La concentración de gases de efecto invernadero se dispara: nuevo récord
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) da a conocer un nuevo informe con datos escalofriantes.
25 noviembre, 2019 11:39Noticias relacionadas
Los niveles de gases de efecto invernadero alcanzaron un nuevo récord en 2018, un año en el que los niveles de dióxido de carbono (CO2) llegaron a 407,8 partes por millón (ppm), frente a las 405,5 ppm de 2017, según datos del boletín de gases de efecto invernadero (GEI) de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Un total de 53 países remiten datos al boletín GEI que forma parte del Programa de la Vigilancia de la Atmósfera Global de la OMM, que coordina las observaciones sistemáticas y el análisis de los gases de efecto invernadero y otros elementos. Además, la OMM advierte de que la tendencia ascendente continúa a largo plazo y no se prevé que el techo de emisiones vaya a llegar en 2020 ni tampoco en 2030, si se mantienen las actuales políticas.
De este modo, añade que las generaciones futuras se enfrentarán a efectos "cada vez más graves" del cambio climático, como el aumento de las temperaturas, un mayor estrés hídrico, la subida del nivel del mar y la alteración de los ecosistemas marinos y terrestres.En concreto, la OMM señala que el incremento de CO2 de 2017 a 2018 fue muy similar al registrado entre 2016 y 2017 pero es superior a la media del último decenio.
En 2015 los niveles mundiales de CO2 sobrepasaron el simbólico umbral de 400 partes por millón. Además, las concentraciones de metano y óxido nitroso se dispararon y ascendieron en mayores cantidades que durante los últimos diez años, según las observaciones de la red de la Vigilancia de la Atmósfera Global, que cuenta con estaciones en las regiones remotas del Ártico, en zonas montañosas y en islas tropicales.
Desde 1990 se ha registrado un 43 por ciento de incremento del forzamiento radiativo total, que tiene un efecto de calentamiento del clima provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración. Del total de estas emisiones de CO2 desde 1990, Estados Unidos contribuyó con casi el 80 por ciento del total.
El secretario general de la OMM, Petteri Taalas, ha alertado de que "no hay indicios de que se vaya a dar una desaceleración y mucho menos una disminución, de la concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera a pesar de todos los compromisos asumidos en virtud del Acuerdo de París sobre el cambio climático". Por ello, insiste en que es preciso plasmar los compromisos de reducción de emisiones en "acción" y aumentar el nivel de ambición en aras del bienestar futuro de la humanidad.
En ese contexto, Taalas ha recordado que la última vez que hubo en la Tierra una concentración comparable fue hace entre 3 y 5 millones de años, y entonces la temperatura era de 2 a 3 grados centígrados más cálida y el mar tenía un nivel entre 10 y 20 metros superior.
De las emisiones totales, aproximadamente una cuarta parte son absorbidas por los océanos y otra cuarta parte por la biosfera. Pero Taalas insiste en que las emisiones no llegarán a su punto máximo ni en 2030 si siguen las actuales políticas climáticas y los niveles de ambición actuales.
Este martes se conocerá el informe de la OMM sobre la disparidad de las emisiones entre los objetivos acordados para resolver el calentamiento global y la realidad. El boletín sobre los gases de efecto invernadero analiza también cómo los isótopos confirman la función predominante de la quema de combustibles fósiles en el incremento del dióxido de carbono atmosférico, ya que existen múltiples indicios de que el incremento de los niveles atmosféricos de CO2 guarda relación con la quema de combustibles fósiles.
Estos combustibles se formaron hace millones de años a partir de materia vegetal y no contienen radiocarbono. Así pues, con la quema de estos combustibles se libera a la atmósfera CO2 sin radiocarbono, lo que aumenta los niveles de CO2 y disminuye su contenido de radiocarbono. Eso es, exactamente, lo que demuestran las mediciones, según insiste la OMM.
Incremento de otros gases
El CO2 es el principal gas de efecto invernadero de larga duración en la atmósfera relacionado con las actividades humanas. La concentración llegó a un nuevo valor máximo en 2018, 407,8 ppm, es decir, un 147 por ciento más del nivel preindustrial en 1750.De media, el promedio del índice de aumento del CO2 de los últimos tres decenios (1985-1995, 1995-2005 y 2005-2015) se incrementó de 1,42 ppm/año a 1,86 ppm/año y a 2,06 ppm/año, y se han observado los índices de crecimiento más altos durante los episodios de El Niño.
Entre 1990 y 2018 el forzamiento radiativo de los gases GEI de larga duración creció un 43 por ciento entre 1990 y 2018 y de este aumento, Estados Unidos contribuyó con el 80 por ciento. En cuanto al metano, CH4, que es el segundo gas de efecto invernadero de larga duración más importante y contribuye en aproximadamente un 17 por ciento al forzamiento radiativo.
De este, cerca del 40 por ciento del CH4 que se emite a la atmósfera procederá de fuentes naturales, como los humedales y las termitas, mientras que el 60 por ciento procede de fuentes antropógenas, como la cría de ganado, el cultivo de arroz, la explotación de combustibles fósiles, vertederos y combustión de biomasa.
El CH4 atmosférico alcanzó en 2018 un nuevo valor máximo, a saber, 1.869 partes por mil millones (ppb), por lo que se sitúa en el 259 por ciento del nivel de la era preindustrial. Su incremento de 2017 a 2018 fue mayor que el observado de 2016 a 2017 y que la media del último decenio.Las emisiones de óxido nitroso (N2O) a la atmósfera provienen de fuentes naturales (en torno al 60 por ciento) y de fuentes antropógenas (un 40 por ciento), como son los océanos, los suelos, la quema de biomasa, los fertilizantes y diversos procesos industriales.
En 2018 la concentración atmosférica de N2O fue de 331,1 partes por mil millones, lo que equivale al 123 por ciento de los niveles preindustriales.Por último, concluye que el incremento entre 2017 y 2018 también fue mayor que el observado de 2016 a 2017 y que la media del último decenio. Este gas también contribuye significativamente a la destrucción de la capa de ozono estratosférico, que protege de los rayos ultravioleta nocivos del Sol y provoca un 6 por ciento del forzamiento radiativo provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración.