24 horas en las fauces del volcán: así es el día a día de los científicos en la zona de exclusión de La Palma
El personal científico se arma con máscaras de gas, EPI's y tecnología punta para descifrar las incógnitas que plantea el volcán desde que erupcionó.
9 octubre, 2021 02:32Noticias relacionadas
El volcán de La Palma cumple tres semanas de erupción. 21 días en los que el monstruo de lava de Cumbre Vieja ha mostrado mil y una caras y ninguna señal de agotamiento. El magma sigue aflorando por sus múltiples bocas, los sismos remueven las profundidades de la isla bonita y la ceniza sigue cubriendo cada rincón. Y en medio de este caos, los equipos científicos se adentran en un área prohibida para la población: la zona de exclusión.
Tan solo un radio de 2,5 kilómetros separan a los palmeros de un lugar que se ha rebautizado como peligroso. Armados con EPI’s y máscaras de gas, los científicos que visitan a menudo esta zona realizan una suerte de expedición lunar por un territorio devastado, árido, pero que guarda pistas sobre la deriva de la erupción. Un trabajo que requiere de muchas horas de planificación para intentar permanecer allí el mínimo tiempo posible.
Itahíza Domínguez, sismólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN), cuenta que "lo que más impresiona es la lluvia de piroclastos, porque son rocas de uno o dos centímetros". La peligrosidad, asegura, se hace latente, motivo por el que solo acuden "de manera puntual" y en los momentos de menor riesgo.
No obstante, entrar a la zona de exclusión tiene sus reglas y una de ellas es que siempre acuden en equipos de -mínimo- dos personas, "porque es importante estar atento a la dinámica de la erupción", explica el experto del IGN. A pesar de que eligen con sumo cuidado el momento de adentrarse en este espacio, en cualquier instante puede cambiar la dirección del viento o suceder cualquier cambio brusco que les ponga en peligro. "Si uno se agacha a recoger muestras de rocas, por ejemplo, la otra persona siempre debe estar de pie para vigilar, porque caen bombas volcánicas y piroclastos".
El panorama que dibuja su compañero Rubén López, geólogo del IGN, es de "una soledad inmensa; todavía queda ropa tendida que se ha dejado la gente y hay muchos animales domésticos y silvestres campando a sus anchas por la zona". Cuando responde al teléfono se encuentra a punto de visitar una de las fracturas que se abrieron en el primer fin de semana de octubre. "Esto es así, no hay descanso", comenta.
Las visitas que ha realizado a la zona de exclusión no han excedido los 600 metros de distancia del cráter, lo que ellos llaman la primera línea del volcán. Su tarea en este área se limita a la recogida de muestras de lava, rocas y otros materiales que arrojen información sobre la dinámica del volcán. También entran para barrer algunos de los paneles solares que alimentan las baterías de las cámaras, porque a menudo quedan cubiertos de densas capas de ceniza volcánica.
En una de esas expediciones, a López y su equipo les ocurrió algo inusitado. "Íbamos a medir la temperatura de la lava y a recoger unas muestras en la zona más alta, cuando de repente, aparecieron tres gallinas", cuenta entre risas, "y no éramos capaces de desprendernos de ellas". El científico, armado con su EPI, las recogió para llevarlas a otra zona más segura. Aunque este no es el único episodio que vivió el geólogo talaverano. Cuenta que es habitual encontrar animales en este área prohibida: "El otro día, incluso, estuvimos intentando encontrar a un perro que se había perdido".
Una hipnosis eruptiva
El IGN no es el único equipo de científicos que trabaja en la zona. David Calvo, geoquímico y portavoz del Instituto Vulcanológico de Canarias (Involcan) cuenta que al menos 30 personas se despliegan a diario sobre el terreno. Hay equipos que se mantienen siempre fuera del área de exclusión, y otros que, en grupos -de nuevo- mínimo dos personas se van distribuyendo por los 2,5 kilómetros que rodean al volcán.
Calvo, con 20 años de experiencia en volcanes de todo el mundo (algunos en Japón, Estados Unidos, Italia, Filipinas), confiesa que lo que más impresiona de esta erupción es el ruido, al que muchos de ellos acaban acostumbrándose con el paso de los días. Pero lo que realmente le llama la atención es el paisaje dentro de la zona de exclusión, porque una de las particularidades de este fenómeno en la isla bonita es que ha afectado a hectáreas que estaban pobladas.
"A mí esto me recuerda mucho a los capítulos de Walking Dead", confiesa Calvo. "Hay poblaciones totalmente vacías, casas con la ropa aún tendida… está todo patas arriba". A la entrada de la parte de Todoque que aún sigue en pie incluso se puede observar un coche calcinado por la lava. "Esto es como vivir en una permanente irrealidad, parece más el paisaje de un videojuego o de una película", apunta el geoquímico.
En su caso particular, una vez está dentro del área prohibida, asegura que desarrolla una especie de visión de túnel y pierde la noción de lo que hay alrededor. Una hipnosis eruptiva que hace que solo vea aquello que ha ido a recoger. Cuando cae el sol, los equipos de Involcan vuelven a su oficina y descargan los datos recopilados, pero aún durante la noche hacen alguna visita más para tomar muestras de los posibles cambios que pueda haber en horario nocturno.
"La erupción me pilló preparando la mochila". Son palabras de Manuel Nogales, biólogo y delegado del CSIC en las Islas Canarias. Trabaja estos días desde una casa del centro de investigación ubicada en medio de unas plataneras que comparten hasta 10 personas, entre personal científico e investigador de la institución. "Cuando salimos al campo -así es como denominan a la zona de exclusión- nos ponemos la equipación, nos identificamos a la entrada y a la salida e intentamos no estar más de 30 minutos en primera línea", explica. Lo más cerca que ha estado su equipo del cono principal del volcán es a un kilómetro, "que es muy cerca", confiesa, "pero hay que tener cuidado por el tamaño de las bombas volcánicas que expulsa".
Como biólogo, una de las cosas que más le han impactado es que, en la primera semana, se produjo "una catarsis ecológica", donde todo funcionaba "de manera extraña". Confiesa que a partir de la segunda semana todo ha ido normalizándose, pero, al principio, "me encontré que los bichos hacían cosas que no había visto nunca, un cambio de comportamiento bestial". En esta semana, estas conductas las han observado en los lagartos. Al parecer, se han adaptado al medio que ha creado el volcán y se están calentando con la lava: "Después ya se quedan activos y se van a cazar".
Nogales apunta además a otro aspecto importante, y es que las plantas, que para ellas es fundamental realizar la fotosíntesis, ahora se ven cubiertas por una extensa capa de cenizas. "Si afecta al productor primario, te puedes imaginar que los animales que comen plantas también están ingiriendo cenizas", lamenta, y aunque no saben qué efectos podrá tener esto sobre la fauna silvestre, asegura que aún no han visto animales muertos, tan solo cuatro ratones.
Una labor de 24 horas
"Llevamos 20 días de trabajo extenuantes", comenta López. Todos los expertos consultados por este periódico coinciden en que si algo han dejado aparcado son las horas de sueño. El trabajo que están realizando en la isla de La Palma no solo se limita a visitar la zona de exclusión, realizar muestras y recopilar datos. Sus funciones van desde una tarea ingente de coordinación y puesta en común de la información hasta atender a periodistas y autoridades que visitan la isla. Y todo desde horas muy tempranas.
Nogales cuenta que él es el que coordina a los equipos del CSIC desplegados en la zona. "La semana que viene nos viene un técnico de dron, pero acuden personas del centro de muchas especialidades, y algunos son gente que tan solo pasan aquí una noche o dos". Cuenta que los vulcanólogos y los especialistas en biodiversidad salen juntos al campo, y el que primero acaba con su tarea, ayuda al otro. Su jornada, eso sí, termina mucho después de la caída del sol, a las 21 horas, aunque confiesa que a veces han llegado a no dormir. Pero insiste: "No nos vamos a ir de aquí hasta que el volcán no esté bajo control".
"Generalmente vamos cinco o seis personas", cuenta Nogales. Todos los días, a las cinco de la mañana, elabora un planning y organiza el trabajo diario: "El volcán cambia cada día, hay que ser flexibles". Y entretanto, los equipos del CSIC encuentran un pequeño oasis en el PMA, donde acuden a comer una vez al día. "Es una especie de autobar que nos salva la vida, y luego volvemos al campo".
En Involcan las jornadas se desarrollan de forma parecida. Desde muy temprano se reúnen para organizar el trabajo y distribuyen los equipos en el área de exclusión. "El punto más cercano en el que hemos llegado a estar es a 300 o 400 metros de las bocas explosivas", apunta Calvo. Una cercanía que les permite analizar el contenido de la pluma de gases que expulsa el volcán. Después, estos y otros datos obtenidos de las cámaras térmicas y las termografías de las coladas de lava, se recopilan en una reunión previa del equipo y después se presentan en la reunión del día siguiente que organiza Protección Civil de Canarias (Pevolca) junto con otros grupos de investigación y de seguridad.
En Tajuya, a 3,5 kilómetros del volcán, se encuentra el centro de atención desde el que el personal del IGN controla la dinámica de la erupción. "Siempre tiene que haber una persona de guardia, porque en cualquier momento puede haber un cambio brusco", cuenta Domínguez. Ellos están especialmente atentos a los movimientos internos del volcán, a la erupción en sí.
Una vez en el campo, realizan tareas de mantenimiento de las estaciones de medición, porque muchas se llenan de cenizas, vigilan la deformación, y también llevan a cabo muestreos, por ejemplo, del agua. Como comenta Domínguez, las aguas subterráneas pueden contaminarse por los gases volcánicos y se pueden ver cambios en las composiciones. "Nos permite hacer un seguimiento de cómo varía el sistema magmático. De hecho, el análisis de esas aguas reveló que se podía producir una erupción".
Un trabajo intenso que no entiende de fines de semana y que continuará el tiempo que dure la erupción. Una labor a la que se suman también otros muchos investigadores que colaboran desde sus casas y que, tarde o temprano, acabarán pisando suelo palmero. La incertidumbre sobre el final de la erupción, también plantea un futuro incierto sobre cuándo acabará el estudio de este volcán, que no finalizarán hasta pasados varios meses desde que se dé por inactivo el volcán.