ha normalizado que en los medios aparezcan gráficas. Recuerdo que hace cuatro años tenía que explicar a toda mi familia y amigos lo que era bajar la curva.
Además de gráficas, los medios también recurrían 'como locos' a virólogos como usted. ¿Se sintió presionada?
Fue una época de mucha tensión. Recuerdo días en los que me despertaba a las siete de la mañana y alguien de la prensa me decía qué sabes de este paper que se acaba de publicar. Y les respondía “¿me lo puedo leer primero?”. Era una locura porque, a diferencia de lo que le ocurrió a mucha gente que se tuvo que quedar en casa, tuvimos que trabajar el triple.
Todo era nuevo, incluso para nosotros. En el caso de las vacunas, muchos científicos fueron culpables por dar a lo mejor demasiada esperanza. Quizás no se enfatizó lo suficiente en que las vacunas no podrían parar las infecciones. El mensaje no se mandó lo suficientemente claro y eso hizo que una parte de la población empezara a no fiarse de los científicos.
¿Cree que de ocurrir una nueva pandemia la población mostraría esta desconfianza?
No lo sé. La pandemia fue un experimento sociológico. Hay gente que ha cambiado y desconfía de cualquier organismo. Se ha expandido mucho el concepto de que los científicos quieren hacerse ricos con las vacunas y hacer experimentos con la población. Se han creado tantas teorías conspiranoicas.
En España, por ejemplo, se hizo mucho ruido con los antivacunas. Es verdad que hicieron ruido pero no hicieron mella porque realmente luego la gente se vacunó. Por eso me parece que fue un poco injusto que si 9 de cada 10 personas eran provacunas se le diera la misma voz que a un antivacunas. Es muy impredecible. Pero creo que si no se politiza demasiado, se reaccionaría de la forma apropiada.
Es llamativo que lo próximo que 'pida' para la próxima pandemia es que no se politice. ¿No deberíamos estar hablando sólo de ciencia?
Es que se politizó hasta ponerse mascarillas. En Estados Unidos, si lo hacías, eras de izquierdas; y si no, de Trump. Estos eran los hombres 'de verdad', los que se ponían camisetas con mensajes como "yo confío en mi sistema inmune". Se hizo mucho daño a la población con este tipo de mensajes porque era un mensaje político y eso creó mucha desconfianza. Aquí murió mucha gente que quizá no debería haber muerto por esa obsesión con que era un tema político.
¿Cree que con un gobierno de izquierdas se invierte más en ciencia que con uno de derechas?
Un gobierno de izquierdas suele invertir más en prestaciones sociales. Siempre lo ha hecho. Invierten más en medicina, en salud (esto incluye vacunas) y en campañas de información. No se privatiza tanto. En Estados Unidos, los republicanos están en contra de que el gobierno influya en su vida. No quieren que se paguen impuestos, que el gobierno les diga lo que tienen que hacer. Pero luego quieren que les solucionen los problemas el gobierno. Es un poco irreal. O sea, si quieres tener acceso al desempleo, jubilación, sanidad, tendrás que pagar impuestos.
Es el tipo de gobierno que creo que suele ser más eficaz. Quienes están en contra se quejan y dicen que es una dictadura. Pero, ¿cómo se paró la polio o la viruela en España? Con campañas masivas de vacunación. Y entonces sí que había una dictadura, y nadie pensó que el gobierno quería hacerle daño. Ahora se asocia más con una medida política. Y es lo que a me gustaría que no sucediera, que se volviese a creer en la salud pública como una herramienta de ayuda.
¿Es incompatible ser científico y de derechas?
No, no digo eso. Lo que quiero es que no se mezcle con la política. Al final, es menos costoso invertir en campañas de vacunación que invertir en tratamientos. Pero claro, es mucho más fácil demostrar que algo cura que demostrar que algo previene.
Se trata de tomar conciencia de que una inversión en ciencia es una inversión rentable. Nadie se queja de que se inviertan en misiles que nunca se usen porque piensan que tenemos que defender el país. Pero hemos tenido más invasiones de patógenos que de otros países. Para mí, es lo mismo. Pero la sociedad no parece entenderlo así.
Estas semanas se están conociendo casos de presuntos delitos fiscales que se cometieron durante la pandemia. ¿Qué opinión le merece a usted que, como ha dicho antes, tuvo que trabajar el triple?
Es una pena. Me parece deleznable que haya gente que use una situación como la que se pasó para aprovecharse y enriquecerse. Esto no me parece que se haya politizado. Son personas individuales que han tenido la oportunidad de aprovecharse y lo han hecho. Pero no sólo en España, en todos los países hubo corrupción, gente que se aprovechó. Al final, salió lo mejor y lo peor de la gente.
A los tres años de que llegara a Estados Unidos. junto con su marido [el también virólogo Adolfo García-Sastre], trató de volver a España sin éxito. ¿Es más fácil salir que regresar?
Es la realidad de muchos científicos que se fueron de España. En aquella época no se creaban suficientes plazas. Además, nacieron mucho más niños y fuimos muchísimos los que fuimos a la universidad. Yo hice aquí mi tesis y mi marido la hizo en Salamanca. Intentó volver, hizo una oposición, pero no la sacó. Al no sacar la plaza, no había una opción para volvernos. Entonces nos quedamos los dos aquí.
Tampoco estuvimos obsesionados con volver. Las cosas pasan por algo y, yo siempre lo digo, hemos ayudado más a la ciencia española quedándonos aquí que si nos hubiéramos vuelto; formando a científicos españoles que hemos ‘acogido’. Unos se vuelven, y otros se quedan. Pero no culpo al sistema porque no se pueden crear plazas para todo el mundo.
¿No hay fuga de cerebros entonces?
No creo en la fuga de cerebros porque los cerebros no se fugan. Depende de lo conectado que estés con la ciencia de tu país. Yo siento que le debo mucho a la educación que recibí en España. Fui a una universidad pública que me dio la oportunidad de venir y de estar donde estoy. En mi familia éramos seis hermanos y todos pudimos irnos a estudiar fuera. Esto es impensable en un país como Estados Unidos. Pero no lo apreciamos lo suficiente. Por eso yo siento que estoy en deuda con España y hago lo posible por 'pagarla'.
Después de 33 años en Estados Unidos, ¿sigue echando de menos algo de España?
El cerdo ibérico de bellota. Es cierto que tenemos el privilegio de vivir en Nueva York. Ahora encuentras prácticamente todo, no como cuando llegamos. También viajamos varias veces al año a España porque echas de menos a tu familia.
En una entrevista decía que para ser científico tienes que tener vocación y pasión. ¿Esto se traduce en vivir por y para el trabajo?
No, yo soy disfrutona. Me gusta disfrutar de la vida. Es verdad que la ciencia te absorbe mucho pero tienes que poner tus límites. Si no, es imposible seguir siempre a ese ritmo. Ahora soy directora de un departamento y lo que no me deja desconectar es la gestión, no la ciencia. Es ley de vida; conforme vas ascendiendo, tienes más responsabilidades.
No soy esclava de mi vocación. Aunque ahora con ordenadores e Internet, no desconectas nunca. Siempre tienes algo. Pero intentamos que no domine nuestra vida y tener otras cosas.
¿Cómo cuáles?
A mí me gusta ir a la playa. A Adolfo, no tanto. Nuestro sitio favorito es Cádiz. Allí es donde realmente recargamos las pilas, callejeando y comiendo. Sí que es verdad que yo me desconecto más que Adolfo.
¿Cómo afecta el cambio climático a la aparición de enfermedades transmitidas por mosquitos?
En realidad, influye en la expansión de estas enfermedades. Ahora, por el cambio climático, están volviendo a expandirse en algunas zonas porque el clima es mucho más favorable. Ya se están observando transmisiones locales de dengue o zika. En París, por ejemplo, el verano pasado hubo 30 casos de transmisión local de dengue. Si el mosquito ya está establecido, una persona infectada que provenga de una zona endémica puede provocar un estallido. No es cuestión de si va a suceder o no, sino cuándo. Por eso o te anticipas o te esperas a que pase y a parchear como puedas.
¿Cree que influye que la mayor parte de zonas endémicas sean países subdesarrollados?
No, influye cómo vivimos. Por ejemplo, la deforestación en Brasil afecta a muchísimas cosas, como los saltos de virus entre especies. Ahora hay animales que han cambiado de hábitat y empiezan a estar en contacto con humanos, a lo que se suma lo rápidamente que se viaja ahora.
No es simplemente que sean países subdesarrollados, es que hay zonas que tenían muchos recursos naturales y los estamos agotando. Y esto está afectando a la salud.
El año pasado recibió de manos del rey Felipe VI el galardón Camino Real de la Universidad de Alcalá. Los anteriores premiados [Plácido Domingo, Valentín Fuster, Pau Gasol, Antonio Banderas y Rafael Nadal] eran todos hombres. ¿Siente que a lo largo de su carrera ha tenido que romper con más barreras por el hecho de ser mujer?
Siempre tienes otro tipo de obligaciones —que a lo mejor te las pones tú misma— que requieren más atención, como el cuidado de los hijos. Entonces te cuesta más tiempo llegar al mismo sitio porque tienes que repartir tu tiempo de otra forma y quizás también se dan menos oportunidades por eso. Lo que sí que he notado es que al final tienes que trabajar más, hacerte más visible. Por eso lo importante es estar en sitios donde se toman decisiones e intentar que tu voz sea escuchada.
A mí también me ha ayudado mucho tener gente que me ha dicho “tú puedes”. Porque las mujeres tenemos la tendencia a pensar siempre “no, no voy a poder”. A mi antiguo mentor le decía que él siempre me empujaba a salirme de mi zona de confort. Y me dijo “no, yo te empujo, te pongo en el borde del abismo y tú decides si saltar o no”. Por eso a los jóvenes les digo mucho que, en cualquier trabajo, van a necesitar a alguien que les pueda echar una mano simplemente para darles visibilidad. Luego tú haces el resto. Nadie te va a sacar las castañas del fuego.