Millones de mascarillas que invaden ya no sólo los vertederos sino también los mares y océanos de todo el mundo se han convertido en una amenaza para la biodiversidad y un riesgo sanitario, avisan especialistas, que las señalan como el más reciente ejemplo de la cultura de "usar y tirar".
De hecho, si los españoles siguen consumiendo y desechando -sin reciclar- mascarillas quirúrgicas al mismo ritmo que lo han hecho durante este último año, unas 1.300 toneladas de plástico anuales "o incluso más" podrían terminar en la naturaleza, ha asegurado a la agencia Efe el responsable de la campaña de Residuos de Greenpeace España Julio Barea.
Según las previsiones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, estas cifras se multiplicarán año a año a nivel mundial, con el agravante de que "se trata de un producto de plástico que aún no se sabe cómo gestionar y podría tardar hasta 100 años en degradarse en microfibras de plástico", ha añadido Barea.
Hasta la llegada de la crisis sanitaria generada por el coronavirus su uso se reducía en España "casi exclusivamente" al ámbito sanitario pero, desde que se convirtió en un producto necesario y obligatorio para toda la población, el volumen de residuos se ha incrementado de manera espectacular.
Al disponer apenas de "unas horas de vida" antes de que sea necesario sustituirlas, se han convertido en un producto "de usar y tirar, que está empeorando el problema que ya teníamos a nivel mundial con el plástico" pues, además de las consecuencias negativas para el medioambiente y la biodiversidad, las mascarillas mal desechadas "pueden estar contaminadas y contagiar, a la hora de recogerlas".
Posibles soluciones
Ante un uso incontrolado de este material y la incapacidad de dar una respuesta de gestión acorde, Greenpeace aboga por la instalación de un sistema de depósito de mascarillas usadas con contenedores adecuados donde el consumidor pueda dejarlas con seguridad y recibir a cambio el depósito económico que invirtiera al comprarlas.
Estos puntos de reciclaje, en el que las mascarillas deberían ser depositadas con un cierre hermético para evitar contagios en su manejo, "garantizarían que no haya ninguna tirada por ningún lado", argumenta Barea.
Entre las posibles soluciones para intentar evitar o paliar en lo posible el descontrol actual de su gestión, han surgido iniciativas como las de Pol Alonso que, desde Barcelona y a través de su marca de mascarillas biodegradables BiosMask, ha logrado reciclar unas 300 botellas de plástico en tan sólo 3 meses.
Tal y como ha explicado Alonso, conscientes del problema que supone la mascarilla como residuo "queríamos cerrar el círculo de los plásticos de un solo uso y hacer un producto 100 % sostenible", por lo que diseñó un método de reciclaje que permite aprovechar entre una y dos botellas de plástico usadas -la mayoría de las cuales son recogidas del mar- por cada mascarilla textil que fabrica.
La cantidad de contaminación que generan estos productos reutilizables, teniendo en cuenta el embalaje, transporte y producción, es de apenas 117 gramos de CO2 cada una, hasta 50 veces menos que una mascarilla quirúrgica convencional de un solo uso.
"Nadie puede hacerlo todo, pero todos podemos hacer algo" es la filosofía de Alonso, quien "aunque desearía que el problema de la contaminación por mascarillas fuera algo temporal, preveo que serán un producto de uso común durante mucho tiempo".