Desde el mundo del ecologismo hemos recibido con alivio la derrota electoral de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los EEUU. Trump ha sido un negacionista del cambio climático que, aunque presumiblemente para no aumentar el ridículo en el que estaba incurriendo moderó su discurso, se dedicó a fomentar políticas económicas desastrosas desde el punto de vista medioambiental. La peor, aunque no la única, fue el impulso dado a la nefasta industria del petróleo de fracking.
Aunque EE.UU. no son desde hace años el principal emisor de gases de efecto invernadero (GEI), puesto que ha pasado a ocupar China, no cabe duda de que la inmensa influencia de este país, principal potencia política, militar y tecnológica del planeta, ha marcado y marcará aún durante muchos años el devenir de multitud de aspectos de nuestro mundo y, por supuesto, el futuro de la lucha contra el cambio climático.
Es por ello que la victoria en las elecciones presidenciales de Joseph Biden ha despertado grandes esperanzas dentro del movimiento ecologista, ya que el programa de Biden tiene como uno de sus pilares fundamentales la lucha contra el cambio climático en lo que se ha dado en llamar el Green New Deal, expresión acuñada para recordar el New Deal que se lanzó durante la presidencia de F. D. Rooselvet para luchar contra la Gran Depresión iniciada en 1929.
El plan de Biden es extremadamente ambicioso y se basa en el fomento desde el sector público, por medio de enormes inversiones directas e indirectas, de la innovación en materia de energías renovables, de la sustitución de energías contaminantes por otras mucho menos contaminantes y de la adaptación de edificios e infraestructuras para que resulten más resistentes a los fenómenos extremos provocados por el cambio climático y sean menos intensivos en el uso de energía.
El plan de realizar una coordinación a escala internacional de esta lucha resulta también sumamente interesante ya que sabemos que sin un plan global de reducción de emisiones cualquier acción por parte de un solo estado, aunque sea tan importante como EE.UU., tendrá finalmente una repercusión mucho menor de lo necesario.
Biden quiere convertir todo esto en una gran oportunidad para fomentar el crecimiento económico y la creación de empleo en EE.UU., algo que sucedió también en los años 30 del pasado siglo con el New Deal. Sin embargo, bastantes personas de las que nos dedicamos a estudiar los problemas medioambientales tenemos muchas reservas respecto a planes como este, que sobre el papel parecen resolver la cuadratura del círculo (más prosperidad sin efectos adversos).
¿Es viable su plan?
No cabe duda de que la opción Biden es mucho mejor que la negacionista de Trump, que en la práctica suponía el equivalente a llevar el Titanic directo a estrellarse contra el iceberg a mayor velocidad aún, siendo el busco en este caso la representación de toda la humanidad. Pero la propuesta de Biden no deja de tener muchos problemas.
El primero de ellos es la viabilidad real de esta opción, sobre la cual existen serias dudas. ¿Son lo suficientemente eficientes las renovables como para suplir las necesidades actuales y las todavía mayores futuras de nuestro modelo de civilización? ¿Su potencial de crecimiento es tan grande como creen Biden y sus asesores?
Existen numerosos trabajos que ponen en cuestión estas creencias. Las renovables tienen grandes problemas de intermitencias, almacenamiento, baja densidad energética y tipo de energía producida que plantean retos enormes que no se sabe realmente si se podrán resolver, y que numerosos expertos piensan que no se podrá hacer nunca. Las estimaciones de potencialidad de las renovables varían hasta en dos órdenes de magnitud, lo cual nos da idea de la falta de conocimientos firmes a este respecto en que se mueve la ciencia, y en consecuencia los políticos como Biden, a día de hoy.
Pero incluso poniéndonos en el mejor de los escenarios de Biden, que es el de emisiones cero para los EE UU en 2050 manteniendo el crecimiento económico, los retos son formidables. En primer lugar, el que el país consiga eso en 2050 realmente significará poco si el resto de países no siguen su estela. Europa es probable que lo haga, pero en un mundo que en 2050 tendrá unos 9.000 millones de habitantes el peso demográfico de Europa y EE.UU. será solo sobre el 10 % del total.
El aumento de emisiones de ese 90 % restante de la humanidad es previsible que continúe, ya que con bastante razón los países pobres argumentan que si la prosperidad de Europa y EE UU ha provocado el problema actual del cambio climático no es justo que a ellos ahora se les impida alcanzarla. Eso nos coloca en un escenario muy complejo a nivel político en que los acuerdos, muy urgentes, se antojan casi imposibles.
Otro problema gravísimo es que aun reduciendo emisiones a nivel global para 2050 la atmósfera seguirá calentándose durante mucho tiempo, colocándonos en una tesitura en que el dominó de daños demostrará que las estimaciones de Nordhaus sobre el coste real del cambio climático están seriamente infraestimadas.
Ello lo que realmente nos está diciendo es que ni siquiera un plan como el de Biden, aplicado a escala global, sería suficiente como para detener numerosos efectos catastróficos del cambio climático, que muy probablemente se empezarán a ver en toda su magnitud en muy pocas décadas.
Y, ¿puede abordarse semejante programa, que además es insuficiente, a nivel global? Creo que nadie puede creer seriamente que países con enormes bolsas de pobreza vayan a planteárselo.
Límites a largo plazo
Y, más allá de todo esto existe un problema de base, y es que las renovables antes temprano que tarde chocarán con nuevos límites, esta vez en la disponibilidad de materiales, como cobre, litio, plata o numerosas tierras raras, de los cuales a la escala de uso actual hay suficiente disponibilidad pero que irán cayendo uno tras otro en la insuficiencia según las renovables se vayan implementando a escala masiva.
Los límites tecnológicos de sustitución existen y simplemente llegará un momento en que nos encontraremos con el mismo problema que en su día se encontró con la madera o el petróleo: dejará de haber suficiente cantidad como para seguir aumentando la producción de bienes y servicios.
La civilización industrial se enfrentará a sus límites materiales, y la humanidad en su conjunto tendrá que asumir algo que es de sentido común: no se puede crecer infinitamente en un planeta finito. El camino único entonces se verá que pasa por simplificar nuestras vidas, consumir mucho menos y desplazarnos mucho menos.
Pero si se asume que lo material es limitado entonces el problema será social, pues el mito liberal de que cualquiera puede amasar tanta riqueza como permita su capacidad sin perjudicar a los demás se desmoronará como un castillo de naipes. Esto nos conducirá a un nuevo modelo de sociedad que nada tendrá que ver con el actual.
Y encontrará numerosas resistencias por parte de los que salen más beneficiados del modelo actual, entre los que probablemente se encuentren la mayoría de los que leen estas líneas. ¿Seremos capaces de realizar las renuncias necesarias? Más nos vale, porque sino el futuro se antoja de lo más tenebroso.
*Juan Carlos Barba es licenciado en Farmacia, divulgador en cambio climático y coordinador de la Asociación Colectivo Burbuja.