Con cierta frecuencia, ojeando entre las noticias, nos encontramos con alguna que habla sobre la salubridad del agua del grifo. El agua es un bien fundamental y, desde 2010, la ONU reconoce el derecho humano a su abastecimiento y su saneamiento.
El agua limpia es uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles establecidos por las Naciones Unidas. Sin embargo, la realidad es bien distinta: según Oxfam Intermón, cada año mueren 5 millones de personas en el mundo por beber agua contaminada.
La actividad humana se encuentra casi siempre tras la degradación de la calidad del agua, que puede ser debida a productos químicos utilizados en la industria, la agricultura o nuestra vida diaria; a la deforestación o al cambio climático.
Los datos anteriores pueden hacernos desconfiar del agua que sale del grifo de nuestra casa. Sin embargo, su calidad se encuentra regulada por múltiples leyes.
España, por ejemplo, cuenta con más de veinte órdenes, directivas y reales decretos que regulan desde los criterios sanitarios del agua de consumo humano hasta la reglamentación técnica específica para suministrar agua potable en un edificio. Todas las actividades involucradas en el proceso de potabilización están reguladas, lo que provoca que el agua del grifo cumpla una normativa mucho más estricta que la embotellada.
No obstante, la capacidad del agua de disolver múltiples sustancias hace que su calidad se pueda ver alterada una vez llega a nuestro edificio. Las empresas suministradoras deben asegurar la máxima calidad sanitaria hasta la entrada a nuestro domicilio. Pero a partir de ese punto, somos nosotros los responsables de velar por la buena calidad del agua que vamos a consumir.
Una instalación deficiente
Una de las causas del empeoramiento de la calidad del agua del grifo es una instalación deficiente. Lejos quedan las tuberías de plomo que provocaban problemas de salud a quienes bebían aguas que hubieran pasado por cañerías de este material. Aunque desde 1975 está prohibido utilizar plomo en conducciones de agua potable, aún quedan edificios con este tipo de instalaciones.
Otro problema es el mantenimiento deficiente de aljibes o depósitos comunitarios que provoca filtraciones, crecimiento de algas o proliferación de microorganismos.
También es importante ser cuidadosos si utilizamos algún sistema de filtrado u ósmosis inversa para beber agua del grifo. Si estos elementos no se reemplazan de forma periódica, tal y como indica el fabricante, pueden ser un caldo de cultivo perfecto de microorganismos.
Exceso de minerales
Oímos desde niños el mantra de que el agua es incolora, inodora e insípida, pero esto no se cumple al 100 % en el agua potable. De hecho, tanto el agua del grifo como el agua embotellada presentan concentraciones apreciables de elementos y compuestos químicos como aluminio, calcio, magnesio, potasio o sulfatos que le dan su sabor característico.
A pesar del boom de las aguas embotelladas de mineralización débil, todos estos elementos, comúnmente conocidos como minerales, son necesarios para el buen funcionamiento del cuerpo humano. Si su ingesta se reduce al consumir un agua de mineralización débil, será necesario obtenerlos a través de otros alimentos.
La presencia de algunos de estos minerales, como el calcio y el magnesio, se debe a la circulación del agua por terrenos ricos en estos elementos. Su concentración determina el nivel de dureza del agua. Aquellas con bajo contenido en calcio y en magnesio se consideran aguas blandas, mientras que las que presentan alto contenido en estos elementos se consideran duras. El levante español es zona de aguas duras, mientras que en el noroeste peninsular nos encontramos con aguas blandas o muy blandas.
Las aguas duras pueden provocar algunos problemas domésticos como depósitos de cal en las tuberías o mayor necesidad de calor para calentar el agua. Sin embargo, los consumidores pueden estar tranquilos, ya que un agua dura no es un riesgo para la salud.
Reutilización inadecuada
¿Cuántas veces hemos visto escrito en una botella de plástico que no es reutilizable? Lo primero que tendemos a pensar es que no pasa nada. Si una botella reutilizable puede ser de plástico, ¿por qué no va a serlo una que haya comprado en el supermercado?
Lo que ocurre es que el plástico de dichas botellas no está diseñado para que lo reutilicemos. Por una parte, si rellenamos el recipiente sin lavarlo, habrá muchas posibilidades de que proliferen bacterias y otros microorganismos a niveles superiores a lo recomendable.
Por otro lado, al lavar la botella con productos químicos, puede que queden restos adheridos al plástico que provoquen que el agua adquiera un olor indeseado. Por eso lo ideal es apostar por materiales como el vidrio o el acero, fáciles de lavar, o por plásticos aptos para ser reutilizados.
Tenemos la fortuna de disponer de agua de primera calidad, algo que para un porcentaje demasiado alto de la población mundial es inimaginable. Además, nos protege una extensa regulación que cuida la calidad de la que sale del grifo de casa.
Debemos ser responsables, utilizarla de forma adecuada, mantener nuestras instalaciones en buenas condiciones y no olvidarnos de que el agua del grifo será la alternativa más sostenible para calmar nuestra sed.
*Rayco Guedes Alonso, Investigador doctor - Análisis de contaminantes en muestras ambientales, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.